Por Carlos M. Reymundo Roberts
La siguiente crónica fue publicada por LA NACION el 18 de marzo de 1992, al día siguiente del sangriento atentado a la embajada de Israel. El país estaba sumergido en un inmenso estupor y una profunda tristeza.
Alguien o algo – hasta anoche no se sabía quién o qué- había conseguido golpear en pleno corazón de Buenos Aires con más fuerza que el propio Saddam Hussein.
Ayer era un día normal en la embajada israelí. La plana mayor de la misión- incluido el embajador- había salido a almorzar, la mayoría a un restaurante ubicado a cientos de metros de allí. Aún no habían regresado cuando se produjo el estallido.
Unas cincuenta personas permanecían en la misión diplomática, trabajando.
Era un día normal, pero no tanto. Minutos antes del mediodía se realizó una reunión en la embajada, con parte del personal destinado allí, para analizar un solo tema: la seguridad.
Algunos de los presentes no terminaban de comprender el porqué de la cita y la preocupación con que se trataba la cuestión.
"Acá, en la Argentina, no va a pasar nada", pensaban.
Hay un dato más. Una delegación de ciudadanos israelíes que visita la ciudad había comentado a la mañana, en la agencia de turismo que organizó el viaje, lo siguiente: acababan de hablar por teléfono con familiares en Israel, quienes les dijeron que allí se rumoreaba la posibilidad de que ayer se produjesen atentados contra bienes judíos "en algún lugar del mundo".
Jamás pensaron que ese lugar sería Buenos Aires.
Así fue
Salvo los últimos preparativos por la festividad del Purim (cuyos festejos comienzan hoy y concluyen mañana), con que se celebra el triunfo del pueblo judío sobre los enemigos de Israel, todo transcurría normalmente en la sede diplomática. Hasta que pasó esto.
Hora 14.46: la explosión, un estallido seco y terrible, sorprende a un empleado de la embajada (que pidió no ser identificado) cuando iba de una oficina a otra para sacar una fotocopia.
Este es su relato: "Iba caminando y sentí el ruido y como un mazazo en la espalda. Quedé aturdido.Volví a mi oficina y no quedaba nada. Sólo escombros. Una compañera que estaba allí…qué se yo.No estaba más. No supe nada más de ella…Empecé a bajar las escaleras y me encontré con gente que sangraba y gritaba. Quería quedarme a ayudar, pero los agentes de seguridad me obligaron a salir. Acá estoy, con mucho dolor en la espalda pero bien… ¿Qué puedo decir?
14.50: llega al lugar Alberto Aguilar, un vecino que vive a una cuadra y media, para ayudar. Después, cubiertas sus ropas de manchas de sangre, contó: "Me encontré con un desastre total. Heridos en la calle, en la vereda, paredes que se caían y mucho fuego y humo por todos lados. Me metí en el asilo de ancianos porque sentía gritos y llantos. Había viejitos tirados por todos lados. Yo llevé a algunas afuera, para que pudieran atenderlos mejor y para sacarlos de allí, porque seguían cayendo techos, cables, mampostería. Vi por lo menos dos ancianas que estaban muertas, y no las toqué. Me dicen que había más… ¿Sabe qué fue lo que más me indignó? Aparecieron unos muchachos y entonces les pedí que me ayudaran a evacuar a los heridos, pero no me hicieron caso. Los muy atorrantes "estaban robando las cosas que estaban por el piso. ¡Rateros h…de p.!
15.30: el caos en el operativo de rescate y seguridad es el signo reinante. Cientos de curiosos se pasean entre los escombros y debajo de los muros que parecen a punto de caer. Los intentos por poner orden y alejar a los que no tienen nada que hacer resultan infructuosos.
15.55: se empieza a hablar de 3 muertos y de 70 heridos. "Todos graves", dice un funcionario de Defensa Civil.
16.20: "No sé nada, no sé nada. Estaba adentro y de pronto escuché la explosión. Eso es todo", relata Franco, un empleado de la embajada. Sólo muestra algunas raspaduras, pero se lo ve sobresaltado y confundido.
16.47: Eduardo Novillo Astrada, empresario y destacado polista, entra en su departamento de Arroyo a media cuadra de la embajada: "Recién estoy subiendo, pero me dicen que arriba es un desastre. ¿Qué van a decir ahora de la pena de muerte?"
17.10: el ministro de Salud y Acción Social, Julio César Aráoz, habla con todas las radios y canales de televisión, pero no dice nada. "El Presidente me indicó que viniese, y acá estoy". Un vecino se enoja porque lo ve reírse."¿Qué le ve de gracioso ministro?", grita.
17.20: llega el presidente de la Cámara de Diputados, Alberto Pierri, habla también con todos los medios y después se va.
17.28: de entre los escombros de la embajada retiran el cadáver de una persona y lo ponen en una bolsa de plástico. Una ambulancia se lo lleva.
17.45: el cerco de seguridad tendido por policías y agentes de Defensa Civil tiende a estabilizarse y a lograr su cometido de frenar a los curiosos.
Otra vez
A varias horas del atentado, toda la zona sigue envuelta en un tenebroso clima de angustia y terror.
Hay una alfombra de vidrios rotos y escombros, mientras cae una fina lluvia de polvo y agua y el aire huele a gas.
Pasadas las 20, la mayoría de los edificios lindantes con la embajada permanecen evacuados.
Bajo las sombras, el espectáculo sigue siendo estremecedor. Todavía se oyen llantos y gritos.
¿Quién fue?, ¿cómo fue?, ¿por qué fue?
Misterios de un día y de una noche en que el horror volvió a conmover a Buenos Aires.
Fuente: La Nación, Argentina