Por Beatriz W. De Rittigstein
La Historia muestra que la instigación constituye el impulso determinante que convence de la supuesta validez para consumar crímenes. La estigmatización, repetida múltiples veces, al estilo Goebbels (en la fotografía), prepara el ambiente para embestir contra un sector de la población, objeto de la propaganda de odio. La desquiciada belicosidad del discurso trae como consecuencia directa, la violencia física. Con la agresividad verbal se pretende abolir la condición humana de las víctimas; así, se va perdiendo conciencia de que el otro es su semejante. Se trata de un ciclo de causa y efecto.
Un ejemplo es Ruanda, con el exterminio de los tutsis por la hegemonía hutu. Ambos grupos pertenecen a la etnia banyaruanda; no hay rasgo racial que los diferencie; pero, la sangrienta enemistad es antigua. En 1994, las masacres fueron perpetradas por milicias hutus entrenadas y equipadas por el ejército ruandés, más el adoctrinamiento a través de la Radio Televisión Libre de las Mil Colinas financiada por el Gobierno. Los mensajes exacerbaron los ánimos y, al avanzar el conflicto, los llamados a la "caza del tutsi" fueron más explícitos, acusándolos de los males del país. Durante la planificación del genocidio, autoridades ruandesas dijeron que "sin tutsis los problemas de Ruanda desaparecerían".
La ONU fundó el Tribunal Penal Internacional para Ruanda. Unos 700 reos han sido condenados. Destaca Ferdinand Nahimana, director de RTLM, culpable de incitación al exterminio y crímenes contra la humanidad; sentenciado a cadena perpetua. Se probó que presentadores de RTLM instigaron a los hutus a "comer el corazón de los tutsis"; con eufemismos alentaron los asesinatos.
En Venezuela, hay medios que deberían aprender de la tragedia ruandesa.