Por Rabino Iona Blickstein
La historia del Pueblo Judío se remonta a más de tres mil ochocientos años. Pueblos, culturas y civilizaciones trataron por todos los medios físicos, materiales y espirituales hacerlo desaparecer, o desistir de su fe para abandonar su forma de vida, de sentir, de actuar, pero en vano, tanto el judío simple como el intelectual, el obrero o el empresario, el profesional o el aprendiz, se negaron, pasaron por pogromos, autos de fe, hogueras y crematorios, pero aquí están, en medio del tiempo, a fines de un siglo y al comienzo de otro, dando lucha en el Estado de Israel y en la Diáspora, dentro de la burguesía o enarbolando la bandera del proletariado, pero siempre cuidando su identidad a nivel personal, familiar y como parte del entorno en el cual vive.
Sentimos en lo más íntimo de nuestros corazones que estamos viviendo días muy especiales. Dentro del correr de la gente hacia lo material, la multitud demuestra ansiedad, no conformismo, continua depresión, vacío, miedo e inseguridad, fruto del aumento de la violencia que acosa a todas las capas sociales. Nos preguntamos: ¿Cuál es el remedio para esta enfermedad generacional? ¿Qué es lo que deberíamos corregir para ser aptos para la venida del Meshiaj? ¿Cuáles son las cosas por las cuales Dios se lamenta al ver que están ausentes en la vida de sus hijos?
Escuchemos lo que nos relatan nuestros sabios en el Tratado de Sota (páginas 47-49): “Desde que se destruyó el Sagrado Templo de Ierushalaim, desapareció la gente de palabra, aquellos que prometían y cumplían. La fe completa en HaShem desapareció; poca es la gente que cree plenamente que si Dios nos dio la vida, nos dará salud, sustento, hijos y todo lo necesario para nuestra existencia. Desaparecieron los hombres y mujeres que tenían fe completa en el supremo hacedor. La duda nos carcome, nos deprime, mina nuestra salud mental, física y espiritual. Lo único que nos da fuerza es nuestra completa fe en que cuando el Meshiaj venga, viviremos eternamente. La misma energía que invertimos en la duda, deberíamos invertirla en la fe y confianza en Dios.
Desde que murió Rabí Akiva, el honor de la Torá quedó anulado. Nuestra generación es testigo de un renacimiento del estudio de la Torá. Se abren nuevas instituciones y casas de estudio, y muchos de nuestros hermanos vuelven a sus raíces ancestrales, pero por otro lado la asimilación arrastra a muchos de nuestros jóvenes.
Desde que murió Rabí Iojanan ben Zacay, quedó anulado el resplandor de la sabiduría. ¿Que es la sabiduría? Rashi contesta: ¡Eso no lo sé!
El Talmud explica que antes poseían una mente espiritual. Cuando querían definir algo material, lo explicaban en forma espiritual, por ejemplo: esta piedra es tan dura como la pregunta que formulaste en el salón de clase. Hoy día diríamos: tu pregunta es tan dura como la piedra. Explicamos lo espiritual apoyándonos en lo físico y material.
Después de la destrucción del Templo, el canto y la música se eclipsaron. ¿Qué música es negativa?
El Talmud nos enseña la melodía griega porque trae sólo temas decadentes y depresivos; por el contrario, el canto de los levitas en el Sagrado Templo es un sonido placentero que nos eleva y ayuda en todo momento.
Desde que murió Raban Gamliel, murió la pureza y la abstinencia. ¿Cómo se conserva la pureza? Observando la normativa judía, cuya meta es hacernos hombres mejores, dueños de una moral y ética íntegra, para así formar la sociedad que HaShem diseñó para su pueblo, un reinado de sacerdotes y pueblo santo. Dicen nuestros sabios: “El que se conecta con los puros, él mismo es puro”.
Enseñan nuestros sabios: “Desde la destrucción del Templo, aumentaron los arrogantes y soberbios”. Parece que la sociedad admira a los altaneros, aquellos que para progresar aplastan a quien se les pone en su camino, aquellos que aparentan ser lo que no son y al final traen desgracia a todos aquellos que confiaron en ellos.
Nuestros sabios tienen una respuesta a este fenómeno social: “Nuestra generación ve sólo la presencia”, lo externo y superficial. Cuando venga el Meshiaj, estamos seguros de que aquellos que proyectaran una fuerza exterior, será señal de su fibra y bondad interior.
Seguro es que nuestros sabios no quisieron presentarnos una reseña histórica, no es su estilo. Seguro que quisieron expresar una importante idea sobre lo que ocurre en la vida y en la realidad. Tratemos de analizar los principios de estos pensamientos.
Cuando ocurren grandes desgracias, guerras, hambre, enfermedades, sufrimientos, etc., existen dos maneras básicas para explicar estos sucesos no rutinarios. Unos buscan explicaciones y argumentos de lo sucedido en la vida y la realidad material, y otros diciendo que es causa de la situación socioeconómica, la falta de higiene, entre otras cosas. Después de cada desgracia, investigan las causas del “suceso” y todo se centraliza en el aspecto externo de la vida y de la realidad. El Judaísmo, por el contrario, ve, busca y entiende que todo lo que sucede en el mundo depende del aspecto de la vida espiritual y la ética, del cumplimiento de la voluntad de HaShem, o de la desobediencia a sus imperativos y consejos.
La vida y la realidad, según nuestra concepción del mundo, se asemejan a un árbol, en el que el largo de sus ramas, hojas y frutos dependen de la forma en que se nutre la raíz. Pero si la raíz está enferma, toda la rama, hoja y frutos, serán defectuosos.
La vida no será destruida sino después de que el interior de los seres humanos esté quebrantado y la chispa santa que lo hace vivir se apague; entonces la vida caerá en la muerte y la perdición. Esta es la idea que quisieron nuestros sabios acentuar cuando mencionaron al final de las Mishnáiot la falta de las cosas creadas en el mundo, porque la falta de santidad de la vida, la destrucción del Sagrado Templo, la desaparición de los profetas y los tanaítas, la falta de pureza moral y recato, producen las destrucciones y desgracias que agobian la vida. Los obstáculos internos son la verdadera razón de lo que sucede y no las causas externas.
El camino verdadero para perfeccionar el mundo y la vida y salvarlo de las desgracias y destrucciones, es perfeccionar la interioridad de la vida, su origen, la pureza y la santidad. Y por esa razón finaliza el Tratado de Sucá con las famosas palabras de Rabí Pinjas ben Yair: “La prudencia trae agilidad, limpieza, abstinencia, pureza”, lo cual significa que si queremos construir nuevamente el templo de la vida, hay que comenzar con nuestro interior, hay que reforzar el principio de la vida. HaShem misericordioso: restaura la morada de David, que se desmoronó. Amén.