Por Ildemaro Torres
Oí hablar de holocausto por primera vez, en el liceo, en las clases de latín y raíces griegas. Años después me reencontré con ese término, en un contexto en el que con él se definían experiencias padecidas por determinados pueblos; así en el Festival Mundial de la Juventud (Viena, 1959), la delegación de Polonia repartió un folleto con textos y fotografías, que mostraban escenas de los campos de concentración y daban cuenta de los crímenes nazis; la primera reacción fue de rechazo a su entrega en medio de la alegre atmósfera del evento, y la respuesta de los polacos, determinante y convincente, fue que precisamente a nombre de esa alegría y de la posibilidad de celebrar juntos, era importante conocer tales hechos bestiales y así procurar que no volvieran a suceder, pues el silencio abonaba el terreno para el olvido y éste para la repetición.
El 1 de noviembre de 2005, la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó una Resolución fijando el 27 de enero como "Día Internacional de Conmemoración Anual en Memoria de las Víctimas del Holocausto". La fecha fue elegida porque ese día, en 1945, fue liberado Auschwitz-Birkenau, el mayor campo de exterminio nazi. Se instaba además a los Estados miembros a elaborar programas educativos que inculquen las enseñanzas del Holocausto o la Shoá, como la llaman los judíos, y tenida como el crimen genocida más significativo de la historia moderna.
Uno tiende a pensar que acciones que dañan y destruyen no deberían ser repetibles, que los errores aleccionan y han de servir como ejemplo de lo que no debe ser: pero la historia universal muestra que no es así. No debemos en ningún momento ni por ninguna razón, dejar en el olvido los hornos crematorios nazis, los millones de judíos perseguidos y salvajemente exterminados, tantos seres humanos de distintos países que vieron sus ciudades destruidas y pagaron con su vida la locura delirante del Führer.
En el Espacio Anna Frank, institución a la que nos honra pertenecer y que de nuevo se adhiere a dicha conmemoración, esta vez en alianza con la Dirección de Cultura de la Unión Israelita de Caracas, compartimos la historia, los valores y la diversidad cultural judías, y propiciamos el acercamiento con otros sectores de la vida nacional por la comprensión, la solidaridad y el respeto a las diferencias, en procura de una sociedad exenta de las agresiones que aún padecen muchos seres discriminados u objeto de persecuciones.
Asistimos a una carrera armamentista de crueldad primaria, y vemos que ha alcanzado un auge considerable la aplicación bélica del conocimiento científico en la instrumentación del genocidio tecnológico; por lo que constituye un compromiso y una entrañable aspiración, desarrollar en el mundo una Cultura de la Paz, en la que sea un valor irrenunciable el derecho a una vida sin la sombra amenazante de la guerra. El pueblo judío ha sido desde siempre amante y cultivador de la música, y aun padeciendo las brutales circunstancias a que fueron sometidos, nunca renunciaron a ella y menos al deseo de interpretarla, hasta llegar a formar una orquesta con varios violines al reunirse quienes se llevaron consigo a la prisión su pequeño instrumento; y en el 2007 la mezzosoprano Anne Sofre Von Otter presentó un disco con obras de compositores judíos creadas durante su reclusión en campos de concentración.
Es por eso acertado que la actual conmemoración incluya el concierto In Memoriam 2013 con la Orquesta Sinfónica Venezuela, dirigida por el maestro argentino Luis Gorelik; un hecho que responde a la convicción, de que tiene sentido exaltar la sensibilidad y la creatividad como valores esenciales de la condición humana.
Fuente: Diario El Nacional