Por Moisés Garzón Serfaty
Por alguna razón que se puede atribuir a la afinidad de intereses y de métodos para ejercer el poder, o por alguna razón recóndita de la psicología política, quizá relacionada con los torcidos complejos morales de una izquierda abotargada por la esclerosis ideológica, lo que moraba en el plano incierto de mi imaginación se convirtió en realidad patente. La izquierda y la derecha se dan la mano. Creo que siempre se la han dado y viven en un indecente contubernio que es un escándalo.
La derecha no sufre de complejo alguno. Lo que piensa lo dice y cuando puede lo cumple, mientras la izquierda la ayuda en sus propósitos de establecer una hiperdominación mediante el desprecio de la vida intelectual, silenciar a la oposición, exacerbar a las masas con un descarado populismo, despertando en ellas las reacciones más primarias, pues su credo político se basa en el resentimiento, la revancha, la siembra del odio entre hermanos, la delación, el cercenamiento de las libertades ciudadanas y el ejercicio del poder omnímodo eternizado. Parecieran el reflejo de una imagen en un espejo.
En un artículo, Elizabeth Burgos (Revista Zeta. Caracas, 24/09/10) afirma que de este modo la derecha está ganando terreno y así lo explica el lingüista y filósofo italiano Raffaele Simone, autor de El monstruo amable. ¿Occidente vira a la derecha? Para Simone, el “monstruo amable” es la derecha insurgente que denuncia como obsoletas las ideas de la democracia y está cautivando a un público cada vez más numeroso.
Pero las críticas acerbas de Simone se extienden también a la izquierda, a la que en el fondo responsabiliza del surgimiento de ese “monstruo amable”, por no haber comprendido las transformaciones y las modificaciones de la sociedad como consecuencia de la victoria del individualismo y del consumo.
Desde hace muchos años la izquierda mira a un lado y se ha negado a admitir el fin del comunismo, a apoyar la unificación europea y la reunificación de Alemania, a asumir la crítica ecologista, a ignorar los problemas que causa la inmigración masiva, la necesidad de defender la laicidad ante un Islam conquistador. Se niega a ver la expansión de la violencia urbana, la pérdida de influencia de los sindicatos, la importancia de los países emergentes. Se niega a considerar las amenazas que emanan del resurgimiento en toda Europa, en consonancia con el populismo amable de las élites, de un populismo violento que resucita a la extrema derecha del siglo pasado. La ceguera de la izquierda tiene como consecuencia que ya nadie reconozca sus aportes a la sociedad europea: las conquistas de las clases trabajadoras (derecho sindical, vacaciones pagadas, seguridad social), la enseñanza obligatoria, la laicidad, la regulación estatal de la economía mixta.
Raffaele Simone no solo le reprocha a la izquierda haber dejado perder su patrimonio de valores y de conquistas sociales, sino que ni siquiera los estuviese reivindicando frente a la derecha que se los apropia tergiversándolos.
La izquierda no sabe hoy responder a los retos de la modernidad, se planta defendiendo valores en los que ya nadie cree, enarbola un discurso de compasión que empleaban las clases dirigentes de siglos pasados para disimular la dureza de la explotación patronal. Los “intelectuales de izquierda” tampoco se salvan; para Simone, estos se dedican a críticas infantiles del neoliberalismo y de la política de Estados Unidos. Observan una indulgencia culpable hacia los regímenes autoritarios de América Latina, como también hacia el islamismo y el terrorismo que dicen “comprender”. Ya no existe un capital de ideas de izquierda; lo que queda es un discurso débil, minimalista, sin visión de futuro.
El panorama pintado por Simone luce bastante pesimista acerca del futuro europeo. Muchos de los rasgos que describe se podrían atribuir igualmente al panorama político latinoamericano.
Fuente: Nuevo Mundo Israelita