Por Elías Farache S.
El Estado judío de Israel es una realidad de nuestros días. Una necesidad del pueblo judío, maniatado por la historia, sometido por los prejuicios de diversas índoles: religiosos, étnicos, racionales e irracionales. Una necesidad también para lavar conciencias de naciones e ideologías que alguna vez, o muchas veces, hicieron de los judíos el chivo expiatorio de culpas indecorosamente atribuibles.
El antisemitismo de ayer y hoy no es sustentable. No es política ni intelectualmente correcto. No se ve bien ni es elegante. Porque no es bueno ni defendible atacar a ningún grupo ni persona por su credo. Menos aún si de ese credo se han desprendido las religiones monoteístas que sustentan lo que de alguna manera se denomina la civilización occidental. Una civilización que se encuentra hoy por hoy agobiada y cercada a manos, mentes e ideologías extremistas, agresivas, potentes y con mucha influencia.
Esta civilización occidental puede y hace migas con quienes han descubierto un filón de fácil explotación. Los judíos y su religión no son atacables, siempre y cuando su constitución y ensamble sea religioso. Pero si su carácter es "nacional"… la situación se puede presentar y argumentar de manera diferente. Cuando los judíos se presentan y se identifican como un pueblo que además de religión tiene rasgos de nación, con derecho o pretensiones de independencia territorial, autodeterminación, bandera e himno nacional, ejército y leyes que les incumben, la situación es otra.
Ese fenómeno de muchos pueblos y de muchas luchas de liberación es conocido generalmente como movimiento de autodeterminación nacional. Ha dado origen y sustento a las independencias nacionales cuando estos movimientos han sido exitosos. En el caso de los judíos, del pueblo judío, cuya historia es particularmente larga y complicada, dispersa geográficamente pero determinable y determinante históricamente, el movimiento de liberación nacional es el sionismo político.
El sionismo es un término sencillo. Significa "retorno a Sión". Sión es el monte de Jerusalén donde se asentó el templo del rey Salomón, hijo del rey David. En ese monte, Abraham estuvo dispuesto a sacrificar a su único hijo con Sara, Isaac, como muestra y prueba de su fidelidad y obediencia al Creador, y como testimonio de su fe en el monoteísmo. Este término, sionismo, ha sido y es uno de los más vilipendiados y distorsionados de la historia de los últimos cuarenta años. Con oscuras intenciones que ocultan, muchas veces, aquellas que pueden ser atribuidas al antisemitismo clásico y no puede aflorar directamente porque sencillamente no es correcto, ni elegante, ni defendible, ni sustentable…
Pero sí, existen quienes de buena fe, y mayoritariamente de mala fe, desconocen el derecho de los judíos a tener un Estado. Un Estado que es viable, que ha demostrado ser exitoso, que representa básicamente la consolidación de un movimiento de liberación nacional que es el sionismo. Pero un Estado que es incómodo.
Incómodo porque se asienta en medio de un territorio global lleno de naciones que no son amigables y no reconocen su derecho a la existencia, o que en el mejor de los casos, la toleran a regañadientes. Occidente siente la presión de mayorías que detentan poderes económicos, oro negro, prejuicios y también elementos para infundir miedo y amenazas reales.
En nuestros días, Irán amenaza la existencia de Israel. Menciona con insistencia la necesidad de borrar del mapa la entidad sionista. Declara que el Holocausto, la Shoá en términos más correctos, no necesariamente existió como se conoce y se testimonia. Se lanza a un plan nuclear que denomina con fines pacíficos, pero genera las dudas más que razonables respecto a sus intenciones de amenazar a Israel o efectivamente atacarlo. Bueno, al mismo tiempo que desarrolla su plan nuclear, prueba y publicita sus cohetes de diverso alcance… que siempre pueden llegar a Tel Aviv.
A nadie le agrada la idea de un enfrentamiento contra Irán. Un país poderoso, con recursos. Además con la voluntad necesaria de sacrificio como para desafiar a Occidente, sus sanciones, amenazas y acciones. Con la valentía o desfachatez que le permite retar a Israel, amenazarlo y hacer causa común con sus enemigos más cercanos.
Para Israel, Irán y su programa nuclear es una amenaza de vida o muerte. No es un escenario hipotético, ni lejano temporal o geográficamente. Occidente lo sabe, y enfrentarlo es incómodo, difícil y costoso en todos los sentidos. Si los judíos fueran solo una religión, y no un pueblo con derechos nacionales, la cosa sería más sencilla y las conciencias estarían más tranquilas.
Enfrentar a Irán es terrible. Israel se juega la vida. Su independencia de acción primero, su propia supervivencia después. Es eso: vida o muerte, ser o no ser, estar o no estar. Occidente quiere tiempo, necesita ver qué pasa aunque sepa qué va a pasar. Ganar tiempo, correr la arruga. Los gobernantes de turno, esperar a ver si el siguiente es quien debe asumir la responsabilidad. Mientras Israel se juega la vida, el resto del mundo se juega su tranquilidad coyuntural, su paz del día. Si Israel no actúa, si Israel calla y no denuncia, todos estaríamos más tranquilos… por ahora.
El sacrifico que se le exige a Israel es esperar, confiar que todo va a estar bien. Que las sanciones van a funcionar. Que como en el sacrificio de Isaac por parte de Abraham, un ángel evitará el desenlace fatal. La diferencia es que Abraham e Isaac se enfrentaban a los designios del Creador, a un sacrificio donde los protagonistas eran la Divinidad y el ser humano. En nuestros días, el sacrificio que se exige tiene como protagonistas a los hijos de Abraham de hoy, y a unos gobernantes de un Irán que pareciera poco miden el alcance de sus palabras e intenciones. Si Isaac hubiera sido sacrificado, el mundo no sería como lo es hoy. Si Israel es llevado al altar, el mundo entero no será igual.
Occidente tiene la palabra. Israel, la acción. Quiera Dios que prive la buena voluntad de todos los hombres de bien y esta coyuntura no pase de ser un ejercicio mental de crueles conclusiones teóricas.