Por Anita Shapira
Parte II
El sionismo tenía la intención de convertir a un pueblo diaspórico en un pueblo territorial, con soberanía en su territorio. Desde el punto de vista social, esto implicaba procesos de inmigración y reasentamiento en Eretz Israel de un pueblo que desde hacía siglos era mayoritariamente europeo. ¿Cómo hacer para que un pueblo europeo se transformara en mesoriental?. Esta cuestión está indisolublemente ligada con uno de los fenómenos predominantes a fines del siglo XIX y el siglo XX: la gran emigración de los pueblos. Una de las leyendas más conocidas es la del judío errante: un anciano con un lío al hombro, que deambula de país en país.
En rigor de verdad, a partir del siglo XVI los judíos casi no se movieron de sus lugares, hasta el último cuarto del siglo XIX. Sólo entonces se integraron al gran movimiento migratorio europeo, que envió a millones de alemanes, italianos, irlandeses, ingleses y polacos a las colonias de ultramar. Para los judíos de Europa del Este, la inmigración a tierras de ultramar fue precedida por la conciencia de que el orden de vida existente tambaleaba, y en especial la seguridad física. Mientras los problemas de la existencia judía estuvieron limitados a la cuestión de las posibilidades económicas, a la esperanza de un futuro mejor, los judíos tendieron a preservar sus marcos de vida tradicionales y a no arriesgarse a viajar con rumbo desconocido. Pero a partir del último cuarto del siglo XIX, los judíos comprendieron que los gobiernos no podían garantizarles la seguridad física; ésa fue la razón primordial que generó la bola de nieve de la emigración allende los mares, El colapso de las pautas de la sociedad judía tradicional en Europa del Este a partir de la ola de emigración masiva ya era evidente para un observador atento a principios del siglo XX. El libro de Agnon "Huésped por una noche" describe fielmente el proceso de vaciamiento de la aldea que pierde a sus jóvenes, el ocaso de toda una cultura y la sensación de que no hay camino de retomo. En la Primera Guerra Mundial, los judíos fueron expulsados de la Zona de Residencia al interior de Rusia, las aldeas fueron destruidas y las tradiciones se quebraron. Con el estallido de la revolución bolchevique y la guerra civil que la sucedió, lo que aún quedaba de las viejas pautas de vida se consumió en la hoguera de la guerra. El lapso entre ambas guerras mundiales no propició la estabilidad: la creación de nuevos estados nacionales en Europa del Este generó cambios económicos que afectaron a la pequeña burguesía judía; los más jóvenes e intrépidos optaron por partir. El conocido poema de Ytzik Manguer, "Junto al camino hay un árbol" refleja esta realidad.
La emigración como fenómeno legítimo, aceptado y paneuropeo convirtió la posibilidad de emigrar en general, aun a Palestina, en una opción que muchos judíos tomaron seriamente en cuenta en momentos necesarios. Si bien la inmigración a los países colonizados por blancos, en especial los Estados Unidos, eran la opción preferida, desde el momento en que la emigración se transformó en un fenómeno legitimo hizo posible la revolución ideológica que implicaba la decisión de emigrar a Eretz Israel.
El cambio de rumbo de la emigración judía y su orientación a Eretz Israel fueron en primer término consecuencia de procesos mundiales, y no de una convicción ideológica. El cierre del acceso a los Estados Unidos ante la inmigración de Europa del Este y del Sur a comienzos de la década de 1920 estaba también dirigido a Los inmigrantes judíos que se agolpaban a las puertas del país de las posibilidades ilimitadas. La crisis económica mundial de 1929 reforzól as tendencias de cierre de los países tradicionalmente inmigratorios. Al mismo tiempo, la situación de los judíos de Europa se deterioró con el ascenso del nazismo al poder y con las tendencias protofachistas de los gobiernos de Polonia, Rumania y Hungría. Quien lea la novela de Bashevis Singer "La familia Moskat" quedará en primer lugar impresionado por la sensación de asfixia, de jaula cerrada, sin salida, que embargaba a los judíos de Polonia a fines de la década de 1930. La solución sionista se transformó en la única posibilidad real abierta a los judíos, no porque Ibera más acertada o mejor, sino porque las otras soluciones sencillamente no existían. El tratamiento de shock que recibió el pueblo judío durante la Segunda Guerra Mundial convirtió a la opción sionista en la única alternativa razonable para cl futuro de la existencia del pueblo como ente colectivo.
La gran emigración de los pueblos se prolongó también durante la década posterior a la Segunda Quena Mundial; el dominio del comunismo sobre los países de Europa del Este generó una ola de refugiados judíos que afluyó a Occidente. El deterioro de la situación de los judíos en los países islámicos a partir de la creación del Estado de Israel produjo la emigración de casi todos sus judíos. En aquellos desafíos, el único país dispuesto a absorber a todos los refugiados judíos era Israel.
La huida de los refugiados de Oriente a Occidente no fue exclusiva de los judíos: millones trataron de hacerlo. Algunos años más tarde, la emigración de los países de Asia y África a las ex potencias coloniales habría de convertirse en uno de los principales fenómenos de la segunda mitad del siglo XX. La disposición a asumir el riesgo y cambiar de destino, sin resignarse a la realidad circundante, fue una de las características del siglo XX. Sin este cambio de mentalidad con respecto a la emigración, no se podría imaginar la transformación del sionismo de idea en realidad. Uno de los aspectos más interesantes del "destino de los judíos en el siglo XX": al hablar con un judío de sesenta años, se comprueba que sus padres nacieron en Bucovina en el seno de una familia pobre, numerosa y observante que emigró a América del Sur. Su familia amplia pereció en el Holocausto. El mismo nació en Venezuela, se dedica a una profesión liberal, profesa ideas laicas y quiere preservar sus lazos con el judaísmo. Algunos de sus hijos viven en Israel y otros en Venezuela. Es una historia bastante rutinaria de los desplazamientos de los judíos en el siglo XX; hay millones como ella.
El aspecto más apasionante del vinculo que existe entre el sionismo y la era de las revoluciones es el lazo ideológico- espiritual. El siglo XX "despertó las más grandes esperanzas nunca generadas por el género humano y destruyó todas las ilusiones e ideales", como señalara Yehudi Minujin. En el siglo XX, la confrontación entre las potencias no se limitó a las luchas de poder en el ámbito político, sino que revistió un cariz ideológico, de choque entre diversas concepciones de mundo, entre filosofías básicas, con respecto a la forma deseable de la existencia humana. La Internacional roja y la Internacional negra, el comunismo y el capitalismo, la democracia y la dictadura constituyeron las grandes líneas de choque del siglo XX. Es cierto que las ideologías eran laicas, pero hablaban de política en términos de redención total, de solución del enigma de la historia, de todo o nada. No se conformaron con brindar respuestas concretas a situaciones dadas, sino que pretendieron sugerir cl orden ideal de la sociedad humana. Los métodos de reclutamiento, las formas de comportamiento, la actitud ante el otro que imperaban en estos movimientos despiertan asociaciones con el mundo del fanatismo religioso. No es casual que Yaacov Talmon haya hablado del mesianismo laico, y que lo haya considerado una de las principales vertientes del siglo XX, en su lucha por la hegemonía con la corriente pragmática, laica, evolucionista y tolerante.
Desde principios de siglo, dos creencias redencionistas han hecho tambalear el status quo mundial: el nacionalismo y el socialismo; la redención de la nación o la del individuo y la sociedad. Ambas se originaron en la Europa del siglo XIX, pero habrían de conquistar el mundo entero, convertirse en agentes de modernización y europeización, sustituir a las religiones de la revelación como fuente de explicación para el pasado y esperanza para el porvenir, foco de solidaridad social y lealtad política. En apariencia, se trataba de dos creencias contrapuestas: una hablaba en nombre de la libertad y reclamaba el derecho a la autodeterminación y a la expresión específica y particular de los pueblos; la otra se basaba en la igualdad universal, que trasciende las fronteras de pueblos y países. Una hacia hincapié en las diferencias entre las personas, en la cultura particular, en el pasado compartido, en la aspiración a preservar las diferencias; la otra quería crear un mundo en el que todas las personas fueran iguales, en el que no hubiera discriminaciones basadas en la nación, la raza o el sexo, en el que todos miraran al futuro borrando el pasado. En realidad, había una cercanía nada desdeñable entre ambas creencias y en los mensajes que irradiaban a sus fieles, en particular cuando se trataba de naciones sometidas a un dominio extranjero, para las cuales la redención nacional se vinculaba con la enmienda social y económica.
Los movimientos de liberación nacional, en especial los extra- europeos, adoptaron un orden del di a socialista ligado al sector de la izquierda revolucionaria. El sionismo pertenecía a ese mundo espiritual, en el cual se desdibujaba la línea divisoria que separaba a la redención nacional de la redención individual, en el cual la enmienda del mundo en el reino de Dios y la enmienda de la injusticia milenaria perpetrada contra el pueblo judío parecían converger en el mismo tren del futuro que galopaba hacia el sol naciente. Inclusive las vertientes internas del movimiento sionista, en especial en su primera generación (la de Herzl), que no se vieron cautivadas por los encantos del ideal socialista, veían al sionismo no sólo como una ideología que aspiraba a modificar la situación política del pueblo judío, sino que también trataba de crear en Eretz Israel una sociedad ejemplar, sustentada en la justicia social. Basta con mencionar en este contexto "Altneuland", la novela utópica de Herzl.