¿Negociar una paz justa y duradera?

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Por Bernardo Ptasevich
No es lo mismo querer hacer la paz que tener la necesidad de vivir en paz. Los israelíes necesitamos vivir en paz, necesitamos certezas a corto mediano y largo plazo.
Es la utopia más grande de todo judío que se precie, en Israel y en cualquier punto del planeta: poder desarrollar la vida en paz. Es el sueño que año tras año golpea en nuestra mente y en nuestro corazón, más allá de la razón y de las posibilidades concretas de lograrlo. Sin embargo la realidad pega una bofetada a nuestra deseada fantasía y nos muestra que hace muchos años procuramos adelantar sobre el tema sin haber logrado sólo frustraciones.
Nuestro interés a negociar es aprovechado por nuestros enemigos, con injerencias de otros países que tienen intereses políticos y comerciales con ellos, y ningún adelanto, absolutamente ninguno.
De tanto en tanto una guerra, de tanto en tanto un período de agresión con cohetes a civiles israelíes y sólo de vez en cuando contestamos con un ataque defensivo que nos hace acreedores a las críticas de todo el mundo incivilizado. Perdón, quise decir civilizado, sólo que las actitudes que tienen me hicieron confundir.
Es que ninguno de esos países criticones se aguantaría ni un 20% de la tolerancia que tuvo Israel antes de defenderse. Luego de los sucesos de los últimos días en que tuvimos muchas novedades, incluido soportar un nuevo discurso antisemita en el seno de la ONU y uno muy realista del primer ministro Biniamín Netaniahu sobre la paz que necesitamos.
Ya no quiero hacer la paz, solo quiero vivir en paz. No quiero hacer la paz porque no hay forma de hacerla con personajes como Ahmadineyad, Nasrala, Haníe y tantos otros. También porque aunque uno quiere siempre dejar a los pueblos libres de responsabilidad o pensar que ellos no tienen nada que ver con lo que sucede, veo con tristeza que en su gran mayoría nada ha cambiado en esas personas. Esos pueblos son los que pusieron a estos personajes donde están, algunas veces con votos y otras apoyando sus acciones violentas.
No vamos a pensar ahora que los iraníes nos aman, que los libaneses nos adoran, que los palestinos son nuestros amigos sean del Hamás o de la Autoridad Palestina. Estos líderes, pero también gran parte de sus pueblos nos odian. No es un tema de intereses, de tierras, de dioses ni de creencias.
Si el odio fuera una tradición sería un problema de tradiciones porque existe desde muchísimo tiempo y no siempre por causas concretas. Hoy, en 2009 o en el año judío 5770, podemos decir que después de miles de años, de cientos de años, de decenas de años, de años, de meses y de días, nada ha cambiado. Ninguna gestión propia o ajena, ningún acuerdo, ninguna concesión, ninguna resignación ha podido cambiar el odio ancestral que es el problema principal y el obstáculo insalvable para lograr la paz.
Las recientes declaraciones de odio de estos personajes no son más que gritos de guerra, insultos y provocaciones.
Vemos una vez mas que no hay con quien hacer ningún tipo de acuerdo, que ni siquiera vale la pena gestionar o conceder porque todo lo que se haga será usado en contra nuestro,, que estamos gastando pólvora en chimangos, tiempo, voluntad, trabajo y dinero en algo que sólo nos traerá más de lo mismo.
Para quienes hemos creído en la paz casi como una forma de vida llegar a estas conclusiones es un golpe bajo, casi un knock out.
¿Cómo seguir adelante con la convicción de que todo lo que se quiso hacer hasta ahora estaba equivocado? ¿Cómo asumir que no ha valido la pena, que tantos sueños quedarán relegados? Sin embargo, queda la esperanza de poder vivir en paz.
Si es imposible hacer la paz, deseo vivir en paz. Ya sé que no es lo mismo, pero hay que conformarse con lo posible. Debemos usar todo el potencial utilizado para negociar con interlocutores equivocados en mantener esa paz interna que hemos logrado en base a la defensa de nuestras fronteras, de nuestros valores, nuestras fe y nuestra gente.
Si la guerra hoy anda cerca y a nuestro alrededor, que siga por esos lados. Tratemos en lo posible de no participar salvo cuando esté en juego nuestra existencia. Nuestros vecinos seguirán peleando. Cuando no sea contra nosotros será entre ellos. No sé si nacieron para pelear y morir porque nadie nace terrorista o profesor pero sí sabemos que fueron educados para ello.
La vida vale poco a nuestro alrededor. Nosotros no queremos perder ni a uno solo de nuestros soldados ni a uno solo de nuestros habitantes y cuando eso pasa lo sufrimos como un gran desastre.
No debemos negociar más con quienes no quieren ni van a querer hacerlo, con quienes usan esos medios sólo para sacar ventajas mientras siguen con sus ambiciones de exterminar al pueblo judío y a Israel. Si no nos mostramos interesados moveremos todo el tablero de la situación de Oriente Medio.
En lugar de pedir constantemente para negociar esperemos a que cambien los interlocutores, que se depuren los líderes por procesos en los que no podemos ni debemos intervenir. Eso puede llevar mucho tiempo, años, pero sin ese cambio no hay posibilidad alguna de acordar nada. Aunque esos nuevos líderes no van a cambiar su postura básica hacia nosotros deberán por lo menos tener la real intención de buscar paz y progreso para su gente compatible con la paz que nosotros anhelamos.
Mientras tanto nada. Nada de la comunidad internacional, nada del Consejo de Seguridad de la ONU, nada de los países árabes, y ni siquiera aceptar la presión de los Estados Unidos. Los intereses propios de nuestro aliado y Barack Obama pretenden que hagamos promesas y acuerdos que nos van a perjudicar en el futuro cercano. No son nuestros mismos intereses, no nos asegurarán la paz y sobre todo no van a desterrar el odio que nuestros enemigos tienen actualmente.
Nos vamos a cuidar mejor si concentramos nuestros esfuerzos a defendernos en lugar de negociar con personajes imposibles. El potencial humano, las ideas, millones de dólares en viajes, recepciones, honorarios, deberán por ahora volcarse a la defensa de la paz, esa que disfrutamos a pesar de los titulares de los diarios internacionales, dentro de Israel. La realidad es más fuerte que los sueños. Por lo menos por ahora y mientras estos lideres fundamentalistas dirijan los destinos de los países o pueblos que hoy son nuestros enemigos.

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