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Por Luis Marín
A finales de 2009 se podía visitar en el hall de la Biblioteca Central de la UCV la exposición itinerante sobre “El Diario de Ana Frank”, pasear entre paneles adornados con viejas fotografías familiares y ver un corto video que reseñaba la conmovedora historia de la casa de atrás o el anexo secreto, como ella gustaba llamar a su improvisado refugio.
Parecía válido preguntarse qué podría decirle una jovencita de entre 13 y 15 años de edad a los jóvenes de un país que tendría que parecerle exótico y remoto a holandeses y alemanes de la primera mitad del siglo pasado.
Pero la exposición resultó ser una triste premonición de la situación que estamos viviendo actualmente en Venezuela y en buena parte del mundo, en que una vez más se ha desatado la incitación al odio contra los judíos como una fórmula de movilización política, equivalente a la “lucha de clases”.
Los grandes movimientos totalitarios que devastaron al siglo XX, comunismo y nacionalsocialismo, acusaban a una clase y a una raza, burgueses y judíos, respectivamente, de ser los culpables de todos los males de la sociedad, por lo que bastaría aniquilarlos para que todos los problemas se resolvieran, surgiera una nueva sociedad y el hombre nuevo.
Acusaciones además de falsas oportunistas, porque tratándose por definición de minorías, podían ser atropelladas impunemente sin que la mayoría se sintiera a su vez amenazada, creyendo que la cosa no era contra ellos, de manera que podían pasar agachados, refugiándose en una indiferencia que oscila entre la cobardía y la comodidad: adherir al régimen para salvarse de su hostilidad.
Lenta pero perceptiblemente, lo que se postula como grandes designios de la  historia o de la naturaleza van invadiendo la vida cotidiana de las personas. Las familias concretas, los padres, los hijos, son asediados con una prohibición tras otra, restringidos con un control nuevo cada día, un registro, un estigma, hasta llegar a la agresión personal directa, al arresto, deportación y exterminio.
Si algo sorprende en el Diario de Ana Frank es su aplastante sencillez.  No hay hechos espectaculares, ni aventuras rocambolescas, sino la pura y simple cotidianidad de unos seres humanos normales y sensibles, sometidos al acoso de la intolerancia nacionalsocialista.
El Diario sólo contiene dos cosas: la descripción minuciosa de la vida cotidiana de dos familias y un allegado, ocho personas en total (y un gato), acorralados por un proceso que hasta el último momento se resisten a creer que sea cierto. Luego, una suerte de introspección de la autora, que con la misma escrupulosa implacabilidad que observa a sus compañeros de infortunio se disecciona a sí misma, volteándose hacía afuera, como un guante, para mostrarnos las tormentas que se desarrollan en su interior, lo que cabe en una niña que pasa a la pubertad aparatosamente, encerrada, en medio de la mayor incomprensión y sin consuelo.
Ana nos muestra su alma escindida entre una frívola, dicharachera, coqueta y otra más profunda, seria y vulnerable que, por eso mismo, debe permanecer en resguardo, mientras la primera da la cara al exterior.
Explora su cuerpo efervescente, describiendo explícitamente hasta sus partes más íntimas; incluso la llegada de la menstruación, pese a las evidentes molestias que le acarrea en su situación de por sí incómoda, le encanta,  quizá por lo que de afirmación de su feminidad implica. Quiere ser mujer antes que nada, periodista y escritora.
Revela sus sentimientos secretos contra su madre y su cálido afecto por el padre, en una especie de versión femenina de Edipo, que quizás le ganaría la adhesión inmediata de cualquier adolescente sincera.
Los sueños, el amor y el temor, también serían compartidos por cualquier ser humano normal. La doble personalidad, típica de los Géminis, fue inspirada aparentemente por los cuentos de su padre, sobre Paula la Buena y Paula la Mala, modelos didácticos de conducta, que siempre entrañaban una moraleja.  
Cuando ensaya alguna opinión política, en realidad sólo describe las opiniones de los adultos.  Si tuviera algún pensamiento filosófico, sería la convicción en la íntima bondad de los seres humanos, a pesar de todo; idea también heredada de su padre, que la siguió repitiendo aún después de haber sido el único de ellos que  sobrevivió a los campos de concentración.
Pero todo esto todavía no nos explica qué es lo que tiene de especial e irrepetible, cómo podría explicarse la extraña fascinación que sigue produciendo el Diario y la frágil figura de Ana, en un tiempo caracterizado por el fanatismo, la insensibilidad y el horror institucionalizados.
Después de tantos libros y artículos, obras de teatro, películas y hasta ballet dedicados a contar su historia, ¿vale la pena volver sobre el drama que Ana refleja en su Diario?
Podríamos responder que, trágicamente, sí. Un aparato internacional de propaganda incita el odio contra Israel y en consecuencia contra los judíos, a fin de justificar la destrucción del Estado y por ende, el exterminio de los judíos.
Hoy como ayer, ni siquiera los mismos judíos quieren creer que esta sea la intención de sus enemigos o que puedan llevarla a cabo, pero el testimonio de Ana Frank nos demuestra todo lo contrario.
Las asociaciones israelitas dicen no comprender las declaraciones anti judías de José Miguel Insulza, de MERCOSUR y Zapatero; pero lo realmente incomprensible es que no se hayan dado cuenta de lo orquestados que están los socialistas de todos los países.
Por ejemplo, la expropiación del Sambil es un acto antisemita, un "kristalnach" que responde a la doctrina socialista y comunista de que para destruir el supuesto poder de los judíos hay que quebrarle el espinazo al comercio judío.
¿Irracional? El antisemitismo nunca ha sido racional ni se basa en los hechos.
Por ejemplo, las asociaciones de banqueros europeos de preguerra aceptaban de buena gana el mito del dominio judío de las finanzas aunque podían constatar que no había ningún judío entre ellos.
Que todos los medios de comunicación divulguen con la mayor naturalidad la propaganda antisemita no afecta para nada el prejuicio de que los medios están controlados por los judíos; ni las rutinarias condenas de la ONU contra el Estado de Israel afecta para nada el slogan de que la ONU es un instrumento del sionismo internacional.
Si aparecen redivivos los mitos de las 300 familias, de los lobos de Wall Street,  del gobierno secreto sobre las naciones cristianas, de la conspiración judía mundial y su responsabilidad en la crisis económica y financiera como parte de su plan para dominar el mundo, del lobby judío que maneja la política exterior de los Estados Unidos, es decir, la reedición de los Protocolos de los Sabios de Sión, ¿puede  pasar de moda el Diario de Ana Frank?
El contraste era abrumador: por un lado dictadores totalitarios implacables, al mando de inmensas maquinarias diseñadas para asesinar con método y escala industrial; por el otro, una simple escolar garrapateando en su Diario todo lo que pasaba ante sus ojos y ocurría en su interior, con idéntico asombro.
Lo desconcertante es que haya vencido la niña. Que renazca todos los días en el alma infantil que nos conmueve hasta las lágrimas; mientras la humanidad en pleno maldice a aquellos dictadores vesánicos, que pretendían una gloria y veneración que Dios sólo reserva a los inocentes. Pero aquí están de vuelta, otra vez, las fuerzas del Mal.
La única esperanza que puede reconfortarnos es que aquellos que eligieron el mismo camino de Adolfo Hitler compartan también su destino.

Fuente: Diario de America

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