Daniel Rafecas, juez federal de la República Argentina y quien visita Venezuela con motivo del acto conmemorativo de la Kristallnacht (“Noche de los Cristales Rotos”), editó este año una nueva obra con el resultado de sus investigaciones sobre la Shoá. Empleando abundante material bibliográfico y documental, así como estudios efectuados en el instituto de investigaciones de Yad Vashem en Jerusalén, el juez Rafecas elabora una síntesis extremadamente instructiva y a la vez absorbente sobre cómo los nazis llegaron a concebir y desarrollar esa inédita maquinaria de muerte industrializada que fue el Holocausto
El objeto central de Historia de la Solución Final, libro más reciente del juez federal argentino Daniel Rafecas, es mostrar que, si bien el genocidio estaba agazapado en el núcleo de su ideología, los nazis no habían planificado desde un principio el exterminio sistemático de los judíos con el uso de cámaras de gas y crematorios. Este fue un complejo proceso en el que influyeron varios factores, sobre todo el desarrollo de la Segunda Guerra Mundial y la indiferencia del resto del mundo.
Los antecedentes
En sus primeros años, el régimen nazi se concentró en la consolidación de la dictadura, fase que abarca desde la toma del poder por Hitler, en enero de 1933, hasta 1935. Durante ese período inicial se creó un inmenso corpus de leyes destinado a la “erradicación de la influencia judía” en Alemania, que se consideraba una “contaminación” intolerable en los campos de la ciencia, la cultura, la academia y las profesiones liberales, a la vez que se difundía una intensa propaganda antisemita por todos los medios disponibles. Este proceso llegó a su cúspide con la promulgación de las leyes raciales de Núremberg (septiembre de 1935), que despojaron a los judíos de la ciudadanía alemana.
Ya conseguido el control absoluto, los nazis buscaron hacer a Alemania Judenrein, es decir “libre de judíos”; pero ello no significaba eliminarlos físicamente, sino hacerlos emigrar, lo que constituyó la primera fase de la persecución que identifica Daniel Rafecas.
Una vez que el Reich ocupó Austria, en 1938, este plan se extendió a ese territorio; allí Adolf Eichmann (demostrando una “eficiencia” que luego sería muy bien empleada por Hitler), logró que en menos de un año emigrara más de la mitad de los judíos, unos 100 mil, una corriente más intensa que la que se había producido desde la propia Alemania. Eichmann llegó incluso a facilitar el traslado a Palestina de un grupo de estos refugiados. Asimismo, se enviaron a Inglaterra unos 7500 niños judíos como parte del programa Kindertransport, un “trabajo coordinado de autoridades alemanas, británicas y entidades filantrópicas judías y cristianas”, como describe Rafecas.
Pero el resto del mundo rechazaba, en forma creciente, a los refugiados judíos, y el tema aparecía a menudo en la prensa internacional. La crisis llegó a tal grado que el presidente de Estados Unidos, Franklin Roosevelt, convocó en julio de 1938 una conferencia que se celebró en Evian, Francia, a la que asistieron representantes de unas 30 naciones europeas y americanas; todos los delegados lamentaron profundamente la situación, pero se negaron a emitir visas para más refugiados judíos, algunos de los cuales quedaron a la intemperie en “tierras de nadie” en las fronteras de varios países. Rafecas comenta:
A pesar de la evidencia de la magnitud del peligro que estaba corriendo esa minoría establecida en el corazón de Europa, y de la situación desesperante que estaba atravesando en lo social y económico, Occidente actuó movido por intereses mezquinos y cálculos de corto plazo, apelando casi siempre a excusas pueriles y diatribas basadas en motivos raciales, nacionalistas o religiosos. Eso conllevó la perdición de miles y miles de familias, que en su mayoría terminaron en los campos de exterminio años después.
Hitler y los medios alemanes se ufanaron de este resultado; el Völkischer Beobachter, principal diario del régimen, titulaba con satisfacción: “Nadie los quiere”.
Rafecas es enfático: durante este período, la salida de más judíos del Reich no fue posible no por causa de los nazis, sino porque el resto del mundo no los aceptaba, incluso después del pogromo de la “Noche de los Cristales Rotos” (8-9 de noviembre de 1938). Así, a medida que se les despojaba de su trabajo y se confiscaban sus propiedades, los judíos remanentes fueron sumiéndose en la pobreza, lo que les dificultaba aún más la salida. Estaban atrapados.
Sin embargo, en vísperas del estallido de la Segunda Guerra Mundial, unos 475 mil judíos habían salido del Tercer Reich, que para entonces abarcaba Alemania, Austria y Checoslovaquia, con la complacencia del régimen nazi.
El Plan Madagascar
La segunda etapa que identifica Rafecas consistió en la búsqueda, por parte de los nazis, de lugares hacia donde expulsar forzosamente a los judíos, los llamados “planes territoriales”. En 1938 se adoptó formalmente el Plan Madagascar, que consistía en crear una “reservación judía” en esa gran isla ubicada al este de África, que entonces formaba parte del imperio francés.
A los alemanes les pareció una “solución ultramarina insular” ideal, pues permitiría evitar el contacto de los judíos con los demás pueblos de su creciente imperio.
El concepto de la “reservación judía” tenía, además, un potencial propagandístico: demostraría la “generosidad alemana” al ofrecer una auto-administración cultural, económica, administrativa y legal a los judíos. Pero obviamente sería un Estado policial bajo el absoluto control de las SS.
Había otro propósito: los judíos concentrados en Madagascar serían rehenes útiles para controlar “el comportamiento de los miembros de su raza en América”, es decir, en la mentalidad nazi, chantajear a Estados Unidos, e incluso evitar que entrara en la guerra cuando esta comenzara.
Una vez que Francia cayó bajo la bota hitleriana, el Plan Madagascar pareció hacerse más factible. Sin embargo, el fracaso en el intento de conquistar Inglaterra significó que los británicos mantenían su poder naval, lo cual imposibilitaba el acceso marítimo a Madagascar. El plan debió descartarse.
Con la ocupación de Polonia, la cantidad de judíos dentro del imperio de Hitler aumentó en más de tres millones, seis veces la que había tenido antes. Se decidió concentrarlos en el llamado Generalgouvernement (“Gobierno General”), región al este de Polonia donde se estaba arrojando toda la “escoria racial” según las categorías nazis. De acuerdo con Rafecas, “los círculos burocráticos comenzaron a racionalizar la idea, todavía latente y encubierta, pero lógica y materialmente inevitable, del exterminio masivo de millones de personas”.
El Plan Siberia
Entonces vino la invasión de la Unión Soviética, que se inició en junio de 1941 con un velocísimo avance similar al de la Blitzkrieg (“Guerra Relámpago”) en el occidente de Europa. Pensando que a finales de ese mismo año toda la URSS habría sido conquistada, se definió un nuevo plan para los judíos: trasladarlos a las regiones más inhóspitas de la tundra siberiana; así, como ventaja adicional, el resto del mundo difícilmente tendría información sobre lo que estaba ocurriendo.
En el diseño de este Plan Siberia se empleó por primera vez la expresión Solución Final. Y considerándolo definitivo, se prohibió emigrar a los judíos de Europa; por fin se acabarían las molestas quejas de Occidente a causa de los refugiados.
Detrás del frente, los grupos de aniquilación, Einsatzgruppen, procedieron a fusilar sistemáticamente a los judíos soviéticos (supuestos creadores del odiado “bolchevismo”), incluyendo por primera vez a mujeres y niños, para facilitar la creación del Lebensraum o “espacio vital” que sería ocupado por colonos arios. Los judíos europeos serían entonces trasladados a las estepas, sin importar cuántos murieran en el camino o a consecuencia de su trabajo esclavo. La idea se inspiraba en el genocidio armenio por parte de Turquía, ocurrido dos décadas antes. Hitler preguntaba cínicamente, no sin razón: “¿Quién se acuerda de los armenios?”.
La “humanización” de las masacres
Por otra parte, durante esos meses, Heinrich Himmler, jefe de las SS, presenció varios fusilamientos de judíos soviéticos, y llegó a la conclusión de que no era “la solución más humana”. Por supuesto que no se refería a las víctimas, sino a los perpetradores, quienes podían desmoralizarse al tener que matar personalmente a tantas mujeres y niños. Entonces se decidió emplear una técnica que ya había sido utilizada en el llamado Programa T-4, plan secreto de eutanasia por medio del cual el régimen asesinó a unas 70 mil personas con discapacidad, niños con malformaciones, así como a epilépticos, seniles y “delincuentes morales” de Alemania y Austria, entre 1939 y 1941. Se trataba de camiones cuyo sistema de escape asfixiaba a las personas encerradas en cabinas herméticas, y cámaras de gas construidas con ese mismo fin. Sin embargo, los camiones enviados a territorio soviético se atascaban en los caminos enlodados, y además no había repuestos, por lo cual el proyecto se abandonó. Por otra parte, una vez que el avance alemán se detuvo a finales de 1941, e incluso las tropas nazis comenzaron a retroceder, el Plan Siberia debió desecharse también.
Debe mencionarse que Rafecas le resta importancia a la famosa reunión de Wannsee del 20 de enero de 1942, donde según la mayoría de los historiadores se decidió la Solución Final, pues de acuerdo con el autor allí no se mencionaron cámaras de gas ni crematorios (a pesar de que ya se estaban utilizando en forma incipiente en el campo de concentración de Chelmno, Polonia), ni los trabajos de construcción de instalaciones de ese tipo que se encontraban en marcha en Auschwitz y Belzec, destinadas a eliminar a los “judíos improductivos” en forma local. En Wannsee aún se hablaba de la deportación a las estepas rusas, aunque algunos de los presentes estaban persuadidos de que ello ya no era factible.
El Mal Absoluto
El cambio del panorama bélico hizo entonces “necesario” implementar la Solución Final dentro de los límites del imperio nazi. Describe el autor:
Había en ello enormes intereses de todo tipo, desde cumplir con los deseos de Hitler hasta aprovechar la mano de obra esclava judía disponible, sin olvidar el saqueo y la incautación de los bienes de las víctimas, que en países como Holanda o Francia todavía estaban casi intactos.
La decisión de crear un sistema para trasladar masivamente a todos los judíos a centros de exterminio que se construirían en el Generalgouvernement, según concluye Rafecas tras su investigación documental, se tomó durante ese invierno de 1941-42. La estructura burocrática se armó con extrema celeridad, y la omnipresente propaganda antisemita facilitó la participación de decenas de miles de funcionarios en un aceitado plan de aniquilación de lo que ya no eran personas.
El ministro de Propaganda, Joseph Goebbels, prohibió a la prensa alemana publicar cualquier mención sobre “la cuestión judía en Europa del Este”, e incluso los términos “Solución Final” o “tratamiento especial de los judíos” quedaron vedados; solo se podía hablar de “trasporte de los judíos hacia Rusia oriental”.
La experiencia acumulada por los participantes en el Programa T-4 se dirigió, entonces, a un nuevo propósito. En 1942 se ampliaron rápidamente las instalaciones de gaseo de Chelmno y Auschwitz, y se agregaron otras, como la de Sobibor. Se diseñaron los itinerarios de los trenes. Se contrató a numerosas empresas de construcción y de la industria química.
Había llegado, en palabras de Rafecas, el Mal Absoluto.
Rafecas, Daniel (2012).
Historia de la Solución Final. Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores. (Disponible en Caracas en “Librerías del Sur”).
Daniel Rafecas
Abogado, doctor en Ciencias Penales. Juez federal en la ciudad de Buenos Aires. Docente en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, donde dicta un seminario titulado “El derecho frente al Holocausto”. Co-titular de la Cátedra Libre sobre Holocausto, Genocidio y Lucha contra la Discriminación en la misma Facultad. Consejero académico en el Museo del Holocausto de Buenos Aires.
Como magistrado ha estado a cargo de causas célebres, como la denominada “Primer Cuerpo de Ejército”, donde se investigan los crímenes de lesa humanidad cometidos durante la dictadura militar (1976-1983).
Ha destacado al sustituir medidas represivas por otras de índole educativa, en casos de jóvenes que cometieron agresiones antisemitas. En varias oportunidades ha sido invitado a participar en actividades en Yad Vashem, donde también ha realizado investigaciones. En 2006 obtuvo el Premio de Derechos Humanos de la Fundación B’nai B’rith Argentina.
Por Sami Rozenbaum
Fuente: Nuevo Mundo Israelita / www.nmidigital.com