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El estado de la cuestión judía
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Por Rebeca Perli
Al menos cien niños judíos de Florencia se salvaron del exterminio durante la Segunda Guerra Mundial, gracias a que fueron acogidos en el Convento de Santa Marta en la región toscana.
Así lo refiere Umberto Di Gioachino, quien fue uno de esos niños y que ahora se desempeña como corresponsable del Archivo Histórico de la kehilá florentina. Di Gioachino nos atendió muy gentilmente en la monumental sinagoga de Florencia, y nos informó ampliamente acerca de la historia y la situación actual de la comunidad.
Los primeros registros de la presencia judía en Florencia datan de 1437, cuando, por invitación de Cósimo de Médicis “El Viejo”, se instalaron en un área que todavía hoy se conoce como la Via dei Giudei (Calle de los Judíos), ubicada sobre el río Arno, para de­sem­peñarse como banqueros y financistas. Comenzó así una era de prosperidad, marcada por una notable participación en la vida cultural de la ciudad, especialmente bajo el mandato de Lorenzo “El Magnífico” (1449-1492); pero después de la muerte de quien inspirara a Maquiavelo su obra El príncipe, la situación comenzó a desmejorar. Los factores determinantes para ese deterioro fueron las vehementes prédicas antijudías del fraile dominico Girolamo Savoranola (1452-1498) y la bula papal Cum nimis absurdum promulgada por el papa Pablo IV (1476-1559) en el año 1555, cuyo texto comienza así: “Ya que es totalmente absurdo e impropio a ultranza que los judíos, quienes por su propia culpa, fueron condenados por Dios a la esclavitud eterna…”.
Como consecuencia de este ignominioso edicto se les impusieron fuertes restricciones que condujeron, en el año 1571, a su reclusión en un Ghetto (gueto). Para aquel entonces la población judía de Florencia había aumentado considerablemente, gracias a la llegada de un importante número de judíos que huían de la Inquisición española. De esa época datan las dos sinagogas que operaban en el interior del gueto: la Scuola Italiana y la Scuola Spagnola o Levantina, esta última frecuentada por los judíos sefardíes. Si bien el gueto era propiedad del Gran Ducado de Toscana, contaba con su propio gobierno para los asuntos internos.
En 1738, la dinastía de los Medici fue sustituida por la de los Lorena, bajo cuya administración se levantaron varias de las restricciones que habían sido impuestas a los judíos y comenzaron a vislumbrarse nuevos horizontes que se consolidaron, a finales del siglo XVIII, con la invasión napoleónica. La nueva divisa, “Libertad, Igualdad, Fraternidad”, les permitió convertirse en ciudadanos con derechos y deberes, lo cual fue ratificado en 1861, cuando la región de Toscana pasó a formar parte del Reino de Italia. El gueto fue definitivamente abolido; se derribaron sus muros, y las dos sinagogas se fundieron en un templo monumental inaugurado el 24 de octubre de 1882 gracias al legado que dejara en su testamento el filántropo David Levi para que se construyera “un edificio de culto digno de la ciudad de Florencia”.
La vida comunitaria floreció nuevamente y fueron muchos los judíos que se destacaron en las artes, las ciencias y en actividades mercantiles. Para finales del siglo XIX la comunidad continuó su vida en ascenso y se creó el Colegio Rabínico, encabezado por Zvi Margolies, uno de los rabinos más brillantes de Italia. Los judíos de Florencia estaban totalmente integrados a la sociedad, y fueron muchos los que cayeron defendiendo su patria durante la Primera Guerra Mundial.
Pero ese estado de cosas quedó trágicamente truncado a raíz del pacto nazifascista y la constitución del Eje Berlín-Roma en la década de 1930. Las leyes raciales promulgadas en 1938 fueron caldo de cultivo para una persecución feroz contra los judíos, la cual continuó incluso después de la firma del armisticio entre Italia y los Aliados en septiembre de 1943. Este armisticio, si bien precipitó la caída de Mussolini, lejos de mejorar la situación hizo todavía más agobiante la persecución de los judíos por parte del ejército alemán. Muchos perecieron víctimas del Holocausto pero, en Florencia en especial, la gran mayoría se salvó gracias al albergue ofrecido en casas particulares y en monasterios y conventos.
El cardenal Elia Della Costa (1872-1961), arzobispo de Florencia para esa época, demostró con su valiente actitud que sí es posible enfrentarse a autoridades perversas, pues no vaciló en desafiar al régimen y, durante una visita de Hitler a Florencia, se negó a participar en las ceremonias preparadas en honor del dictador alegando que no podía aceptar que se veneraran “otras cruces distintas a la de Cristo”, en clara alusión a la cruz gamada. Della Costa impulsó la creación de un comité clandestino del que hizo responsable al sacerdote Leto Cassini, y con el que se movilizaron católicos y judíos partisanos que lucharon hombro a hombro en las filas de la resistencia.
El rabino Nathan Cassuto formaba parte de este comité y, debido a una traición, fue arrestado y llevado a Auschwitz, donde falleció en noviembre de 1943. Su esposa, Anna Cassuto, se salvó, pero paradójicamente perdió la vida en un atentado terrorista ocurrido en 1948, en el marco de la Guerra de Independencia de Israel, a donde se había trasladado en 1946.
Tres placas levantadas en los jardines de la Sinagoga de Florencia honran la memoria de los judíos de la ciudad que perecieron víctimas de las guerras: la primera está dedicada a los caídos entre 1914 y 1918, durante la Primera Guerra Mundial; la segunda a las 233 víctimas del Holocausto; y la tercera a los tres miembros de la comunidad, Anna Cassuto, Enzo Joseph Buenaventura y Ruben Artom, que perdieron sus vidas durante la lucha por la independencia del Estado judío.
La liberación de Florencia tuvo lugar el 11 de agosto de 1944, pero encontró una comunidad destruida casi en su totalidad. Las labores de reconstrucción se iniciaron de inmediato con entusiasmo. Se rehabilitó el templo, que había sido usado como depósito de escombros durante la guerra y minado por los alemanes antes de su huida frente al avance de los Aliados. Ahora la Sinagoga se alza imponente en uno de los barrios residenciales de Florencia, y su cúpula de cobre destaca en las vistas panorámicas por ser la tercera más alta de la ciudad. En sus dos pisos superiores funciona un museo en el que se conservan documentos históricos y se exhiben valiosos objetos que reflejan la vida religiosa y cotidiana de la comunidad, la cual hoy alberga aproximadamente mil personas y cuenta con una escuela, una organización juvenil, un centro de cultura judía, un club deportivo y un Bet Avot (casa de ancianos). B’nai B’rith y WIZO también tienen presencia en este marco.
Visitar esta histórica kehilá y compartir con Umberto Di Gioachino fue una experiencia enriquecedora y gratificante.
Fuentes
Testimonio de Umberto Di Gioachino.
Dora Liscia Bemporad (2007). The Sinagogue and the Jewish Museum of Florence. Editado por la comunidad judía de Florencia.
www.milimcultural.com.ar
Fotos: Livio Perli

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