Por Gabriel Chocrón
El 29 de noviembre de 1947 la ONU aprobó la resolución 181 que anunciaba el Plan de Partición de Palestina, en el cual se proponía, en rasgos generales, la creación de un país judío y un país árabe en el territorio de la entonces Palestina bajo mandato británico.
Los que presenciaron ese día cuentan que fue una de las jornadas más felices para el Pueblo Judío en los tiempos modernos. Pero, ¿qué significa realmente esa fecha para el Pueblo Judío? La mayoría de los judíos ven ese día como la piedra angular de nuestro derecho a establecer un Estado en la tierra de Israel. En otras palabras, ven esa decisión de la ONU como la base sobre la cual asentamos nuestro derecho a existir como pueblo independiente en nuestra tierra. Sin embargo, esta idea es totalmente errónea.
Cuando el 29 de noviembre la ONU anunció el Plan de Partición de Palestina, no hizo más que reconocer oficialmente el derecho del Pueblo Judío a tener un Estado en la tierra de Israel. Reconoció este derecho, no lo estableció. Nuestro derecho no se basa en una votación de la ONU. Es algo mucho más fuerte que eso. Se basa en la entrada del pueblo de Israel a su tierra, bajo el liderazgo de Yehoshúa tras los cuarenta años en el desierto. Se basa en la promesa divina a nuestros patriarcas; en el florecimiento sin igual de la tierra durante los reinados judíos y, sobre todo, en la presencia ininterrumpida del Pueblo Judío en la tierra prometida, desde aquella época hasta nuestros días. También se fundamenta en la lucha constante por regresar a nuestra única casa —anhelo eterno— y en la identificación del judío, de cualquier rincón del mundo, con la tierra de nuestros antepasados. Es toda esta realidad innegable la base del reconocimiento de la ONU.
Entendiendo esto podremos esclarecer la situación actual de una forma más fácil, para nosotros y para el mundo, y poner los puntos claros respecto del futuro.
Primero, insistir a la comunidad internacional sobre la responsabilidad que recae sobre ella. Habiendo reconocido nuestro derecho de existencia, es su deber ahora resguardarlo. Al igual que velan (o deben velar) por que se respeten todos los derechos reconocidos por los organismos internacionales en cualquier lugar del mundo. Es decir, igual que luchan por el derecho a la vida de los indígenas o el derecho a la democracia en países con dictaduras, o incluso por los derechos humanos de los palestinos, deben luchar por el derecho de existencia de Israel.
Debemos exigir la responsabilidad ineludible de la comunidad internacional de asegurarse que Israel no esté en peligro. Hoy en día Israel se ve amenazado gravemente por el plan nuclear iraní, por un Presidente que ha señalado abiertamente su intención de “desaparecer a Israel del mapa”, y la ONU no toma acciones claras y contundentes.
Segundo, saber que nunca podremos negociar la paz con un ente que no acepta este reconocido derecho a existir. Al igual que Israel reconoce activa y abiertamente el derecho de un Estado palestino de existir, ellos deben reconocer nuestro derecho, cosa que siguen sin hacer de forma clara. Este es el factor principal que evita que podamos tener una negociación que vislumbre algún acuerdo (no hay socio para la paz, porque ni siquiera existimos para nuestro “socio”).
Por último, debemos hacer valer y recordar nuestro derecho. Si en el mundo se paran algunos y claman por la destrucción del “Estado sionista colonialista”, debemos enfrentarnos a ellos y recordarles que no somos nuevos en la tierra, que no invadimos a nadie; en resumen, reafirmarles nuestro bien asentado derecho.
Incluso si en el futuro la mismísima ONU dejara de reconocer nuestro derecho a existir, limitando nuestra libertad o impidiendo desarrollarnos como nación, debemos saber que no son ellos quienes nos dan o quitan la razón; es nuestra historia, nuestro innegable pasado, nuestro anhelo continuo, nuestro esfuerzo y nuestro ejemplar presente, lo que nos da pleno derecho a vivir en paz y seguridad.
Por todo esto, cuando celebremos el 29 de noviembre recordemos que lo que se celebra es el reconocimiento del derecho, no el derecho mismo.
Fuente: Nuevo Mundo Israelita