Jerusalén no tiene por qué ser más una joya de la discordia

La Nueva Agencia Judía
18/05/2012
Poderío de Israel
22/05/2012

Por Aarón Alboukrek
La arqueología es una ciencia muy compleja por cuanto sus descubrimientos, grandes o pequeños, desnudan o afianzan en los pueblos, de manera involuntaria, creencias colectivas tan incuestionables como homéricas de su verdad humana. Las cerámicas y las piedras descubiertas dan una tangibilidad plástica al imaginario colectivo.
La complejidad de los efectos psicosociales de esa disciplina es tan grande que los Gobiernos y las instituciones religiosas explotan el imaginario al profundizar sentimientos nacionalistas y religiosos, y casi cualquier persona estaría dispuesta a vender o comprar trazas de esa época. La arqueología genera indeliberadamente el comercio blanco y negro de la memoria ancestral; una momia polvorienta o una piedrecilla vale tanto o más que el oro incrustado en jade.
El ser humano valora el pasado y gusta y siente el deber de custodiarlo y apropiárselo, más allá de si el olvido de las tragedias sea un autoengaño social, o de si la memoria histórica no debiese corromperse en la sala de un coleccionista.
Por más que nos esforzáramos parecería que todas las respuestas, sean verdaderas, falsas, o algo de ambas, terminarían de cualquier manera en la condición del ser humano. Así es, no se puede dejar de ser lo que se es por más que la luz de la inteligencia nos diga que la historia termina por ser una representación, si no una antología de facsímiles.
Jerusalén es una joya para la arqueología y una joya de múltiples bálsamos ante la dureza de la vida; no en balde hay ahí tantos muertos ilustres, tantos vestigios venerados, tanto instinto mercantil de la memoria. Es tan obvia su importancia para tantos colectivos religiosos y no religiosos que sobra remarcar su valor.
Es obvio que en particular para esos colectivos religiosos Jerusalén sólo puede ser entendida como arquitectura de Dios, edificaciones de la historia de una soberanía celestial y bóveda divina de su constitución legislativa sobre el destino. No importa si las construcciones y los documentos sean diversos. El hecho es que Jerusalén es entendida por casi todos como una metáfora viva. Pero ¿qué pasaría si, por desgracia, un terremoto o un evento bélico se tragara o destruyera en mil pedazos ese santuario colectivo que es la Ciudad Vieja? ¿Qué pasaría con la apropiación de esos vestigios sagrados y actuantes para cada parte involucrada?
Ya sin joya, ¿la discordia por ese territorio terminaría? No es probable, por la misma condición humana y la historia ahí vivida los pedazos y los hoyos en la tierra constituirían un nuevo paradigma de la veneración y un desafío para una eventual reconstrucción. No faltarían los cientos de oportunistas que recogerían la mayor cantidad de piedras posible antes de que se restringiera el acceso a la zona devastada para venderlas como un tesoro, y tampoco faltarían los miles que desearían tener un cachito del Muro, de las mezquitas o del Santo Sepulcro en sus hogares para su veneración privada o para revenderlas por internet tiempo después por 100 o 1.000 veces su valor arbitrario de compra.
Y hasta se generaría una mercadotecnia con base en el tamaño, el matiz del color y las formas de las piedras. Pero si se decidiere, por ejemplo, reconstruir lo devastado, ¿tendrían las nuevas edificaciones el mismo valor? ¿Se pelearían palestinos e israelíes otra vez por el mismo lugar? ¿Qué pasaría en el terreno siendo que el Muro de las Lamentaciones funciona como valla de Al-Aqsa y el Domo de la Roca?
Para la primera pregunta, por supuesto que no, lo original no es sustituible, pero me imagino que el valor de lo original es también una representación adquirida y retroalimentada de la historia; para la segunda, no cabe duda, y para la tercera, el terreno caótico querría ser aprovechado por ambos bandos para anexárselo. Se necesitaría ahí una fuerza amplia de la ONU o hasta de la OTAN, y Dios nervioso vería lo que estarían haciendo con los restos de su arquitectura y con sus constituciones.
Me pregunto en este punto: ¿qué estaremos dejando como vestigios para las generaciones futuras? ¿Tal vez el Guggenheim? ¿Qué pasaría si se destruyera por un evento indeseable? ¿Se reconstruiría? ¿Se haría un museo con fotografías de su destrucción? Me pregunto: ¿qué es lo que se quiere conservar para un siempre incierto y por qué?
Como sea que fuese, la desaparición hipotética de esas edificaciones no pararían la vida, habría que seguir, de la misma manera que el pueblo judío siguió adelante después de la destrucción de los dos templos. Esta hipótesis nos permite replantear la relación con el entorno y jerarquizar los valores.
Con la proclamación de la Independencia del Estado de Israel, Ben Gurión dijo que el pueblo judío había dado al mundo el Libro de los Libros, tan cierto es que millones en todas direcciones tienen o conocen una Biblia y en su propio idioma, pero también el pueblo judío dio al mundo el Templo de Salomón, la arquitectura de muchas capillas europeas reproducen o están inspiradas en alguna parte de él, como la Sainte Chapelle de París.
Tan vívido como la Biblia, el Segundo Templo existe sin existir para millones, de tal suerte que si el Kotel desapareciera por alguna infausta razón, siempre existiría para los judíos y el mundo. No habría que olvidar que para casos de necesidad de sabia justicia a menudo se utiliza en el mundo la frase “una decisión salomónica”.
Si Israel perdiera la posibilidad de administrar toda Jerusalén al dividirla con los palestinos, no perdería por ello ni su historia ni su futuro. Pero la idea de una negociación debiera representar no tanto aceptar lo que se pierde sino valorar mejor lo que ambas partes ganan, en este caso vivir sin ira, venganza u odio en el menor de los casos. ¿Por qué no regresar a un pasado no tan remoto y declarar de nuevo y de jure a la Ciudad Vieja como una zona neutral pero de paz y someterla a un Consejo de Administración mixto con comisiones académicas de índole científica y humanística, y supervisada por una misión de centinelas y de juristas internacionales que velen por el acta constitutiva, y en la que ¡todos vigilen a todos! con el fin de que todos puedan seguir actuando su metáfora sin sombras?
Jerusalén no tiene por qué ser más una joya de la discordia, ya lo ha sido demasiado a lo largo de muchos siglos. Siendo una zona neutral de paz, se podría edificar un gran Salón de Acuerdos por la Paz Mundial con una arquitectura sincrética o de fusión judeo-arábica inspirada en la zona para que todos los involucrados en guerras pudieran ahí elaborar procesos de paz, entrevistarse y resolver, sin guantazos retóricos ni misiles, sus conflictos, como lo habrían hecho israelíes y palestinos sin ese soporte inspirador.
No significa sustituir a la ONU, este es otro tema; sería un punto de encuentro de las naciones en conflicto para que se dejaran de matar entre sí.
En alguna tesis sobre la etimología de Jerusalén se dice que significa Ciudad de Paz; no supongo que se refiere a las sepulturas.
Por cierto, para aquellos que piensan en la necesidad de un Tercer Templo les diría que el Segundo Templo, no el Kotel, es un vestigio indestructible que está fuera de su verdadera historia, su fuerza espiritual sólo podrá sobrevivir con sus ruinas. Si se busca reponerlo con un tercero sólo se talará su metáfora redentora y estará expuesta a una metamorfosis de muerte: si en la antigua Jerusalén fue un arca labrada de cielo y una voz de nube emergiendo, como una divina proporción, y si en la diáspora presagiada por su derribamiento fue un macizo alado de piedras en exilios por aceite derramado, y si en la Jerusalén moderna es una memoria de ausencia, de silencios que hablan fuegos pero también un pedazo de arca en una eterna noche áurea, su reposición en el Estado de Israel terminaría por ser un arca tecno, una voz sintetizada, una euritmia de la soledad, un naufragio en tierra, una dorada y electrónica agonía.
Claro, si Israel no termina por ser un Estado teocrático. Dejemos a Jerusalén en paz para que traiga paz con justicia a israelíes, a palestinos y al mundo entero.
Fuente: Aurora Digital

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