Por Julián Schvindlerman
Se conoce como libelo de sangre a la maledicencia de que los judíos necesitan la sangre de niños cristianos para la cocción del pan leudado durante las festividades del Pesaj. A pesar de que el pueblo judío fue desde tiempos bíblicos la primera nación en prohibir el consumo de sangre y los sacrificios humanos, la creencia en esta acusación lunática se esparció velozmente y no parece querer sucumbir.
El primer caso europeo surgió en Norwich, Inglaterra, en 1144, cuando se halló en los bosques el cadáver de un joven llamado Guillermo y los judíos fueron acusados por su muerte. Se repitió en 1147 en Wursburg, en 1168 en Gloucester, en 1171 en Blois, en 1182 en Zaragoza, en 1255 en Lincoln, en 1286 en Munich, y reiteradamente por toda Europa aún hasta entrado el siglo XX. Se ha estimado que al menos unas 150 veces fueron los judíos de Europa juzgados y condenados por este supuesto crimen desde el siglo XII en adelante. Esta calumnia aparece en Los Cuentos de Canterbury de Geofrrey Chaucer y en Ulises de James Joyce. Desde el siglo XIX hubo una explosión de acusaciones basadas en el libelo de sangre.
Fue introducido al Medio Oriente por misionarios cristianos y rápidamente hizo metástasis en toda la región. Tal como el historiador Efraím Karsh ha documentado, comunidades judías fueron acusadas de haber realizado este falso rito en Alepo (1810, 1850, 1875); Antioco (1826); Beirut (1824, 1862, 1874); Damasco (1840, 1848, 1890); Deir al-Qamar (1847); Homus (1829); Trípoli (1834); Jerusalem (1847); Alejandría (1870, 1882, 1901, 1902); Port Said (1903, 1908); y El Cairo (1844, 1890, 1901-1902).
En tiempos modernos, Rusia lo propagó entusiastamente y hubo pogromos cometidos en su nombre. El caso más famoso de injuria ritual del siglo XX ocurrió en Kiev en 1913, manifestado en el escandaloso juicio contra el obrero judío Mendel Beilis. Tanto en el siglo XIX como en el XX, L´Osservatore Romano, Civiltá Cattolica y la Radio Vaticana respaldaron fábulas acerca del libelo de sangre. Este último periódico publicó sobre este tema incluso durante el Holocausto. Desde la década de 1930, los nazis incorporaron el libelo a su maquinaria de propaganda antijudía. Según el historiador James Parkes, “En Europa Oriental, entre los católicos romanos y los cristianos ortodoxos orientales…hay casi más ejemplos de la acusación en los años 1880 y 1945 que en toda la Edad Media”.
A partir de la segunda mitad del siglo XX, fueron los árabes y los musulmanes quienes más lo divulgaron mediante imaginativas variaciones y adaptaciones cuya base acusatoria ha sido esencialmente la misma. En 1983, delegados árabes ante la Organización Mundial de la Salud acusaron a Israel de "envenenar masivamente" a adolescentes palestinas en Judea y Samaria. En 1991, el embajador sirio acusó a Israel ante la Comisión de Derechos Humanos de haber asesinado a niños cristianos para beber su sangre en Pesaj. En 1997, el representante palestino acusó a Israel de haber deliberadamente inyectado el virus HIV a niños palestinos durante la previa Intifada. En 1999, Suha Arafat (la viuda de Yasser), en presencia de la entonces Primera Dama de Estados Unidos Hillary Clinton, arguyó que Israel había asesinado niños palestinos con gas venenoso. En el contexto de la Intifada de Al-Aqsa, Arafat repetidas veces afirmó que el ejército israelí empleó un "gas negro" que produce cáncer. En el año 2000, el Ministerio de Educación egipcio republicó un libro originario de 1890 titulado "Sacrificos humanos en el Talmud". En el 2004, la televisión iraní emitió la serie “Los ojos azules de Zahra” cuyo tema principal versaba sobre un plan israelí orientado a hacerse de ojos palestinos para trasplantarlos a no-videntes israelíes.
Y así llegamos a la reciente nota de la discordia del diario sueco Aftonbladet, el de mayor circulación en toda Escandinavia. Publicada en la sección de cultura, escrita por el periodista freelance Donald Boström, y respaldada luego del escándalo por el propio editor, la columna alegó que soldados israelíes matan a palestinos con el objeto de recolectar sus órganos para trasplantes en el estado judío. Notablemente, el gobierno sueco se ocultó tras el cliché de la libertad de expresión y eludió condenar el artículo, llegando a reprender a su embajadora en Tel-Aviv luego de que ésta lo repudiara. Ante la avalancha de cuestionamientos, el editor Jan Helin se vio forzado a admitir que no tenía evidencia respaldatoria de tan seria acusación. De hecho, los propios familiares de Bilal Ahmed Ghanem -el palestino de la pequeña localidad cisjordana de Imatín a cuyo derredor giraba toda la historia de la nota- realizaron similar confesión. Su madre negó haber dicho a algún periodista que los órganos de su hijo habían sido robados. Otro pariente de nombre Ibrahím aseguró que la familia nunca dijo tal cosa al fotógrafo sueco que vio el cuerpo de Bilal. “No sé si esto es cierto, no tenemos ninguna evidencia que apoye esto” resumió su hermano Jalal. En suma, se trató de una maliciosa calumnia.
Desde Norwich hasta Imatín, y del siglo XII al XXI, los antisemitas europeos han hallado las formas más efectistas de difamar a los judíos con libelos descabellados. Que hayan sido suecos los involucrados en este lamentable episodio y que hayan demostrado mayor entusiasmo que los propios palestinos en demonizar a Israel, tan solo prueba que la tradición judeofóbica que corroe al viejo continente está intacta, y que el estado judío ha tomado el lugar del pueblo judío en la matriz de este odio humano.