Por Rebeca Perli
Esta noche, en los hogares judíos, se encenderá la primera de ocho luminarias que conmemoran un milagro. Su origen se remonta al año 165 a.C. durante la hegemonía de los griegos seléucidas instalados en Israel como consecuencia del paso de Alejandro Magno. Antíoco IV, para entonces rey de Siria, intentó, con su despótico mandato, prohibir a los judíos la práctica de su religión y de sus tradiciones; destruyó sus escrituras, erigió una estatua a Zeus, y trató de imponerles la adoración a dioses paganos. Fue entonces cuando el sacerdote Matatías y sus cinco hijos, encabezados por el mayor, Judas Macabeo, se alzaron contra el invasor y unieron a la población en lo que se considera como el primer movimiento de liberación nacional del pueblo judío.
Tras una larga lucha, desigual ante la magnitud del ejército seléucida, los macabeos lograron someter a Antíoco, quien debió retirarse, y el pueblo judío regresó triunfante a Jerusalén donde procedió a la limpieza del Templo profanado por las hordas invasoras y a su preparación para una segunda consagración (Jánuca, en hebreo). Al momento de encender el candelabro de siete brazos los sacerdotes se encontraron con que el aceite ritualmente puro requerido alcanzaba solo para un día pero, milagrosamente, duró los ocho que se necesitaron para obtener aceite purificado.
Para conmemorar este hecho, la luminaria que se prenderá esta noche continuará ardiendo a medida que, noche tras noche, utilizando siempre la lumbre original, se irán encendiendo las siete restantes. Es la manera en la que el pueblo judío celebra su inquebrantable lucha por la libertad. Ojalá que estas luminarias, junto con las luces de Navidad, iluminen un futuro brillante para toda la humanidad.