Por Paul Lustgarten
El viernes 1 de septiembre de 1939 marca el comienzo de la Segunda Guerra Mundial. Traición, mentiras y asesinatos fueron las características de Adolfo Hitler cuando comenzó la Segunda Guerra Mundial y se mantuvieron hasta el final de la misma.
La Wermacht, o sea, el Ejército alemán, tenía la orden de invadir Polonia en la madrugada del 1º de septiembre de 1939, pero los primeros asesinatos comenzaron la noche anterior, cerca de un pueblo fronterizo llamado Gleiwitz.
Unos oficiales de la SS tomaron doce prisioneros del campo de concentración de Orianemburg, en las cercanías de Berlín, les ordenaron vestirse con uniformes del Ejército polaco, luego les inyectaron veneno y los fusilaron. Las doce “víctimas polacas” fueron arrojadas en el bosque cerca del pueblo de Hochlinde para exhibirlos luego a la prensa extranjera. Los asesinos de la SS tomaron a otro prisionero de Orianemburg cuando entraron en la estación de radio de Gleiwitz, sacando del aire una sinfonía de Mozart que se transmitía, y dispararon con sus pistolas en todas las direcciones para simular el ataque polaco.
Los asesinos de la SS gritaban en polaco, con los micrófonos abiertos, que estaban invadiendo a Alemania. A las 10 de la mañana del día siguiente, Hitler se dirigió al pueblo alemán para justificar su agresión a Polonia. En esa alocución dijo: “Por primera vez, soldados regulares polacos han disparado en nuestro país, y desde las 5:45 am hemos estado devolviendo el fuego. De ahora en adelante las bombas polacas serán respondidas con bombas”.
Fue una mentira tan grotesca que ni siquiera los alemanes se la creyeron. Cinco meses antes, ese cabo bohemio, ahora dueño absoluto de Alemania, le había dado al Ejército el plan conocido como la Operación Weiss, donde decía que el objetivo de la Wermacht era destruir las fuerzas armadas polacas y por lo tanto era necesario preparar un ataque sorpresivo en cualquier momento a partir del 1º de septiembre. Pero aún faltaba algo para dar ese paso y ese algo era neutralizar a la Unión Soviética, lo cual se logró unos días antes de la invasión. El 23 de agosto se firma el pacto de no agresión germano-soviético conocido como el Pacto Molotov-Ribbentrop, el cual, además de ser un pacto de no agresión, también incluía la división de Polonia entre ambas dictaduras totalitarias. Este acuerdo es recibido con hostilidad por parte de Francia y Gran Bretaña. Estas dos potencias firmaron a su vez el Pacto de Ayuda Mutua con Polonia el 25 de agosto en caso de que cualquiera de esos países sufriera una agresión.
El límite de la división de Polonia estipulado en el Pacto Molotov-Ribbentrop era el río Bug. Fue el pacto más absurdo de la historia. Los dos archienemigos se aliaron para una acción común. Dos años después, el 22 de junio de 1941, la Alemania nazi invadió a la Unión Soviética. El Ejército polaco mal preparado y obsoleto fue fácilmente derrotado, al no poder hacer frente a las superiores fuerzas germanas que estaban usando su famosa técnica llamada Blitzkrieg (guerra relámpago). En las primeras horas de la invasión, los nazis destruyeron a casi toda la aviación polaca. Sólo ciento diecisiete aviones lograron escapar a Rumania.
Los polacos estaban sorprendidos con la velocidad con que avanzaban los ejércitos alemanes. Polonia contaba con dos aliados para su defensa. El general “lodo” (en la parte de la Polonia invadida se formaban grandes áreas con lodo en época de lluvias, pero esto no fue impedimento para el Ejército mecanizado alemán) y la protección de Inglaterra y Francia tenían un pacto para defender a Polonia en caso de agresión. Ninguno de los dos fue efectivo.
Tanto para los gobiernos como para los pueblos de Inglaterra y Francia, estos fueron tiempos de angustia. Ya habían pasado por otros problemas, como la anexión al Tercer Reich de Austria y Checoslovaquia. El mariscal Pilsudski, jefe del Gobierno polaco hasta 1935, año de su muerte, había firmado, en 1934, un pacto de no agresión con Alemania, de diez años de duración, por lo que la Alemania nazi no se molestó en presentar a Polonia una declaración formal de guerra.
El día sábado 2 de septiembre a las 10 de la mañana, el secretario de Relaciones Exteriores de Inglaterra, Lord Halifax, llamó al embajador alemán, en Londres, para preguntarle si tenía una explicación sobre esa “seria situación”. El embajador respondió que los alemanes sólo se estaban defendiendo del ataque polaco. Aun con la Wermacht atacando toda Polonia, los aliados (Francia e Inglaterra) pensaban que Hitler podía alcanzar “su meta” (anexarse Polonia) sin una conflagración mayor.
Justamente antes del día de la invasión, el ministro de Relaciones Exteriores de Francia, George Bonnet, un creyente devoto del apaciguamiento, llamó a Mussolini a Roma para decirle que Francia estaría interesada en una conferencia cuatro-partita al estilo de la de Múnich, en la cual se vendió Checoslovaquia, si con la misma se podría lograr la paz. Ni siquiera mencionó la necesidad de que los alemanes frenaran la invasión de Polonia.
El Gabinete británico se reunió en la tarde del día de la invasión y Neville Chamberlain se dirigió al mismo y dijo: “Si los alemanes no paran la invasión y retiran sus tropas de Polonia, Inglaterra se vería obligada a entrar en acción”, y solicitó la misma actitud a Francia, pero Bonnet respondió que su país no estaba preparado y que necesitaba unas cuarenta y ocho más para entrar en acción. El Parlamento inglés estaba molesto con la demora de Chamberlain, por lo que éste llamó al primer ministro de Francia, Eduard Daladier, y le manifestó que Inglaterra no podía esperar cuarenta y ocho horas.
Halifax llamó a Bonnet y le propuso dar un ultimátum a las 8 de la mañana del día domingo, pero Bonnet insistió en que fuera en la tarde. Halifax le respondió que en ese caso Inglaterra actuaría unilateralmente. Finalmente, Francia accedió. Halifax telegrafió a Neville Henderson, embajador ingles en Berlín, diciéndole que entregara el ultimátum a Ribbentrop a las 9 am. Éste, con sorna, le hizo saber que no estaría disponible y que le dejara el ultimátum al intérprete Paúl Schmidt, quien lo llevó a Hitler, quien a su vez estaba acompañado de Ribbentrop. La guerra había empezado.
Mientras tanto las tropas alemanas seguían avanzando en Polonia. Tan temprano como el 4 de septiembre, el Gobierno polaco comenzó la evacuación de Varsovia. El Banco Central de Polonia envió sus reservas de oro a un lugar cercano a la frontera de Rumania. El 7 de septiembre el ministro de Relaciones Exteriores de Polonia le comunicó al cuerpo diplomático extranjero, acreditado en Varsovia, que el Presidente Ignacio Moscicki, el premier Felicjan Slawoy Skladkowski y su Gabinete se estaban retirando en tren a Noleczów, a ochenta y cinco millas de Varsovia.
El 6 de septiembre, o sea el día anterior, el mariscal Edward Smigly-Rytz, el supuesto hombre fuerte de Polonia, y su Estado Mayor se retiraban a Rumania y aparentemente todo el Gobierno polaco fue a parar a Suiza, donde más nunca se supo de ellos.
El 17 de septiembre, la Unión Soviética ocupó la parte oriental de Polonia, hoy Rusia blanca. En tres semanas Polonia estaba conquistada. El primer capítulo de la Segunda Guerra Mundial había llegado a su fin, es decir, el fin del principio había concluido.
Seis años después, cuando finalizó la guerra, se empezaron a contabilizar los hechos y el mundo se dio cuenta de que esa guerra, que comenzó con la invasión de Polonia, no fue una simple guerra: fue una guerra de aniquilamiento con más de cincuenta millones de víctimas, donde reinó el terror, la humillación, la tortura, el asesinato en masa de víctimas inocentes, y donde la barbarie mostró sus más bajos instintos, algo que la Humanidad nunca había visto antes.