Por Rajel Hendler
En los últimos meses, incluso años, cada vez menos es la información que recibimos sobre el estado de Ariel Sharón, al contrario de la forma exagerada, indiscreta, que se hacía antes. En una de las escuetas notas, alguien afirmó: “Sharon ya es un mito”.
Y recordé un libro que leí hace años, titulado “El mito en la Historia”.
Se refería a la época del Génesis, especialmente explicando racionalmente lo que allí se relataba como milagro, obra de Dios. Nuestra perspectiva actual cuenta siglos, miles de años y los aceptamos como símbolos: la manzana, la serpiente, el árbol del conocimiento, etc.
Una sabia explicación a uno de aquellos hechos da el sabio, el jefe del Jasidismo, Jabad, el rabi Shneur Zalman de Liadi (en la foto). Cuentan que cuando estaba preso en Rusia, denunciado por los mitnagdim rabínicos, lo entrevistó el jefe de Policía y le preguntó entre otras cosas: “Rabi: Ud., un hombre sabio, cómo explica el hecho de que Dios llamó a Adán y le preguntó Hayeca, ¿dónde estás? Acaso Dios omnipotente y omnisciente que todo lo sabe ¿tenía que preguntar?”
Explica el rabi: Dios no se refería al lugar físico donde se encontraba el hombre, sino a su conciencia y cómo se sentía con lo que estaba haciendo.
Todo lo dicho es a raíz, en consecuencia, de lo que hemos vivido y estamos viviendo actualmente aquí en Israel, y vemos en perspectiva histórica como conceptos, títulos, lemas, actuaciones, frases, que fueron casi banderas políticas de determinados grupos ideológicos, que eran irrebatibles, intocables, hoy desaparecen o se convierten en mitos, en slogans que ya no cuentan, se entreveran, se deforman o son simplemente figuras literarias.
Los hechos se suceden tan rápidamente, violentamente, que los períodos de acción y reacción que definía Dubnov, siguiendo la dialéctica de Hegel, son cada vez más cortos y hasta llegan a confundirse y a veces superponerse.
Conceptos que ayer eran los lemas, las bases, tanto de la izquierda como de la derecha, se han borrado, perdieron su fuerza, su vigencia.
En la izquierda términos como proletariado, sindicalismo, aún socialismo son casi anacrónicos; quién habla de plusvalía. El proletariado, la baje clase media está más a la derecha y vive en los barrios modestos. Los librepensadores, los intelectuales, los de la izquierda liberal viven en Ramat Aviv, en los barrios elegantes.
Por otro lado, los cambios operados en los kibutzim son radicales; kibutz que se mantiene, se solventa, es hoy una empresa comercial, una industria, con sueldos diferenciados; la privatización es norma. Lo expresado no es una crítica, es la realidad.
Y en la derecha, con nostalgia, pero resignados, ya casi no se menciona la tan reiterada fórmula “Eretz Israel Hashleimá”, se transige con la idea de un Estado palestino, con condiciones, es cierto, y la oposición de determinados grupos radicales. Ambas márgenes del Jordán se canta cada vez menos, en algún acto recordatorio.
Todo lo dicho se está convirtiendo en hermosos mitos.
La realidad cotidiana nos lo impone. Estamos viviendo una de las habituales épocas de incertidumbre, buscando caminos a las perspectivas de acuerdo y paz.
Nuestros gobernantes viajan por el mundo y se encuentran y abrazan con importantes líderes europeos, norteamericanos, muchos abrazos y apretones de manos, muchos y brillantes discursos, pero a un acuerdo no se llega, sólo se pide y exige más renuncias, más gestos, de Israel.
En repetidas ocasiones escribí sobre un hilo que maneja y une los hechos de nuestra vida, de nuestra historia, un hilo que da continuidad a los acontecimientos y su color varía según la naturaleza de los hechos, en diversos matices.
Y me refería a dos colores: el rojo de los pogromos, del Holocausto, del antisemitismo, y el celeste de nuestra bandera, de libertad e independencia.
En la época de la “desconexión”, que dentro de un mes “cumplirá” seis años, cuando muy a pesar nuestro, con dolor, cumplimos nuestra retirada, retirada de tierras reconquistadas, pobladas nuevamente, se nos agregó un nuevo color, que tiñó los afiches, los anuncios, las paredes, las remeras y blusas de buena parte de la población: el color anaranjado.
Lo que más impresionó, dolió, fue lo que ellos titulaban mudanza y embalaje de ieshivot, de sinagogas.
Seamos religiosos o no; cumplamos todas o parte de las mitzvot, nos duele, casi físicamente, destruir un templo, desarmarlo, embalar los diferentes artefactos sagrados, descolgar de las paredes símbolos. Los que tuvieron que hacerlo, lo hicieron llorando y pidiendo perdón. Fueron verdaderas Slijot.
Y hoy, en julio del año 2011, sigo preguntando: se puede desconectar objetos, aún personas, pero ¿cómo se desconecta el espíritu, la solemnidad, la fe? Todo se hizo confiando, con la esperanza de llegar a la paz.
Roguemos y confiemos, hoy como ayer, que también este hilo, en momentos rojo, en momentos anaranjado, se torne para siempre sólo en color celeste de Libertad y Paz.
Que no sea un mito, sino una realidad.
Fuente: Aurora Digital