Por Abraham Foxman
Los titulares sobre Irán en los últimos meses han mostrado claramente que el país representa un gran riesgo para el mundo hoy en día – el último informe de la Agencia Internacional de Energía Atómica sobre el proyecto de armas nucleares de Irán, el violento saqueo de la embajada británica en Teherán, las beligerantes declaraciones amenazando con un bloqueo del Estrecho de Hormuz.
La mayor parte de la comunidad internacional ha reconocido esto y está actuando acorde. No es así en un pequeño número de naciones de Latinoamérica, que le están dando la bienvenida con brazos abiertos al presidente iraní, Mahmoud Ahmadinejad, mientras se embarca en su quinta visita a la región. Parece que cuando Ahmadinejad necesita crear una apariencia de legitimidad acude a sus “amigos” en Latinoamérica para que lo ayuden.
Hoy más que nunca, Ahmadinejad está desesperado por la aceptabilidad. En un momento en el que Estados Unidos y Europa están expandiendo y fortaleciendo las sanciones contra Irán, que lo están llevando a un creciente aislamiento, Ahmadinejad acude naturalmente a los facilitadores más confiables en Latinoamérica.
Irán ha buscado oportunidades en la región por más de dos décadas. Sus planes e implementación a principios de los años ’90 con los ataques terroristas contra la Embajada de Israel y el centro comunitario judío AMIA en Buenos Aires, Argentina, y el uso de su vicario, el grupo terrorista con base en el Líbano Hezbollah, en aquellas operaciones destructivas señalaron que Irán creía que tenía cierta libertad de llevar a cabo ataques terroristas en el territorio latinoamericano.
Desde entonces, Irán ha podido expandir su influencia en el continente en países como Venezuela, Bolivia, Ecuador y Nicaragua, con líderes y partidos que no son amigos de Estados unidos.
Sabiendo lo que sabemos hoy sobre las intenciones iraníes, nadie puede decir seriamente que cree que la conducta de Irán es benigna. Los esfuerzos por culpar a Estados Unidos, Israel y Gran Bretaña continúan, según lo esperado, pero no tienen credibilidad. El gobierno de Ahmadinejad reprime a su propio pueblo, abandona las pretensiones de respetar la voz de sus ciudadanos y ha sido criticado públicamente por algunos de los clérigos conservadores de su país. Casi en todos lados, excepto en algunos países de Latinoamérica, Irán ha perdido legitimidad y no puede evocar a los actuales enemigos para desviar la atención de sus abusos.
Irán ha usado sus relaciones económicas expansivas en la región. Esto se ha trasladado a acuerdos económicos debido a un factor clave en trabajo, la riqueza petrolera de Irán. Si hubiese buscado simplemente aliados basados en “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”, eso hubiese sido una cosa. Pero Irán ha cortado una serie de acuerdos en la región que hacen tangible su influencia. Ahora es el segundo mayor inversor en Venezuela, ha armado un banco conjunto con este país para financiar sus proyectos, como el desarrollo de los depósitos petroleros venezolanos, ha financiado proyectos de viviendas para los pobres y se informó que está comprometido con un desarrollo industrial de conversión con propósitos militares.
En Bolivia, Irán tiene un acuerdo cooperativo que vale más de $1 billón de dólares para desarrollar los sectores de petróleo, gas e industriales del país. Ha armado clínicas de salud y programas de entrenamiento para médicos. En Ecuador, Irán ha firmado una serie de acuerdos económicos que incluyen uno para la producción de energía. En Nicaragua, Irán ha prometido millones en ayuda para construir una presa y una estación de energía hidroeléctrica, y donó $2 millones de dólares para la construcción de un hospital.
En estos proyectos los iraníes están siguiendo la receta que han estado usando los grupos islámicos extremistas por años para extender su influencia en países de Medio Oriente: construir una reputación de responsabilidad social al proveer servicios, particularmente a los necesitados. Hezbollah y Hamas han usado esta técnica en un esfuerzo por ganar apoyo público y enmascarar sus objetivos extremista.
Irán estaba buscando apoyo político de estos y otros países latinoamericanos en el momento en el que Estados Unidos y Europa estaban tratando de aislar a Irán por el asunto nuclear. Construir hospitales y hogares para los pobres, además de hacer grandes inversiones, fue claramente intencionado para reforzar el apoyo de abajo hacia arriba. Y ahora Irán ha lanzado un canal de televisión en español que se transmitirá directamente a países que hablen castellano.
Todo esto tiene intenciones de servir los objetivos radicales del régimen que se encuentra a sí mismo siendo cortado de la mayor parte del mundo. Incluidos en estos objetivos está la expansión de la ideología del extremismo islámico iraní, la construcción de una alianza política para evadir las presiones internacionales y el sostenimiento de una cadena de agentes a través de Hezbollah que puedan comprometerse con el terrorismo en Latinoamérica si se percibe una necesidad de levantamiento.
Ahora que la máscara está completamente sacada, es tiempo de que el resto de Latinoamérica se una con miembros responsables de la comunidad internacional para presionar – a través de acciones de publicidad, diplomáticas, financieras y de recursos – no solo contra el programa nuclear del régimen, sino también contra su agenda latinoamericana. Un país que desafía ciegamente la voluntad de la comunidad internacional al ignorar persistentemente sus obligaciones de terminar con el desarrollo de armas nucleares no puede ser confiado en la escena internacional.
Tal vez un escándalo de otros países de Latinoamérica podría hacer que los líderes de Venezuela, Bolivia, Ecuador y Nicaragua paren antes de comprometerse con este régimen ilegítimo. Tal vez se darían cuenta de que el bienestar futuro del pueblo latinoamericano no puede asegurarse con conexiones con los extremistas victoriosos a cargo de Teherán.
Fuente: AJN