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Por Pilar Rahola
Le han motivado sus jóvenes coqueteos con las Wafen SS o su madurez izquierdosa? ¿O quizás con la edad se ha hecho un mejunje y ha sufrido una fisión nuclear? Sea como fuere, hoy Günter Grass ha conseguido la maravillosa pirueta de ser el ídolo de la derecha más extrema y la más extrema izquierda, pasando por todos los extremos del islamismo.
"¡Hurra por quien rompe los tabúes!", aplaude el Partido Nacional Democrático, y Jürgen Gansel, conocido por banalizar el nazismo y negarse a participar en los actos de homenaje a las víctimas del holocausto, muestra su baba caída ante Grass en un repugnante artículo.
El reguero de simpatía para con Grass recorre la espina dorsal de todas las webs del neonazismo. ¡Bravo!, gritan al unísono los jóvenes y viejos bárbaros de la Europa bárbara. Y todo porque a su provecta edad ha dicho lo que quizás quiso decir siempre, que Israel es la cuna de todos los males. No debe de ser casual que su estigmatización de Israel la haya hecho en Semana Santa, homenajeando así siglos de autos sacramentales que convertían a los judíos en el pueblo deicida. Viejos mitos antisemitas retroalimentándose.
Pero Grass también ha conseguido que lo aplauda la crema de la progresía, cuya obsesión contra Israel va pareja a su paternalismo hacia el extremismo islamista. Gentes que ven a un rabino y ven a un opresor de pueblos, un radical. Pero ven a un imán y tienen un orgasmo ideológico, no en vano se trata de la voz de los pueblos oprimidos. Por supuesto, las ideas totalitarias del fundamentalismo no existen nunca en su torticera visión. Es así como el aplauso a Grass también recorre la espina dorsal de la otra Europa, la que luchó contra Hitler pero nunca contra Stalin, y que ha depositado en Israel toda su furia ideológica. Son los que se manifiestan todo el día contra el Estado hebreo, pero nunca lo han hecho contra el Gobierno sirio. Y para llegar al cenit, Grass también ha conseguido el aplauso de los gobiernos tiránicos del islam, esos que usan el nombre de Dios para esclavizar a su gente. Especialmente feliz está el Gobierno iraní, a quien sólo defendían esperpentos estilo Chávez. Pero nada, ahora es un aleman progre, y premio Nobel, ¡qué más podían pedir!
Estoy segura de que los opositores iraníes que sufren la represión están encantados con Grass. Si el peligro del mundo no es un Irán atómico en manos del totalitarismo sino una pequeña democracia que intenta sobrevivir, los ayatolás pueden continuar con su locura nuclear. En fin, ¡qué triste ver al autor de El tambor de hojalata convertido en el monigote que aplauden los extremistas de cualquier color! ¡Y qué significativo ver a nazis, radicales de izquierdas e islamistas juntitos en el odio a Israel! Y Grass en medio de ellos, no se sabe si cantando La Internacional o el Die Fahne hoch, ese que Goebbels convirtió en el himno del pueblo elegido.
Fuente: La Vanguardia

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