Por Barry Rubin
La transición a la democracia y el capitalismo no ha sido compasiva con Rusia. Dejó de ser una superpotencia para convertirse en una atracción secundaria de la arena internacional. El país está estancado y sufriendo. No tiene una meta ni objetivos. Y cayó en manos de un dictador despiadado que sabe cómo usar el nacionalismo y la demagogia para mantenerse en el poder.
Por supuesto, los gobernantes de Rusia son más débiles, menos ambiciosos, mucho menos armados, y menos antiestadounidenses que en la antigua Unión Soviética. Aun así, el gobierno ruso guarda un resentimiento. Cree que Occidente lo ha traicionado, fue engañado para que abandonara el comunismo, pero luego esto no trajo la prosperidad. Así que la vieja rivalidad tradicional con Occidente y Estados Unidos perdió su elemento marxista, pero ganó un nuevo factor. El nuevo componente es la búsqueda de dinero.
Rusia tiene dos recursos primordiales: petróleo y la capacidad de exportar armas, junto a las instalaciones nucleares que, a su vez, podrían convertirse en elementos bélicos. Debido a que Occidente, con productos de calidad superior, lo supera con ventaja, Rusia tiene que buscar clientes más riesgosos y más marginales —lo que significa más radicales— que Estados Unidos nunca aceptaría. En resumen, Rusia necesita socios que no tengan la posibilidad de gozar de aliados y proveedores occidentales.
Lo más notable de la política de Moscú en Oriente Medio es que tiende a alinearse con las fuerzas extremistas. Sus amigos son principalmente Irán, Siria, Hezbolá y Hamás. Rusia gana dinero con la venta de armas a Siria, pagadas por Irán a sabiendas de que una parte de ellas será trasferida a Hezbolá, y de equipo nuclear a la República Islámica. Una alianza con Teherán también asegura que Irán no apoyará a los islamistas en Rusia. Como Rusia no paga ningún costo por implicarse con los factores radicales, esta política le resulta de lo más atractiva.
En la ONU, Rusia protege a Irán de sanciones más severas y al régimen sirio de medidas más contundentes, apoyando allí a las fuerzas revolucionarias. Al mismo tiempo, el régimen de Moscú está envuelto en una estrategia mucho menos visible que tiene como objetivo recomponer su influencia en Asia Central, el Cáucaso Meridional y Europa Central. Las empresas rusas, a menudo fuertemente respaldadas por el gobierno, están comprando recursos en esos lugares, socavando la independencia de las ex repúblicas soviéticas y de algunos de sus ex satélites. Los países amenazados carecen prácticamente del apoyo de la administración Obama. Una vez más, la política rusa triunfa sin costo alguno.
Fuente: Aurora Digital