La asimilación es un exterminio de almas judías
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Por Gustavo D. Perednik
El autor del libro Violín a cuestas se explaya sobre el vínculo de los judíos con el instrumento musical por excelencia.
En un reciente artículo, publicado llamativamente en el diario El País (El malestar español, 22 de julio), Basilio Baltasar se pregunta «por qué somos la sociedad menos competitiva de la Europa moderna» y termina respondiendo que «España ha sido el único país sin judíos… La desgraciada ocurrencia de la expulsión nos privó, en el crucial instante del renacimiento europeo, de una fuerza que se revelaría decisiva en el proceso de reinvención cultural propio de la modernidad… Una comunidad inclinada, por necesidad y vocación, a impugnar los dictados de la tiranía».
La opinión de Baltasar parece ser revalidada por una tesis académica que viene difundiéndose desde hace dos décadas, según la cual uno de los grandes logros que España habría perdido debido a la «desgraciada ocurrencia»… fue el violín.
La probable invención de este instrumento por parte de judíos sefarditas comenzó a investigarse hacia 1983 cuando Roger Prior, de la Universidad de Belfast, recogió un dato sugestivo: el instrumento antecesor del violín, la viola da gamba («pierna» en italiano) fue inventado en España antes de la expulsión y, apenas consumada ésta, el instrumento apareció en Italia para convertirse rápidamente en el violín.
En otras palabras, el violín se originó en Italia cuando aquí se asentaron los expulsados de España y, a pesar de sus raíces españolas, toda referencia al instrumento durante el siglo XVI fue solamente italiana. La viola da gamba habría seguido el mismo recorrido que los expulsados.
Al rastrear ese itinerario entre España e Italia, Prior llegó a la conclusión de que los principales violagambistas habían sido judíos expulsados quienes, una vez que se asentaron en Italia, crearon el violín.
Durante su sondeo, Prior se dedicó a dos detalles históricos elocuentes: uno referido a la familia Amati de Cremona, y el otro vinculado a dos desdichados músicos criptojudíos en Londres, apellidados Moyses y Almaliah respectivamente.
Los Amati fueron célebres lutieres: el padre Andrea (1520-1578) estableció la forma del violín moderno; su obra fue continuada por sus dos hijos y llevada a la perfección por su nieto Nicolò, quien fuera maestro de Andrea Guarneri y Antonio Stradivari (1644-1737). Según Prior, el nombre original de los Amati era «Haviv» («amado» en hebreo, y eventualmente italianizado).
En cuanto a los misteriosos Moyses y Almaliah, la historia comienza con la coronación en 1509 de Enrique VIII, quien decidió enaltecer la corte inglesa importando a Londres músicos italianos. En 1540, un grupo de violagambistas se presentó en su palacio.
Un año después, a fin de congraciarse con Carlos V, Enrique VIII hizo encarcelar a algunos hombres denunciados como observantes clandestinos del judaísmo, práctica prohibida también en Inglaterra. Los criptojudíos detenidos eran de familias expulsadas de España, y procedían de Milán, precisamente desde donde habían inmigrado los violagambistas.
La intuición de Prior de identificar a los malogrados criptojudíos con los violagambistas importados, se vio confirmada en una de las numerosas cartas que escribiera Eustace Chapuys, a la sazón en Londres como embajador de Carlos V para defender a la tía del emperador, Catalina de Aragón, ante su esposo Enrique VIII{1}.
En 1542, Chapuys, que había elogiado los arrestos, se refirió a los judíos arrestados: «Aunque canten muy bien, no podrán escaparse en vuelo de sus jaulas, sin dejar algunas de sus plumas».
Estos «pájaros», los violagambistas de la corte de Enrique VIII, fueron finalmente liberados, menos dos de ellos que murieron en la cárcel: John Anthony y Romano de Milán, cuyos nombres originales figuraron como Anthonii Moyses y Ambrosius Deolmaleyex (probablemente un derivado «de Almaliah»).
Los músicos se habían cambiado los apellidos por hebraicos, pero cuando fueron acusados de judaizantes ya no quedaba mucho por ocultar, y decidieron en la cárcel recuperar su identidad.
Roger Prior llegó de casualidad a la interesante información, mientras indagaba la identidad de la «Dama oscura» que aparece en los últimos veinticinco sonetos de Shakespeare (1609) –los más eróticos de su colección de 154.
Hay quienes sostienen que la «Dama oscura» era un personaje de ficción, aunque la mayoría de los historiadores se inclina por identificarla con personas reales como Mary Fitton, Elizabeth Wriothesley y Emilia Bassano. Ésta última fue esposa del músico Alfonso Lanier y autora de un poemario titulado Salve Dios al Rey de los Judíos (1611). Si ella fuera en efecto la «Dama oscura» de Shakespeare (como sostiene el historiador Alfred Rowse) el epíteto podría explicarse por su origen español.
Cuando Prior exploró la biografía de la Bassano, notó que el lenguaje con el que Shakespeare la mencionaba aludía a una hebrea. Adicionalmente, descubrió que varios miembros de la familia Bassano pertenecían a la orquesta de cámara de la corte de Enrique VIII. Prior fue coautor del libro «Los Bassanos: músicos venecianos y hacedores de instrumentos en Inglaterra 1531-1665» en el que incluyó un capítulo sobre Emilia Bassano identificada con la «Dama oscura».
Su tesis sobre la génesis del violín volvió a difundirse hace unos días (20-8-09) en el diario israelí Jerusalem Post, el que desgrana cómo la revelación de Prior fue ampliamente presentada en un simposio sobre violín que se llevó a cabo en mayo pasado en la centenaria escuela Juilliard de Nueva York –el centro más prestigioso en artes escénicas. Durante el congreso, la violinista barroca inglesa Monica Huggett –quien dirige el programa artístico de la Juilliard– dictaminó en su exposición: «El violín no parece ser de origen italiano sino judío».
Un idilio de medio milenio
El vínculo de los judíos con el violín se extendió a lo largo de los siglos. Hacia 1600, nació en Mantua la primera gran escuela de violinistas, bajo la dirección de Salamone Rossi, cuyas obras han perdurado. Comenzó con una veintena de cancionetas (1589), y en 1623 publicó una colección de liturgia judaica de estilo barroco, cuyo título parafrasea al de uno de los libros bíblicos: «Los cánticos de Salomón».
La hermana de Rossi era cantante de ópera; él, durante cuatro décadas sirvió en la corte de Mantua, por contrato del duque Vincenzo con el fin de entretener a los huéspedes. Allí ejerció de violinista para la duquesa Isabella d Este Gonzaga (también el maestro de danzas de Isabella, Gugliemo Ebreo Pesaro, era judío). Rossi murió en 1630, cuando las tropas austriacas invasoras destruyeron el gueto de Mantua.
En el siglo XVIII surgió el jasidismo, un movimiento entonces renovador de la religión judía, en base de las melodías y el júbilo. El violín protagonizó la jasídica celebración musical, y penetró con el clarinete en cada villorrio («shtétel» en ídish) y barrio judío, donde ambos instrumentos alegraban nacimientos y bodas. En las bandas klezmer de arte judío, el violinista y el clarinetista constituyen la parte más visible.
En el siglo XIX, muchas aldeas judías de la «Zona de Residencia» (fuera de la cual los judíos tenían prohibido radicarse) albergaban escuelas de música en las que los niños aprendían violín desde temprana edad, y en las que se producían para ese instrumento composiciones judaicas originales. Durante ese siglo tres de los principales violinistas fueron israelitas: Joseph Joachim (a quien Johannes Brahms dedicó su concierto de violín), Ferdinand David (a quien Félix Mendelssohn dedicó el suyo) y Henryk Wieniawski.
En 1980, el musicólogo Vitally Zemtsofsky localizó a uno de aquellos violinistas «graduado» de los conservatorios del shtétel. El gran pedagogo de esa música fue Leopold Auer, quien abrió camino a los principales violinistas del siglo XX, la mayoría de los cuales fueron judíos: Jascha Heifetz, Isaac Stern, Yehudi Menuhin, David Oistrakh, Nathan Milstein, Mischa Elman, Pinchas Zukerman, Joshua Bell, Joseph Szigeti, Bronislaw Huberman, Leonid Kogan, Arnold Steinhardt, Paul Zukofsky… la lista es interminable. (Cabe agregar que Albert Einstein era bastante virtuoso en el violín, que había estudiado desde los seis años).
En el siglo XX, el violín fue consolidándose como parte de la cultura de los judíos, y su desproporcionada presencia entre los máximos violinistas podría explicarse ahora en base de la tesis de Roger Prior.
Un adicional aporte violinístico de los judíos fue la incorporación del instrumento a la música de tango. Miguel Gadea Sandler, un estudioso del tango, ha señalado esta peculiaridad: el violín, «típico entre las comunidades judías de Europa del Este» inmigró con ellas a Hispanoamérica.
Desde el tejado
Cuando el pintor Marc Chagall retrató a su tío Neuch, lo colocó con su violín subido al techo de su casa. Hace medio siglo, Joseph Stein adaptó la obra de Scholem Aleijem Tevie y sus hijas ó Tevie el lechero (1894), y recogió aquella imagen para producir su memorable éxito musical: El violinista sobre el tejado.
Un violinista como representativo del destino hebreo es muy atinado. En el remolino de la historia, el judío se encarna a quien se esfuerza por destilar armonía a pesar de su precaria ubicación en un tejado, lo que exige habilidad para el equilibrio e inveterado optimismo.
La pieza fue la primera de las comedias musicales famosas que abordó una temática seria como era la persecución y pobreza: las penurias de los hebreos en el shtétel de Anatevka en la Rusia zarista de 1905; y las dificultades de Tevie, su esposa Golde y sus cinco hijas para mantener la tradición en un mundo velozmente cambiante.
Vale recordar la novela Gambrinus (1907) de Alexander Kuprin, que trata de un violinista judío en Odessa que deleita a los marineros con su música hasta que le cortan las manos en un pogromo (notablemente, Kuprin quiso hacer una oda a la entereza humana, por lo que el violinista manco, aprende a tocar las mismas melodías en un silbato).
Acerca del violinista prodigio Fritz Kreisler, su hermano Hugo ironizaba: «Yo soy judío, pero no sé si mi hermano lo es». En efecto, Fritz ocultaba su judeidad debido a la judeofobia de su esposa Harriet. Cuando ésta insistió en que «Fritz no tiene en sus venas ni una gota de sangre judía», Leopold Godowsky repuso: «Debe de estar muy anémico».
A fin de eludir la animadversión del medio durante la primera mitad del siglo XX, muchos músicos judeoalemanes desdibujaron su origen. En muchos casos la huída fracasaba porque en alguna medida a los violinistas los delataba la profesión.
Una de las explicaciones más tempranas del ubicuo idilio entre los israelitas y el violín está en el libro La distribución comparativa de la habilidad judía (1886) en el que Josef Jacobs enumera cuatro preeminencias de los judíos: dos debidas a un impulso interno de su propia cultura (la música y la metafísica) y dos resultantes de actividades impuestas por el medio circundante (la filología y las finanzas). En lo que se refiere a la proclividad musical, su causa última sería «el carácter hogareño de la religión judía, que necesariamente hace que la música forme parte de sus hogares».
La célebre película de Steven Spielberg La lista de Schindler puso una vez más al violín en un rol central y simbólico, con la música de John Williams interpretada por el israelí Itzhak Perlman. Cuando éste cumpliera sesenta años, se editaron en Israel sus interpretaciones más famosas de klezmer, música jasídica y litúrgica, bajo el elocuente título de Un violín judío (2005).
Hoy en día, la nómina de violinistas de renombre internacional ha sido ampliada por varios otros israelíes como Gil Shaham, Vadim Gluzman y Shlomo Mintz. En este país se alienta la educación musical desde numerosos conservatorios y escuelas, y consecuentemente el violín constituye un instrumento primordial. Los jóvenes secundarios israelíes pueden optar por el violín como materia para rendir sus exámenes finales. Acaso se contribuye así a mantener al Estado judío devoto de un instrumento en el que su tradición halló un asiduo referente.

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