Desafíos a la conmemoración del Holocausto

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Por Georg-Clemens Dick / Embajador de la República Federal de Alemania en Venezuela
Cada vez que se me pide que escriba un artículo o un discurso acerca de la Shoá, me siento un poco intimidado. Creo saber que tanto el Holocausto como el insoportable sufrimiento de las víctimas, así como la monstruosa voluntad de exterminio de los culpables, no pueden ser expresados en palabras sin que exista el peligro, debido a la limitación del lenguaje, de caer en estereotipos mediante los cuales la descripción del crimen más atroz de la historia de la Humanidad le proporcionaría un cierto tipo de “normalidad”.
El gran historiador Saul Friedländer señaló en un ensayo los límites del lenguaje científico, como por ejemplo las ciencias históricas sistemáticas, que intentan, a través de métodos críticos de las fuentes, “revelar minuciosamente los hechos en todos sus contextos”. Y sin embargo, por su metodología de descripción reducida a los hechos del crimen, cae en “la descripción sobria y objetiva de un proceso administrativo”. De esta manera llega a una conclusión: también ella, la ciencia histórica sistemática, “nos protege al fin y al cabo del pasado, gracias a la disolución inevitable del lenguaje”.
Friedländer demuestra al mismo tiempo que la “parálisis de la fonación frente al nazismo” arriba descrita es rota por la visualización en producciones cinematográficas, y así se da “rienda suelta a lo imaginario y a los fantasmas, tocando todas las cuerdas del terror”. Este discurso cinematográfico permite, en efecto, abarcar mejor la dimensión cultural y sicológica del nazismo permitiendo de esta manera comprender la “fascinación del fascismo”. Pero simultáneamente la singularidad del Holocausto, cometido en nombre del pueblo alemán, es reducido también a “una dimensión tolerable”, tapando los horrores de su insoportable peso. Esto demuestra que hay límites para los lenguajes del periodismo, de la ciencia y del arte, y por ende existe la amenaza de un peligro constante de neutralizar la conmemoración del Holocausto.
En este mes, hace exactamente cincuenta años, se llevó a cabo en Jerusalén el proceso contra el alemán Adolf Eichmann. Mediante este juicio al Obersturmbannführer de la SS se rompió en Alemania el hechizo de la represión y del silencio. Ello fue lo que más adelante forzó los procesos de Auschwitz y Treblinka en la República Federal. El caso Eichmann mostró al mundo la barbarie de la que el pueblo alemán era capaz. Asimismo mostró, mediante el tipo de apoyo político, social y eclesiástico, la protección que se le brindaba a los culpables en Alemania, Europa y América Latina, evitándoles así que fuesen condenados judicialmente.
Fue un largo camino para apartarse de la represión, la relativización o de la reinterpretación del papel desempeñado por las fuerzas armadas alemanas, los ministerios y otras instituciones en la persecución y asesinato de los judíos, pero también de otras minorías por motivos racistas. Los historiadores conocían muchos hechos, e incluso fueron publicados. Pero contra el muro de contención de las negaciones y “declaraciones de honor” pronunciadas por titulares, científicos y representantes de los medios de comunicación, solo pudieron imponerse con gran retraso para consagrarse en la conciencia de gran parte de la población. Hoy por hoy continúan destapándose motivos y acciones en referencia a este siniestro capítulo, en el cual no existía la superación, pero sí la protección de los culpables en las décadas siguientes a 1945.
El que en pleno siglo XX la Shoá aconteciese en Europa y fuese responsabilidad de los alemanes, debe constituir siempre una advertencia para nosotros: una sociedad libre de prejuicios, tolerante y abierta no es algo natural. Debemos comprometernos a diario a crear y mantener esta sociedad. El recuerdo de los asesinados y el dolor de los sobrevivientes de los campos de exterminio nacionalsocialistas nos responsabilizan a cumplir con este objetivo.
En Alemania, el país de los culpables, hemos sostenido grandes debates acerca del trato dado a nuestra historia en prácticamente cada década después de 1945. Y cada vez era más difícil, de acuerdo al historiador Daniel Goldhagen, cerrar los ojos ante el hecho de que en nuestro país fueron los “antisemitas más criminales y malvados de la historia humana los que habían asumido el poder del Estado”. Hitler constituía el centro de estos crímenes contra la Humanidad, y su carisma englobaba probablemente todas las aspiraciones de sus seguidores en cuanto a una “liberación antisemítica”. Sin embargo, la perversa idea de que todos los problemas de este mundo podrían ser supuestamente resueltos con la exterminación de los judíos, era una idea profundamente arraigada en la conciencia de la sociedad alemana de principios del siglo XX. No obstante, llevar a cabo estas manías asesinas de los dirigentes nazis solo pudo concretarse porque la población compartía profundamente las pervertidas ideas que tenían acerca de los judíos.
Actualmente nos encontramos ante un gran desafío: desde el momento de la liberación de los campos de concentración ya han pasado casi siete décadas, y el colectivo de sobrevivientes se ha reducido a diario. Hasta hoy en día han sido los sobrevivientes los que se han encargado de transmitir lo sucedido a las generaciones siguientes. Ningún archivo, ninguna película cinematográfica, ningún libro de historia puede reproducir sus dolorosas experiencias como lo hace su testimonio personal. Nosotros, los que aún podemos escuchar a los sobrevivientes, tenemos el deber de transmitir su historia a las próximas generaciones.
Las nuevas concepciones que los futuros ciudadanos alemanes tendrán de la historia constituye un ejemplo para los nuevos desafíos ante posturas antisemitas y racistas. Para los jóvenes nacidos después de 1990 con antecedentes alemanes étnicos, fueron los abuelos, quizá los bisabuelos, quienes vivieron o participaron activamente en el nacionalsocialismo. Sin embargo, para los jóvenes de la misma edad provenientes de familias de inmigrantes, sobre todo los de la región del Mediterráneo, existe poca relación familiar con el destino de los judíos europeos, pero sí se consiguen ciertas actitudes hostiles generadas por el debate interno del mundo árabe para con el conflicto palestino o de propaganda islamista. Encontramos aquí, por lo tanto, criterios que no apoyan un antisemitismo religioso o grupal, sino más bien estatal.
Puesto que este tipo de juicio puede repercutir en la concepción democrática reinante de la historia en caso de crecientes tensiones sociales, es deber de todos crear una memoria cultural, en la cual el conocimiento se convierta en parte de nuestra identidad: el Holocausto fue el resultado de un proceso de discriminación, de marginación, de persecución, culminando finalmente en la deportación y el asesinato de una minoría. La lucha contra los detractores y minimizadores del Holocausto y su deliberada desinformación constituye solo uno de los objetivos permanentes.
* El semanario agradece a Miriam Feil, de Bnai Brith, por sus gestiones para obtener este artículo.
Fuente: Nuevo Mundo Israelita

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