Por Beatriz W. de Rittigstein
Estamos frente a lo que Sharanski llama neo-antisemitismo.
Criticar a Israel como a cualquier país es válido. Incluso Israel es un país habituado a la autocrítica, donde la vida política es activa y sus ciudadanos son conscientes, informados y participativos.
Sin embargo, hay un punto en que la diatriba disfraza una adaptación actual que pretende cubrir el rostro del antisemitismo arcaico. Natán Sharanski, intelectual judío que pasó años en una cárcel de la extinta URSS, por el delito de pensar diferente, nos enseña a distinguir la crítica sustentable de las alevosas. Para ello, estableció el sistema de las 3 D:
1- Demonización: Israel es presentado como el mal absoluto. Un ejemplo local: el diputado Adel El Zabayar califica a Israel de "bastardo, asesino; peor que los nazis".
2- Doble rasero: se aplican criterios especiales para juzgar las políticas de Israel, que no se aplican al evaluar las políticas de otros estados; ello se logra sacando los incidentes fuera de contexto, omitiendo o exacerbando un aspecto de la situación. De esta forma, desde la Mezquita, el ministro Tarek El Aissami se preguntó: "¿Cuánta sangre necesita el mundo para que reaccione contra esta mortandad que hoy proporciona el estado de Israel?", excluyendo la violencia terrorista de Hamas.
3- Deslegitimación: se cuestiona el derecho a la existencia de Israel. Como ilustración, tenemos que el pasado 6 de enero, en la plenaria de la Asamblea Nacional, reunida para aprobar un acuerdo de condena al Estado judío, la diputada Iris Varela calificó a Israel como "engendro" que creó el imperialismo para perturbar la paz en el Medio Oriente.
Basta una mirada para encontrar estos tres elementos en el predicamento contra Israel que difunden ciertas autoridades nacionales, para saber que estamos frente a lo que Sharanski llama neo-antisemitismo.