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Por Jacqueline Goldberg
En los 37 años que lleva de existencia Nuevo Mundo Israelita, siempre la Unión Israelita de Caracas ha sido su casa. Las 1768 ediciones del semanario —contando ésta— han sido pensadas, repensadas y fraguadas bajo el techo de esta institución que, entre sus propios ajetreos, atestiguan los nuestros, naturales de la dinámica periodística. El personal de vigilancia nocturna puede dar cuenta de nuestros trasnochos ciertos jueves, el del cafetín de nuestros bajones de azúcar a causa del estrés, el de mantenimiento de las muchas veces que vamos al baño o buscamos agua, la administración de nuestras bregas financieras, la biblioteca de la mucha información y material fotográfico que requerimos.
En la UIC pasamos a veces más tiempo que en nuestras propias casas y con nuestras familias. Cada equipo y director que ha estado en NMI atesora montones de historias. Parte del equipo que hoy tiene la suerte y responsabilidad de sacar todos los viernes el periódico de la kehilá, lleva más de diez años y también son muchos los cuentos a cuestas, cobijados todos por la UIC. Y es que aquí estábamos, por ejemplo, el jueves 11 de abril del 2002, terminando una edición que sólo interrumpimos a media tarde, cuando pólvora y sangre corrían ya por la Avenida Urdaneta. Aquí nos enteramos del ataque al World Trade Center en Nueva York y corrimos a la oficina del doctor Jelinowski, desde cuyo televisor presenciamos atónitos el desplome de cada una de las Torres Gemelas. Aquí estuvimos a primera hora del 6 de enero del 2009, cuando la situación en Israel era crítica, el embajador de Israel en Venezuela había sido echado y los líderes comunitarios se hallaban reunidos, sin que importara que nuestras vacaciones colectivas no hubiesen llegado a su fin. Recuerdo una edición especial que contenía las ponencias de un evento de la CAIV: salimos de San Bernardino al mismo tiempo que el sol.
Tan incontables son los correcorre de hacer este periódico como los momentos afortunados vividos en los espacios de la UIC, donde además coincidimos con otras dos instituciones no pertenecientes propiamente a la Unión Israelita de Caracas —la WIZO y la CAIV— y que juntos conformamos una familia como tantas, con sus días buenos y malos, sus fiestas y sus funerales. Una familia que convive en armonía, echándose una mano siempre, pendientes unos de otros, en lo personal y lo institucional. Una familia que, entre premuras, adquiere consciencia de su grata convivencia en el cafetín, en la fiesta de Janucá y, sobre todo, en ese largo corredor que va del ascensor a la oficina de Presidencia y del rabino Brener.
Agradecidos como estamos el equipo de Nuevo Mundo Israelita por el cobijo físico e institucional que nos brinda la Unión Israelita de Caracas, les hemos dedicado esta edición especial que intenta, con humildad y ojalá sin olvidar a nadie, reconocer la labor de cada uno de los voluntarios y profesionales que —en diversos cargos, comisiones y estratos directivos— hacen posible la vida de la institución y, por ende, de la comunidad, y que, sin más, mantienen viva la memoria de aquellos que soñaron y fundaron una institución que hoy alcanza con plena vocación de futuro sus primeros sesenta años.
Fuente: Nuevo Mundo Israelita / www.nmidigital.com

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