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Por José Danor
Una sentencia judicial favorable a Israel serviría, además, como ejemplo, para otros falsos informadores que hicieron de la parcialidad y la distorsión un modo de ganarse la vida.
El propio director del periódico sueco, declara que no tiene prueba alguna que lo escrito en los artículos sea verdadero.
La publicación por el periódico sueco de mayor circulación de una serie de artículos en los que sus autores se refieren al robo por Israel de órganos de cadáveres palestinos para su trasplante a personas necesitadas, despertó, como no podía ser de otra manera, una polémica de gran volumen.
Le llamamos polémica pero en realidad, los ecos provienen de un solo lado que proclaman: se trata de mentiras infames publicadas por personas irresponsables.
No es el momento de salir en defensa de colegas de la prensa local. A ellos les pasa, es cierto que no con frecuencia, que publican algo sin las debidas pruebas pero, si la memoria no nos falla, en los últimos años no llegaron a pisarle los talones a estos periodistas suecos.
Junto con ello, en el mar de declaraciones y la tormenta de palabras, parece ajustada la postura del ministro Itzjak Herzog. Dijo a una estación de radio que si el Estado entiende que se trata de una calumnia la vía correcta es denunciarlo ante la Justicia y reclamar una pena para los autores.
No sabemos lo que dice el código de ética de los periodistas suecos. El israelí afirma: “No publicará un periódico y un periodista, con conocimiento o por negligencia, algo que no es verdadero, no es exacto, lleva a engaño o es tergiversado”.
Basamos en esta frase nuestro trabajo y, es bueno reconocerlo, como lo puede hacer cualquier persona que escribe en un medio de prensa, que más de una vez recibimos informaciones y no las publicamos por no poseer la certeza completa (en letra destacada) de que se trata de un hecho real.
El primero que intentó llegar a la verdad en este caso fue un periodista de Iediot Ajaronot. Se tomó el trabajo de hablar con la familia de uno de los palestinos muertos. Le dijeron que el cuerpo pasó la autopsia en el Instituto Forense pero nunca hablaron de que le quitaron órganos.
Más aún; el propio director del periódico sueco, declara al sitio “Ynet” que no tiene prueba alguna que lo escrito en los artículos sea verdadero. Destacó que permitió la publicación por entender que la misma “despertaría algunas preguntas”.
Después de escuchar las declaraciones del canciller Avigdor Lieberman, que defiende la postura del Gobierno exigiendo una condena por el Ministerio sueco de Relaciones Exteriores y otras afirmaciones similares que llegaron desde diversos políticos, llegamos a la misma conclusión: es necesario exigir una reparación pero el destinatario no es correcto. Tampoco lo sería que el Gobierno israelí deba disculparse ante cada acusación injusta o falsa que formule un periodista.
En cambio, recurrir a la Justicia solicitando que aclare el asunto, deslinde responsabilidades y, en caso que se compruebe que alguien cometió el delito de calumnias, lo sancione, exi-giéndole que publique una rectificación acompañada de la disculpa correspondiente.
Una sentencia judicial favorable a Israel serviría, además, como ejemplo, para otros falsos informadores que hicieron de la parcialidad y la distorsión un modo de ganarse la vida.
Entiendo el enojo de Netaniahu, Lieberman y diplomáticos que salieron a condenar la publicación pero, como dijera un dirigente de la comunidad judía de Estocolmo, “el escándalo convirtió a un pequeño y anónimo periodista, que no dice la verdad, en alguien realmente importante”.

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