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Por Rebeca Perli
Según una antigua leyenda griega, en respuesta a la solicitud de un ciudadano de que se le preparara la mejor comida del mundo, le fue ofrecido un banquete consistente en lengua exquisitamente guisada y se le explicó que eso era porque "con la lengua se pueden expresar los grandes pensamientos, se puede enseñar, se persuade, se ora, se elogia, se demuestra amistad y solidaridad". Pidió entonces el ciudadano que le prepararan la peor comida y nuevamente le sirvieron lengua preparada exactamente igual que el plato anterior. Cuando el intrigado comensal pidió que se le aclarara la situación se le explicó que "la lengua es la fuente de todas las intrigas, la que separa a la humanidad, divide a los pueblos, es el órgano de los malos entendidos, de las guerras, la explotación, la que engaña, blasfema, insulta, calumnia y destruye la buena reputación".
Si bien no existe prueba de la veracidad de este evento el mismo ilustra claramente los efectos de lo que se puede hacer -y deshacer- mediante la lengua. El sabio griego Anacarsis (a quien ojalá Grecia pudiera consultar hoy en día) lo corroboró cuando dijo que "la lengua es lo mejor y lo peor que poseen los hombres" (y agregamos que las mujeres también). Esto queda ratificado con el dicho popular de que "la lengua es el castigo del cuerpo" y, como dijo el filósofo Ludwig Wittgenstein, en su obra Tractatus «los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo».
Para concluir se puede decir que cada quien es el reflejo de su propio lenguaje. Cabe recordar aquí lo que dijo Carlos Soublette cuando un humorista hizo mofa de él: "Venezuela no se perderá porque un ciudadano se burle de un gobernante; se perderá porque un gobernante se burle de sus ciudadanos".

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