Por Momy Sultán
Hace algunos meses se celebró en Hebraica un ciclo de películas tratando el tema de los judíos italianos en la Segunda Guerra Mundial.
Recuerdo que el 27 de marzo del 2003 asistí invitado por el embajador de Italia al acto que se realizó en la Cinemateca Nacional donde se proyectaron documentales sobre la ayuda que prestó el pueblo italiano a los judíos durante el Holocausto.
Es importante resaltar que en el año 2003 se tomaron muchas iniciativas por parte del gobierno y los ministros de turno para hacer leyes y actos recordando a los judíos italianos masacrados por los nazis. Entre las que podemos mencionar, recordemos cuando el subsecretario de Cultura italiano, Nicola Bono, presentó a la Cámara de Diputados una ley para crear el Museo de la Shoá. Comentando que esperaba su aprobación, Bono explicó que el proyecto contaba con el apoyo de todos los grupos parlamentarios y adelantó que la sede del futuro museo estaría en la ciudad de Ferrara. También se propuso que los italianos conmemoraran el Día del Holocausto el 27 de enero, que fue el día en que las tropas aliadas liberaron el campo de concentración de Auschwitz. Se eligió Ferrara porque fue una de las ciudades que albergó más población judía antes de la Segunda Guerra Mundial, y donde el escritor Giorgio Basan situó su famosa novela Il Giardino dei Finzi-Contini.
Asimismo, la ciudad de Milán inauguró en el Palazzo Reale la exposición titulada Memorias, sometidos y salvados, en la que recordarían a los desaparecidos en los campos de concentración. A este acto se unió la inauguración del Jardín de los Justos, donde se plantaría, en la colina de San Siro en Milán, el primer árbol dedicado a la memoria de Moshe Bejski, quien se ha convertido en un símbolo de la supervivencia, pues se salvó de los campos de concentración gracias a Oskar Schindler. Con este personaje como protagonista se presentó en Roma el libro de Gabriela Nissim El tribunal del bien, en lo que sería una semana de recuerdo del pueblo italiano a los judíos desaparecidos en la Segunda Guerra Mundial.
El presidente de la Cámara de Diputados, Pierferdinando Casini, inauguró en Módena una muestra sobre Giorgio Perlasca, quien en los años cuarenta salvó a centenares de judíos del gueto de Budapest, haciéndose pasar por cónsul de España.
Me gustaría hacer un poco de historia sobre la vida de los judíos en Italia. Con la llegada de Mussolini al poder en 1922, no se afectó mucho su posición social. Entre 1922 y 1933, unos cinco mil —casi el nueve por ciento de la población judía de Italia— se afiliaron al partido fascista, inclusive, muchos de ellos desempeñaron altos cargos en el gobierno fascista.
Como muestra de ello, podemos mencionar que Aldo Finzi, piloto de combate, fue uno de los primeros miembros del Gran Consejo Fascista. Dante Almansa fue subdirector de la Policía Nacional; Guido Jung, ministro de finanzas; Maurozio Rava, gobernador de la Somalia italiana; Ludovico Mortara, presidente de la Corte Suprema de Italia; Ugo Foá, magistrado de la Corte de Apelación; Giorgio del Vecchio, rector de la Universidad de Roma; y Margherita Sarfatti, una de las primeras amantes del Duce.
En 1930 los judíos constituían el 0.1 por ciento de la población italiana y eran el ocho por ciento de los profesores universitarios del país. A mis ocasionales lectores no los quiero cansar con una crónica de todo lo que sucedió en Italia durante la Segunda Guerra Mundial; solamente quiero mencionar, como reconocimiento a todo el pueblo italiano, quiénes colaboraron en salvar el ochenta por ciento de la población judía; mención especial a los militares, que ayudaron a salvar judíos durante la ocupación de Italia por Alemania, en la Costa Azul, en Atenas y otras provincias griegas. Hicieron lo imposible para salvar vidas judías, muchas veces poniendo en peligro sus propias vidas. No quisiera olvidar al clero italiano, pues muchos curas y monjas ayudaron a salvar innumerables vidas judías.
También quiero recordar cuando en 1997 un tribunal militar italiano sentenció poner en libertad al criminal de guerra Erich Priebke, y debido a que hubo grandes protestas en toda Italia, no fue liberado. Por cierto, la comunidad judía de Roma se rebeló ante lo expresado por el Gran Rabino de Italia para la época (Toaff), que insinuó que lo debían condenar con arresto domiciliario por ser un anciano de ochenta y tres años.
En el gueto romano y en la zona del Pórtico de Octavia aparecieron graffitis polémicos: “Priebke asesino”, “Toaff no nos representa”. Priebke, siguiendo instrucciones directas de Hitler, ordenó la masacre de las Fosas Ardeatinas, donde fusilaron a trescientos treinta y cinco inocentes, como represalia nazi a raíz de un ataque del grupo partisano GAP (Grupo Azione Patriótica), el 23 de marzo de 1944, causándoles treinta y tres bajas; los rehenes fueron sacados de la Cárcel Regina Coeli en Roma, donde se encontraban detenidos: la mayoría eran judíos, comunistas y miembros de la resistencia. Fueron fusilados el 24 de marzo de 1944.
Al final de 1946, Priebke se evade del campo de prisioneros de Rimini (Italia) y se refugia en Vipitino. En septiembre de 1948 se reúne con su familia. En julio de ese mismo año se convirtió al catolicismo, recibiendo el bautismo del párroco de Vipitino, Johan Carratini, momento a partir del cual fue ayudado por El Vaticano a escapar de Italia rumbo a Argentina, a través del obispo Alois Hundal, quien coordinaba lo que fue llamado Ratline (Camino de ratas), una red de ayuda organizada después de la guerra por El Vaticano, y algunos servicios secretos occidentales, para salvar criminales nazis. Con esto se demuestra que cualquier nazi, mediante “las aguas lustrales del bautismo”, quedaba limpio de todos sus crímenes y pecados. En enero de 1994, un agente del centro Wisenthal de Los Angeles lo localizó en Bariloche (Argentina).
No puedo concluir este artículo sin hacer referencia al Papa Pío XII, quien fue un personaje que se lavó las manos como Pilatos, pues ni vio, ni oyó, ni habló de todo lo que sabía sobre la matanza de judíos. En el caso de las Fosas Ardeatinas, él estaba al tanto de la masacre y no quiso intervenir cuando se lo pidió la resistencia italiana, no fuera que los alemanes cruzaran la “línea amarilla” que separaba a Roma de la Ciudad del Vaticano. Como dijo Don Quijote: “Cosas veredes, Sancho”. Y ahora lo quieren canonizar.
Quisiera concluir con una frase de Elie Wiesel, marca la realidad de los hechos: “Señor: no los perdones, pues sabían lo que hacían”.
Fuente: Nuevo Mundo Israelita