Por Julián Schvindlerman
Como si el problema del antisemitismo no fuese ya lo suficientemente complejo, frecuentemente los judíos se ven obligados a lidiar con problemas de nomenclatura y de definición relacionados al antisemitismo que crean cierta confusión conceptual. En la realidad del post-9/11, hubo quienes temieron que la totalidad del Islam fuera a ser erróneamente caracterizado como terrorista o agresivo, y/o que sus seguidores pudiesen ser colectivamente estigmatizados. Cada vez con mayor regularidad comenzó a usarse el término “islamofobia”, que alude al odio a los islámicos. Se popularizó de tal manera la idea de que los musulmanes son despreciados a escala global que rápidamente ingresó al léxico de la ONU y de la jerga periodística. En una “Declaración Conjunta” de diciembre de 2008 efectuada por los presidentes de la Argentina, Brasil y Venezuela, éstos manifestaron “su más enérgica condena al racismo, el antisemitismo, el antiislamismo, la discriminación racial y otras formas conexas de intolerancia”.
Si la cuestión se limitara a un debate acerca de si existe desprecio hacia los musulmanes, probablemente el uso de esta palabra no estaría generando controversia. Ciertamente, expresiones contrarias al Islam y a sus fieles seguidores pueden hallarse en el discurso público, y musulmanes han sido acosados y discriminados en Occidente. Se torna un poco más dificultoso defender el uso del término si requiere la aceptación de la existencia de un fenómeno mundial de antiislamismo. Inmigrantes foráneos han sido y son usualmente discriminados en distintos países, por ejemplo, los paraguayos en la Argentina. Sin embargo, no es común referir al anti-paraguayismo en nuestra tierra aún cuando la marginación contra los paraguayos existe. La razón es simple: existe el acto singular xenofóbico, más no un sistema de prejuicios contra ese grupo humano. No hay doctrina que lo respalde ni movimientos ideológicos que lo promuevan.
Indudablemente, semejantes actos de discriminación acreditan nuestro repudio, pero no ameritan ser designados en un genérico alusivo a un fenómeno que, como fenómeno, es inexistente. Lo mismo cabe decir respecto del antiislamismo o islamofobia. Aún así, si los musulmanes sintieran que ese es efectivamente el caso y anhelarán concientizar al resto del mundo al respecto valiéndose del empleo de un término que reflejara su sentir, tampoco ello debiera generar inconveniente alguno; con la salvedad de que no pretendieran ubicarlo a la par de fenómenos racistas mundial e históricamente establecidos. En términos generales, todo lo que contribuya a la lucha contra el racismo debiera ser bien recibido.
La polémica nace cuando líderes musulmanes pretenden reemplazar a la judeofobia con la islamofobia, cuando procuran reprimir la muy real existencia del odio a los judíos (que en muchos casos emana de naciones islámicas) al elevar como contrapunto una noción cuestionable. “El hecho es que la islamofobia ha reemplazado al antisemitismo” aseveró el Consejo Musulmán de Gran Bretaña. En la última conferencia contra el racismo organizada por la ONU en Ginebra (conocida también como Durban II), quedó en evidencia la politización de la agenda antirracista para servir la causa islamista en donde la palabra “islamofobia” era promovida con finalidades políticas. Ya desde su organización temprana, la Organización de la Conferencia Islámica (asentada en Arabia Saudita, reúne a 57 países musulmanes y opera como bloque en la ONU) introdujo en el borrador de la declaración final que “las más graves muestras de difamación de las religiones son el aumento de la islamofobia y el empeoramiento de la situación de las minorías musulmanas en todo el mundo”. Grupos de derechos humanos ya han adoptado ello como verdad sacrosanta.
En el año 2001, Human Rights Watch anunció la creación de un puesto para monitorear crímenes raciales contra “musulmanes, sikhs y personas de ascendencia mesooriental y del sur de Asia en los Estados Unidos desde los atentados del 11 de septiembre”. Para la misma época, el FBI hizo pública información sobre los crímenes raciales en Estados Unidos ocurridos en el año 2000. Aquél año hubo 28 ataques contra musulmanes y 1119 ataques contra judíos. Aunque los judíos representan alrededor del 2.5% del total de la población estadounidense, casi un 14% de todos los crímenes raciales y más de un 75% de todos los crímenes raciales basados en la religión, fueron orientados contra los judíos ese año. En mayo del 2002, Amnesty Internacional emitió una condena de repudio a “los ataques contra judíos y árabes” en la que detallaba instancias de agresión contra judíos y árabes en Europa. Sobre las agresiones a los judíos mencionaba, en parte, que:
“En Francia, la hostilidad contra los judíos ha originado una oleada de ataques especialmente grave. La policía francesa registró 395 incidentes antisemitas entre el 29 de marzo y el 17 de abril”.
“En marzo y abril, varias sinagogas, como las de Lyon, Montpellier, Garges-les-Gonesses (Val dOise) y Estrasburgo, sufrieron destrozos, y la sinagoga de Marsella fue pasto de las llamas de un incendio provocado. En París, la multitud arrojó piedras contra un vehículo que transportaba a alumnos de un colegio judío y le rompió los cristales de las ventanillas”.
“En Gran Bretaña, en abril hubo informes de al menos 48 ataques contra judíos, frente a 12 en marzo, 7 en febrero, 13 en enero y 5 en diciembre. En algunos casos las víctimas tuvieron que ser hospitalizadas con graves heridas”.
“En Bélgica se arrojaron bombas incendiarias contra sinagogas de Bruselas y Amberes en abril, y se acribilló a balazos la fachada de una sinagoga de Charleroi, en el sudoeste del país. En Bruselas, una librería y tienda de delicatessen judía fue destruida por el fuego”.
“También en abril se produjeron ataques contra sinagogas de Berlín y Herford en Alemania Occidental. Ese mismo mes, según los informes una joven judía fue atacada en el metro de Berlín por llevar un colgante con la estrella de David, y dos judíos ortodoxos resultaron heridos leves a consecuencia de la agresión de un grupo de personas en una calle comercial de Berlín tras salir de una sinagoga”.
Respecto de casos de hostilidad anti-árabe, el comunicado de AI consignó:
“En Bruselas, el 7 de mayo una pareja de inmigrantes marroquíes murió y dos de sus hijos resultaron heridos por los disparos de un anciano vecino, belga, que, según los informes, hizo comentarios racistas”.
En círculos islámicos, la “islamofobia” está siendo empleada como caballito de batalla contra el antisemitismo, y detrás de éste, contra la noción del sufrimiento judío. Por extraño que suene, parece haber una competencia unilateral musulmana por el monopolio de la victimización, el que aparentemente consideran está en manos del pueblo judío. Este no debiera ser el caso. La OIC está en su perfecto derecho de alertar sobre discriminaciones o ataques anti-islámicos en el mundo. Pero no es constructivo hacerlo con un propósito de sobreimposición.