Por Rebeca Perli
No se puede recurrir a la libertad de expresión para tergiversar la verdad histórica.
En el marco de una serie de artículos relacionados con la conmemoración de los 70 años del inicio de la II Guerra Mundial, el diario El Mundo, de España, ha tenido la desafortunada ocurrencia de incluir una entrevista a David Irving, el negador del Holocausto por antonomasia. Desafortunada y de irrespeto a las heridas siempre abiertas de los, a medida que pasa el tiempo, cada vez menos sobrevivientes.
"No compartimos la mayor parte de lo que dice, pero defendemos su derecho a decirlo", se justifica el diario, con lo que se escuda en la libertad de expresión, pero no se puede recurrir a este sagrado derecho para tergiversar la verdad histórica. Si David Irving es capaz de probar que el Holocausto no existió (y ojalá hubiera sido así), bienvenidos sean sus argumentos, pero éstos se caen por su propio peso, aunque, lamentablemente, es más fácil no creer que creer las atrocidades cometidas por Hitler y sus secuaces durante la II Guerra Mundial.
Irving, junto con otros personajes tristemente célebres encabezados por Ahmadinejad, se han propuesto borrar el Holocausto del disco duro de la historia y cuando un medio de la reputación de El Mundo les da tribuna, se abre la opción de que quienes no estén al tanto de la realidad den por ciertas estas falacias.
Emitir juicios sin pruebas fehacientes, lejos de enaltecer, agravian a la libertad de expresión y causan daños irreparables. La carrera de cierto político fue arruinada por sus enemigos cuando propagaron el rumor de que su hermana era una prostituta. Nada sirvió para reivindicarlo, ni siquiera el hecho de que no tenía hermanas.
¿Es válido mentir invocando la libertad de expresión? En una conferencia Isabel Allende citó el siguiente proverbio judío: "¿Qué es más verdadero que la verdad? La historia".