Por Nelson Rivera
Vivió con ella. La buscó en todos los recodos de la literatura, incluso en los libros de tradiciones distintas a la occidental como las de Japón, India y otras. A lo largo de ocho décadas la pensó una y otra vez, como si le resultara imposible separarse de ella. Tenía nueve años cuando perdió a su padre en 1914: desde ese momento, marca del destino en su alma de hombre angustiado por el mundo, Elías Canetti se hizo inseparable del pensamiento de la muerte.
Tuvo una vida larga, en la que muchos de sus entrañables, incluyendo a las dos esposas que tuvo y a Friedl Benedikt, su amante, también partieron de la vida. Se impuso un objetivo que nunca logró cumplir, el de escribir un libro contra la muerte. “Desde hace muchos años nada me ha inquietado ni colmado tanto como el pensamiento de la muerte. El objetivo serio y concreto, la meta declarada y explícita de mi vida es conseguir la inmortalidad para los hombres”.
Esa obsesión que no alcanzó el formato de un texto único (digamos, un tratado sobre la muerte), lo convirtió en un incansable autor de anotaciones. Muchas de ellas fueron repartidas en El suplicio de las moscas (“Una sonrisa que detenga a la muerte”), en La provincia del hombre y en El corazón secreto del reloj. Otras forman parte de la cuantiosa tarea, todavía en proceso, de edición de sus numerosos cuadernos de notas, al que están dedicados su hija y varios especialistas desde hace años. Otras, que provienen de ocho cuadernos, que van de 1942 a 1988, han sido reunidas en Libro de los muertos (Editorial Galaxia Gutenberg, España, 2010).
Notas de un alma que se resiste a aceptar lo inevitable; textos breves de distinta hechura e impotencia (“intento pensar en la muerte como si hubiera pasado”); estupefacción (“Cuanto más muere, más se muestra él amante del orden”); recopilación de lo inimaginable: Canetti no sólo recoge pensamientos de otros autores (a Montaigne lo enjuicia por su trato trivial de la muerte) o cita libros de la Antigüedad, sino que se interroga por las propias limitaciones que tiene su propósito de pensar la muerte: “Sistemáticamente no puede decirse nada sobre la muerte”.
El paso de las décadas, el transcurrir de un siglo terrible del que ha sido un testigo sufriente, el incalculable esfuerzo que debe haber supuesto escribir Masa y poder (este año se celebran cincuenta años de su publicación en 1960), no hizo ceder ni un ápice a Canetti en su postura como enemigo de la muerte: “Querías decir con toda dureza lo que cuenta contra la muerte, una vez más, definitivamente, también para ti mismo. Pero de pronto tienes la sensación de que es demasiado tarde, como si nada ya contara, como si todo, incluso aquella nimiedad, se hubiera vuelto revocable”.