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Por Beatriz W. De Rittigstein
Desde sus inicios, la revolución islámica mostró su total desapego por la condición humana y sus derechos. Así, durante la guerra entre Irak e Irán, el ayatollah Jomeini entregó 500.000 llaves de plástico a los niños del Basij. Se les dijo que servirían para entrar en el paraíso y se les mandó a marchar a través de los campos minados mientras entonaban cánticos enalteciendo el martirio. Miles de niños fueron utilizados en esa guerra, ocupando las primeras líneas de fuego.
Independientemente de quien sea el presidente, el régimen de los ayatollahs ha impuesto normas estrictas con las cuales controla, esclaviza y se inmiscuye en la vida privada de la población. Se trata de un Estado totalitario, que persigue a sus ciudadanos cuando no cumplen los rígidos códigos del fundamentalismo. Entre tantos aspectos, la teocracia es intolerante con la homosexualidad, castigada con la pena de muerte. Las autoridades establecieron las "redadas del terror" con las que la policía "limpia las calles de tales criminales".
Han trascendido muchos casos que, de modo arbitrario, se acusa a las mujeres de adulterio; la sentencia es morir lapidadas. Además, de no vestirse de acuerdo a la ley: cubrir cabello y rostro con un velo, son acosadas, golpeadas y hasta apresadas por la policía de la moral.
Con respecto a la oposición, basta recordar cómo el régimen aplastó las protestas tras el fraude en las elecciones de 2009, que aseguró el poder a Ahmadinejad. En esa época, para acallar a la disidencia censuraron a los medios, reprimieron las manifestaciones populares, efectuaron detenciones masivas, torturaron y asesinaron.
Cuando Ahmadinejad asiste a foros mundiales, se tiene que estar muy consciente de a quién se le está dando la mano.

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