Por Beatriz W. de Rittigstein
Las incoherencias de Lula, colisionan con los principios democráticos.
Dentro de pocos meses Lula termina su segundo período como presidente de Brasil y lo hará con una enorme popularidad entre los brasileños y gran prestigio internacional, por lo que su nombre se asocia a una serie de posibilidades, como el de secretario general de la ONU. Incluso, Lula ambiciona mediar en el conflicto de Medio Oriente.
Sin embargo, hay errores que lo invalidan para esos cargos que exigen la estatura de un estadista. Los hechos que el año pasado sacudieron a Honduras, mostraron a un Brasil permisivo frente a los abusos de Zelaya.
El pasado febrero, Lula posó sonriente con Raúl Castro, mientras moría tras una huelga de hambre, Orlando Zapata. Con un cinismo obsceno para quien enfrentó dictaduras, se atrevió a calificar al disidente de "bandido". Lula irrespeta la democracia de su país; al punto que el Tribunal Electoral lo multó por campaña anticipada a favor de Dilma Rousseff.
En cuanto al Medio Oriente, Lula repitió que "se necesitan nuevas ideas". Y, afirmó que "con el diálogo resolveremos los problemas"; asegurando que integraría al proceso a Irán, Hamas y Hezbolá.
Según la prensa brasileña, Lula no tuvo eco por la complejidad del conflicto; pero, agregamos su falta de equidad, pues en Israel, pese a la agenda pautada, se negó a visitar la tumba de Teodoro Herzl; no obstante depositó una ofrenda en la de Arafat. Resulta un disparate no comprender que entre ambos personajes y sus acciones existe un abismo infranqueable; que no rendir homenaje a Herzl, constituye un agravio al pueblo judío. Estos son algunos ejemplos de las incoherencias de Lula, que colisionan con los principios democráticos y revelan su incapacidad para actuar con eficacia en un foro internacional.