Linchar a Israel
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Se trata de Jerusalén
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Por Bernardo Ptasevich
Es cierto, las personas a veces no son grandes administradores. La gente común, esa que trabaja muchas horas para poder vivir, no ha concurrido a ninguna universidad de economía, no sabe que decisiones tomarán los que manejan al país y no tiene posibilidad de participar en las decisiones o influir en ellas. Debería ser tan sencillo como una fórmula: un sueldo o en la mayoría de los casos dos sueldos, es igual a: pagar el alquiler, la luz, la comida, los servicios, la educación y la salud.
Si sobrara algo para disfrutar mejor, pero por lo menos debería alcanzar para lo básico. No hablemos de las personas que no quieren trabajar. No hablemos de quienes no consiguen trabajo.
Hablemos de quienes tienen hasta dos trabajos, uno el hombre y otro la esposa, lo cual es bastante sacrificado y deja por el camino muchas otras tareas que un matrimonio debe cumplir para su familia. Aun con dos trabajos la vida es tan cara que no alcanza para vivir y educar a los hijos.
No se anuncia inflación pero muchos precios suben y se multiplican. Se entra entonces en el círculo de los créditos, algo que es bastante fácil conseguir por primera vez pero bastante difícil de mantener y renovar ya que si los ingresos no alcanzan se dificulta el cumplimiento. ¡Cuidado que uno de los dos pierda el trabajo, o que la empresa que lo emplea no cumpla con los pagos a tiempo! No habrá explicación que valga. Una pequeña dificultad transitoria equivale para los bancos o las tarjetas de crédito a un incumplimiento grave y automáticamente cambiará la relación con quien fuera su cliente para convertirlo en su deudor moroso y pasible de todo tipo de sanciones.
Pero resulta que todo esto sucede en un Israel que está cada vez más floreciente, cuya economía crece más de lo que los propios responsables previeron en forma optimista, con empresas tecnológicas que siguen generando negocios con todo el mundo, con plantas que resolverán al fin el problema del agua y con descubrimientos que auguran un futuro promisorio para los próximos cien años si hablamos de combustibles.
¿Dónde está entonces el problema? No hay dudas de que está en la dirección de la gran empresa que es el país.
Convengamos que gobernar es difícil y que este particular país que tiene que estar siempre defendiéndose, que tiene que estar equipado militarmente como para mantener una superioridad que no aliente a sus enemigos a atacarlo, que depende no sólo de lo que pase internamente sino de lo que pasa en los países o territorios vecinos.
Pero nada de esto puede distraernos ni justificar la falta de interés de los responsables del Gobierno sobre lo que le pasa a sus ciudadanos. Se han conformado con ver los grandes números positivos que da la macro economía, pensando que si al país le va bien, todo está bien. No es cierto.
El país no es un pedazo de tierra y su Gobierno. El país está formado por toda la gente que vive en él y además se nutre de los ingresos que generan todo tipo de excesivos impuestos y cargas sociales al punto de que muchos empleados de fabricas no desean hacer horas extras porque eso equivale a trabajarlas gratis y depositar todo lo extra recaudado en el pago de gravámenes.
El objetivo de la existencia de un Estado no es la economía sino que ésta es un medio para el desarrollo y el cumplimiento de las obligaciones con los ciudadanos. La prioridad debe ser cuidar de la gente, asegurarse de que tengan un mínimo nivel de existencia digna y por lo menos la esperanza de un futuro mejor. No hay ni se vislumbra preocupación alguna en el Gobierno por estos importantes conceptos. Se le nota contento, conforme con que al país le va muy bien a pesar de las dificultades existentes en la zona de Medio Oriente, de la inestabilidad que esto provoca y de la reciente crisis mundial.
Sin embargo, no hay que olvidar que esos ciudadanos a los que se desprecia con la indiferencia son los que en poco tiempo les harán perder su lugar privilegiado, ese que les permite no ser parte del problema.
En Israel no tendremos seguramente el tipo de protestas que estamos viendo en los países árabes y que han tumbado gobiernos dejando a otros en el mismo camino.
En primer lugar porque el problema descripto no llega al nivel de gravedad ni a las carencias de esos países y en segundo lugar porque la cultura de sus ciudadanos es diferente y van a manifestar su descontento de la forma que permite la democracia, o sea con su voto. Si hoy hubiera elecciones y sin necesidad de encuesta alguna, este gobierno no tendría la más mínima posibilidad de ser elegido. Habría quienes opten por la anterior ganadora de las elecciones que en su oportunidad no aceptó prebendas para formar Gobierno, lo que la deja bien posicionada ante la opinión pública israelí.
Otros, deslumbrados por su hablar claro y radical en temas en los que el Gobierno no quiere definirse, votarían al actual canciller Avigdor Lieberman, que crecerá mucho salvo que los juicios pendientes determinen fehacientemente los delitos que se le imputan. En ambos casos los votantes lo harán con la esperanza, fundada o no, de que algo cambie en su vida y en sus penurias diarias.
Ni Barak, ni Netaniahu tendrán otra oportunidad y eso se debe pura y exclusivamente a que olvidaron por completo para quienes deben trabajar. La gente siente claramente que no es importante para ellos y se tomará revancha cuando llegue el momento.
Salvando las distancias y remarcando la diferencia de métodos aún en la disidencia, Israel al igual que otros países de la zona no reparte las bondades de los beneficios que recibe. Por el contrario, presiona a sus ciudadanos con tarifas cada vez más altas y con impuestos que mejoren los números a costa de que las familias no puedan vivir con la dignidad necesaria y los mínimos suficientes.
En algunos países árabes sus Gobiernos han puesto las barbas en remojo al ver los acontecimientos y decidieron dar mejoras a la gente para tratar de salvar el pellejo o mantener el poder.
No creo que el Gobierno israelí vaya a cambiar su posición en el tema. Nadie tiene esperanzas de que ello suceda. Por tanto, de deuda en deuda, de refinanciación a refinanciación, de andar rogando a los gerentes o jefes de cuenta de los bancos y rezando, aun quienes no son religiosos, para no perder el empleo aunque éste sea de sueldo mínimo porque allí sí que no habrá salida por muchísimo tiempo. Y esto es una posibilidad cierta para muchos empleados ya que han cerrado gran cantidad de empresas que no pudieron mantenerse en las actuales circunstancias. La presión fiscal sumada a la falta de ventas y apoyo crediticio han producido esos resultados.
Los bancos dan cuando el cliente no necesita y quitan cuando realmente hace falta dar. Empresas que cierran son empleos que se pierden, y empleos que se pierden son consumos que no se realizan, pagos que se retrasan en el mejor de los casos o que nunca se podrán pagar. No hay una política clara al respecto. Como en la jungla, y será por nuestra cercanía con África, al que se queda por el camino se lo comen los leones. Se vive una gran tensión para no caer en esa trampa mortal. Se tapa un agujero con otro más grande porque nadie quiere estar en el grupo de los desaparecidos. Así las deudas cada vez son mayores, los sueldos cada vez alcanzaran menos, los créditos se perderán, y con ello el respeto de los hijos hacia sus padres que no han podido darles el ejemplo y la enseñanza de cómo subsistir honestamente en esta vida.
El problema familiar y social que generan las malas políticas de un país llevará mucho tiempo revertirlo. Es mucho más lógico y humano que el Gobierno empiece a preocuparse y a tomar medidas que mejoren la situación real en tiempo presente.
De no ser así, que Dios y la Justicia se lo demanden.
Fuente: Aurora Digital

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