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Por Gustavo Arnstein
Nuestro primer encuentro vivencial con la Unión Israelita de Caracas ocurrió a fines de 1955, cuando hicimos nuestra Bar Mitzvá, preparados para tan trascendental ocasión por el impoluto magisterio religioso del inolvidable Jaime Vainberg, siempre sabio y campechano. Entonces la institución, íntegramente, estaba ubicada de Remedios a Caridad, a un paso del Colegio La Salle y a dos del Panteón Nacional. Era un caserón pintado de azul, con un largo corredor interior, circundado de varias habitaciones. En el centro del gran corredor estaba el Sefer Torá: allí se celebraban diariamente, mañana y tarde, los servicios religiosos. Como si fuera hoy, recordamos que quien nunca faltaba al minián y, a su manera, dirigía en voz alta el rezo, era el señor Wacher, Baruj Wacher. Allí fue donde leímos, de viva voz, por primera vez, la Torá en los mismísimos rollos sagrados. A nuestro lado, con su voz trémula y melodiosa, estaba el jazán Noich Lerner (el padre de Ruth y Elisa, quienes tanto esplendor y nombradía han traído, cada una en su campo, a la comunidad y al país).
Así transcurría la vida comunitaria asquenazí a mediados de los años cincuenta. La casa azul había sido donada, en vida, por el señor Segal, Boti Segal, un correligionario poco comunicativo y muy religioso, quien reservaba para sí la más modesta y anónima de las habitaciones: allí dormía y guardaba sus efectos personales. En ese corredor se congregaban los judíos asquenazíes de Caracas los días supremos de Rosh HaShaná y Yom Kipur. Eran días modestos, de pocos recursos, pero no por ello menos fervorosos en nuestra lealtad al Ser Supremo, “al que es”. Era la obra posible, digna y duradera de nuestros abuelos y nuestros padres que, pocos años atrás, habían arribado a esta Tierra de Gracia, que los había acogido con cariño y solidaridad después de tantas desventuras y rechazos hasta de los países amigos más insospechados.
Los primeros pasos de esta saga institucional, que hoy arriba a sus sesenta años de indeclinable quehacer comunitario, se dieron en los años cuarenta en el Centro Israelita de Caracas (1941) y el Centro Social Cultural Israel (1943), nobles antecesores de la UIC. Quienes estuvieron al frente de estas pioneras organizaciones comunitarias (Isaac Kohn, Natalio Glijansky, Haim Itzic Lerner, Manuel Holder, Manuel Laufer, Miguel Rottemberg, Francisco Labunsky, León Sznajderman, Marcos Milgram, Jaime Zighelboim y Velvel Zighelboim) y los que con leal diligencia los acompañaron en tan ciclópea tarea, abrieron el camino que ha llevado a la kehilá asquenazí de Venezuela a las fecundas realizaciones que hoy dan fortaleza y futuro a la UIC y sus programas de trabajo. Fue entonces, sin que el flagelo nazi hubiese sucumbido todavía en Europa, que estos adalides de nuestro Judaísmo sentaron las bases de lo que hoy somos. Ellos —con su templanza, su empeñoso fervor por mantener viva su identidad, su capacidad para soñar en grande y con los pies puestos sobre la tierra— fueron los artífices de la realidad de hoy.
Al llegar a sesenta años de vida, la UIC puede exhibir una trayectoria pletórica de realizaciones, llevadas a cabo conjuntamente —es imprescindible señalarlo y resaltarlo— con la Asociación Israelita de Venezuela: un Sistema Educativo Comunitario (SEC) vigoroso; un robusto Centro Social, Cultural y Deportivo como Hebraica; un centro asistencial, humanitario y eficaz, como lo es el Yolanda Katz; una digna ciudadela para nuestros ancianos como el Beit Avot; y un semanario, fidedigno sucesor del esfuerzo pionero de Moisés Sananes, como Nuevo Mundo Israelita. En fin, una institución que ha prestado atención extrema a cuatro pilares de la vida judía en cualquier latitud: la educación, la salud, la cultura y el esparcimiento. Sin olvidar las acciones que, día a día, se llevan a cabo para asistir a los correligionarios más desfavorecidos por la vida, en permanente y convencida tzedaká.
2010 es otro año liminar, como lo fue el 2000, para la kehilá venezolana. Diríamos, como los hombres de ciencia, un año pivotal. En junio pasado, la AIV arribó a ochenta años de existencia. Ahora la UIC alcanza sus primeros sesenta años. Entre las dos abarcan el quehacer judío en Venezuela durante el siglo XX y lo que va del XXI. Desde 1984 actúan mancomunada y conscientemente para llevar adelante las directrices colectivas de nuestra vida comunitaria. Sin presunción alguna, hay que admitirlo: la honda y definitiva compenetración de los sefardíes y los asquenazíes venezolanos es referencia obligada en la diáspora universal. Vemos entonces ambas fechas como cabalísticamente auspiciosas. Si las sumamos, históricamente, que no algebraicamente, estaríamos siendo más fieles que nunca a la heredad mosaica. Ergo: vamos por buen camino, siguiendo las pisadas milenarias del enviado de Dios, oteando la Tierra Prometida, guiados por las Tablas de la Ley que “El que Es” le entregara en el Monte Sinaí.
Fuente: Nuevo Mundo Israelita / www.nmidigital.com

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