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El deber de recordar
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Por Beatriz W. De Rittigstein
A fines del año pasado, Rafael Correa visitó Argentina con el propósito de recibir un premio otorgado por sus aportes a la comunicación popular, como parte de la libertad de expresión; asunto incompatible a la luz de las arremetidas contra los medios abusando de su alta investidura.
En una entrevista televisiva, al preguntársele acerca del rechazo de Irán a entregar a los acusados del ataque a la AMIA, el Mandatario ecuatoriano contestó: "conozco ese caso. Es muy doloroso para la historia argentina, pero vea cuántos murieron en el bombardeo de la OTAN a Libia. Comparemos las cosas y veamos dónde están los verdaderos peligros; no debemos manipular". También intentó defender lo indefendible: "Irán es una de las pocas democracias, al menos formales".
Para evadir la pregunta que retrata al régimen criminal de los ayatollah, torció las circunstancias con unos malabarismos circenses a fin de formular señalamientos vinculados a sus propios intereses políticos e ideológicos. Si bien es cierto que, como dice la conseja popular, las comparaciones son odiosas, lo planteado por Correa no solo es disparatado, sin puntos equiparables, sino que minimiza un ataque terrorista frente a la guerra civil en Libia. Son dos tragedias distintas, con sus características particulares y cada una merece un análisis independiente.
La insensata banalización que ensayó Correa, de un embate que reconoció como doloroso, insulta al país anfitrión y al mundo que lucha contra el flagelo del terror.
Por otra parte, una vez más, Correa demuestra que la libertad de decir lo que le venga en gana solo es válida para su soberbia persona, pero los ciudadanos ecuatorianos afrontan serias consecuencias al disentir y eso lo vemos de forma cotidiana.

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