Por Moisés Naim
Lo que está sucediendo en el mundo árabe es importante, como lo es también la recesión que tiene sin trabajo a millones de personas. Pero si se siente, al igual que yo, con ganas de cambiar de tema por un rato, esta columna es para usted.
Hablemos entonces de Oprah Winfrey, la presentadora de televisión estadounidense que, según la revista Time, fue uno de los cien personajes más influyentes del siglo XX y a quien la cadena de televisión CNN considera la mujer más poderosa del mundo. La necesidad de tomar un respiro entre tanta crisis y el interés por Oprah no son sólo míos: la Universidad de Yale ha organizado una sesuda conferencia titulada La Oprah global: la celebridad como icono transnacional. Una de las sesiones discutirá La iconografía de Oprah: globalizando la raza, globalizando la condición de mujer. En otra se analizarán Las terapias de Oprah: ayuda e intervención en Haití. Y una tercera lleva por título Exportando a Oprah. Filantropía y empoderamiento en el ahora geopolítico.
En cada una de las sesiones se presentarán ponencias como, por ejemplo, la de la profesora Diane Negra, del University College de Dublín. Su disertación es sobre El post-feminismo transnacional en la televisión diurna en la Irlanda post-Tigre Céltico (no, no me equivoqué en la traducción). La profesora Negra (sí, ese es su apellido) examina “la ansiedad que se acumula en una Irlanda profundamente impactada por la crisis económica debido a las retóricas de afirmación femenina generadas en Estados Unidos”. Su conclusión (creo) es que la crisis económica “simultáneamente fortalece y detrae la autoridad de Winfrey en Irlanda”.
Yo no sabía que la mujer más bella del mundo era Aishwarya Rai, una actriz india (suponía que ese título era sólo para venezolanas). Pero resulta que así la calificó Oprah Winfrey y, por lo tanto, debe ser verdad. Esto ha motivado a la profesora Radikha Parameswaran, de la Universidad de Indiana, a escribir un ensayo para la conferencia que ha titulado Los encuentros de la celebridad global: Aishwarya Rai e India entran en la órbita de Oprah, y de América. Según esta disertación, la aparición de la señora Rai en el show de Oprah la transforma en “misionera cultural de su nación”, lo cual sirve a la profesora Parameswaran para “examinar la implicaciones profundas… de la intersección de las construcciones del poder de género, la nación y la globalización”.
Leyendo los resúmenes de estas ponencias intuyo que a este grupo de intelectuales convocados por el Departamento de Estudios sobre Mujeres, Género y Sexualidad de la muy reputada Universidad de Yale no les gusta demasiado Oprah Winfrey. No sólo no parecen apreciar su programa, sino que hasta les desagrada sus intentos de hacer el bien. Después de describir en detalle las inmensas donaciones e iniciativas filantrópicas de Winfrey, la profesora Janice Peck las critica ferozmente, explicando que reflejan la agenda de las mujeres blancas y de clase media y media-alta que predominan entre las televidentes de Oprah. Según Peck, los esfuerzos de la presentadora por ayudar a otros —especialmente a niñas pobres en África y a la comunidad afroamericana de Estados Unidos— favorecen las iniciativas privadas y la posibilidad de autosuperación personal a expensas del “financiamiento público y la responsabilidad colectiva para atender las necesidades de la sociedad”. Otro duro ataque en este sentido lo hace Roopali Mukherjee, de Queens College, quien nos ayuda a entender su punto de vista en su ponencia: “La Oprah global es un significador locuaz, un marcador de los asombrosos cambios en la manera en que la negritud empresarial contribuye a las tácticas disciplinarias y dictados gubernamentalizados del neoliberalismo globalizado”. ¿Entendió usted? Mukherjee explica además que Oprah “personifica la irónica interacción entre las subjetividades mercantilizadas y la justicia social, entre los medios de comunicación global, la empresa neoliberal y la política”.
Llegado a este punto, creo que es mejor volver a lo que está pasando en el mundo árabe. Pero antes me quedan tres asuntos pendientes. Primero: parece relevante mencionar que estudiar en la Universidad de Yale cuesta cincuenta y cinco mil dólares al año. Segundo: Oprah Winfrey tiene cerca de seis millones de televidentes. La señora Chen Luyu conduce un programa parecido en China, que ven ciento cuarenta millones de personas. Tercero: ¿qué tiene que ver el rapero haitiano Wycleef Jean con todo esto? Nada. Pero una de las ponencias de la conferencia sobre Oprah es sobre el éxito de Jean y lo que ello implica para “la política transnacional en la era contemporánea”.
Así es: mejor volvemos a lo que está sucediendo en Libia.
Fuente: Nuevo Mundo Israelita