Por Beatriz W. De Rittigstein
Hace algunos años, Umberto Eco (en la fotografía) explicó la imposibilidad de definir el fascismo, pues no se trata de un sistema monolítico ni puro. Más bien es una mezcla de distintas ideas que no tienen nada en común entre sí e incluso son contradictorias. Sin embargo, afirmó que se pueden detectar algunas características con las cuales se reconoce a un régimen o a un movimiento fascista.
Con sabiduría, el insigne escritor italiano señaló catorce peculiaridades que prueban cuando estamos ante un grupo con tintes fascistas. Advirtió que debemos estar atentos porque "basta una de ellas para que el fascismo empiece a coagularse". Por ejemplo, Eco indicó el "rechazo del pensamiento crítico; el desacuerdo es traición". Ello se enlaza con el siguiente rasgo: el miedo a la diferencia; "el primer llamado de un movimiento fascista es contra los intrusos; el fascismo es racista". Siguió con el "miedo al enemigo". Otra marca es el "principio de guerra permanente". Añadió el "culto a la muerte". Y, finalmente, la "neolengua" que utiliza códigos que limitan el pensamiento diverso.
En los últimos años, en Venezuela, de forma cotidiana, somos testigos que la disidencia es considerada felonía. Observamos estallidos de xenofobia. Sin pruebas, cualquiera es acusado de apátrida y todo el tiempo se endilgan conspiraciones. Se machacan lemas marciales referidos a la muerte, que así instigan odio y destrucción. Abundan los descalificativos, rechazando la discusión seria y razonada. Hemos visto repetirse varios de estos indicios que nos alertan de la existencia de sectores en el Gobierno Nacional que, tal vez sin saberlo, están cerca del fascismo, aunque múltiples veces acusan a sus críticos de ser fascistas, sencillamente por discrepar.