Por Beatriz W. de Rittigstein
El radicalismo islámico y gobiernos azuzaron a sus masas provocando disturbios.
Las acciones muestran coherencia con la naturaleza peculiar que las genera. Así, nos remontamos a hechos que revelan los intereses de ciertos sectores.
Los musulmanes manifestaron con todo derecho, haciendo uso de la esgrimida libertad de expresión, su indignación frente a doce viñetas de Mahoma, publicadas por el diario danés Jyllands-Posten en 2005.
Adicional a considerarlas ofensivas, el Islam condena la representación del profeta. Hasta allí, el desplegar su desagrado y explicar el irrespeto que ello significa para su religión, era suficiente.
Sin embargo, el radicalismo islámico y determinados gobiernos que aprovecharon la situación, azuzaron a sus masas que se volcaron en violentos disturbios a lo largo del mundo musulmán. Entre las protestas que proliferaron, destaca la de grupos armados palestinos que amenazaron a los ciudadanos occidentales y tomaron por asalto la oficina de la Unión Europea en Gaza. Simultáneamente, miles de vándalos incendiaron las embajadas de Dinamarca y Noruega en Damasco; dañaron las sedes diplomáticas de Suecia y Chile; y arrasaron el consulado danés en Beirut. La ola de furia cobró la vida de varias personas.
En contraste, los medios de los países islámicos, en numerosas oportunidades, han publicado grotescas sátiras que dan rienda suelta al odio antijudío; pero, el judaísmo, más allá de expresar enfado ante una burla sobre su credo, cultura o historia, trata de apelar a la razón. Como ejemplo reciente, hay una cantidad de caricaturas basadas en estereotipos y deformaciones que acusan a los judíos de crear la crisis financiera o de expandir la llamada gripe porcina.
El extremismo islámico, afín a la destrucción y alejado del "no hagas a otro lo que no quieres que te hagan", se vale de todo pretexto para vejar a los demás.