Por Jeff Jacoby
Con vistas en la conferencia diplomática en Annápolis, el Primer Ministro de Israel Ehud Olmert anunciaba el otro día que espera que la Autoridad Palestina reconozca por fin la existencia de Israel como estado judío. Un visitante recién llegado de Marte se preguntaría el motivo de que esto sea siquiera un problema, después de todo, Israel es un estado judío. Si los más de 55 países que componen la Organización de la Conferencia Islámica tienen derecho al reconocimiento como estados musulmanes, y si los 22 miembros de la Liga Árabe son universalmente aceptados como estados árabes, ¿por qué debería cualquiera abstenerse de reconocer a Israel como el único estado judío del mundo?
Pero aún así, la demanda de Olmert era rechazada. Saeb Erekat, el veterano negociador de la Autoridad Palestina, decía que los palestinos rechazarán reconocer la identidad judía de Israel por el motivo de que "no es aceptable que un país vincule su carácter nacional a una religión específica". Según el Jerusalem Post, informaba Radio Palestina: “No existe ningún país en el mundo en el que las identidades nacional y religiosa estén entrelazadas".
En realidad existen muchos países en los que identidad nacional y religión están vinculadas El Derecho argentino promulga el apoyo gubernamental a la fe Católica Romana. La Reina Isabel II es el ministro supremo de la Iglesia de Inglaterra. En el reino himalayo de Bhután, la constitución proclama el budismo "la herencia espiritual" de la nación. Las familias reales danesas y Noruega tienen que ser miembros, respectivamente, de la Iglesia de Dinamarca y la Iglesia de Noruega. "La religión imperante en Grecia", proclama la Sección II de la Constitución de Grecia, "es la de la Iglesia Ortodoxa Oriental de Cristo".
En ninguna otra región del planeta los países vinculan su carácter nacional a una religión concreta de manera tan rutinaria como en el Oriente Medio musulmán La bandera de Arabia Saudí muestra la shahada, la declaración islámica de fe, en escritura blanca árabe sobre fondo verde; en la bandera iraní, la fórmula islámica “Alahu Ajbar” (“Alá es grande") aparece 22 veces. Y después está la propia Autoridad Palestina de Erekat , cuya Ley Básica dicta en el Articulo 4 que "El islam es la religión oficial de Palestina" y que "los principios de la sharia islámica serán la principal fuente de legislación”.
Claramente, pues, Erekat y la Autoridad Palestina no rechazan aceptar la legitimidad de Israel como estado judío a causa de alguna oposición de principios a relacionar identidad nacional y religiosa. Quizá, podría aventurar nuestro marciano visitante, su objeción sea simplemente práctica: ¿se están reservando los palestinos el reconocimiento oficial a Israel con el fin de obtener algún reconocimiento correspondiente para sí mismos?
Pero esa explicación tampoco se tiene en pie. Olmert ha aprobado repetidamente la creación de un estado soberano de Palestina. "Apoyamos el establecimiento de un estado palestino democrático y moderno", dice. "La existencia de dos naciones, una judía y una palestina, es la solución final a las aspiraciones nacionales y los problemas de cada uno de los pueblos". La semana anterior llegaba a sugerir que se podría lograr un plan de paz y nacionalidad palestino "antes incluso del final del mandato del Presidente Bush en el cargo".
Así que ¿por qué los líderes de la Autoridad Palestina se resisten a reconocer lo obvio, que Israel es un estado judío? La conexión judía con Palestina no solamente es un tema con datos históricos abundantes, sino de Derecho internacional. Cuando la Liga de Naciones confíaba a Gran Bretaña Mandato de Palestina en 1922, reconocía expresamente "la conexión histórica del pueblo judío con Palestina" y la legalidad de "reconstruir su patria nacional en ese país". Hasta ese momento, Gran Bretaña había transferido ya el 80% de la Palestina histórica a gobierno árabe, el reino musulmán de Jordania hoy en día. Todo lo que quedaba para un estado judío era el 20% residual (y hasta eso fue más tarde repartido). Pero entonces, al menos, estaba claro que la comunidad judía se encontraba "en Palestina por derecho y no por consentimiento tácito a causa de alguna miseria", subrayaba en aquel entonces Winston Churchill.
85 años más tarde, esa pequeña franja de Oriente Medio es el hogar de la práctica mitad de los judíos del mundo. Si eso no es un estado judío, ¿qué es un estado judío?
Aún así todo esto es irrelevante. El rechazo de la Autoridad Palestina, y a esos efectos de la mayor parte del mundo árabe, a reconocer a Israel como estado judío legítimo no es una negación de la realidad; es señal de su determinación a deshacer esa realidad. Al igual que los líderes árabes de un siglo hasta hoy, ellos no pretenden vivir en paz con un estado judío, sino en lugar del estado judío. Olmert podrá presentarse en Annapolis sirviendo la soberanía a los palestinos en bandeja de plata, con la mitad de Jerusalén servida como guarnición. No saldrá con la paz. Por el contrario: solamente va a intensificar la determinación árabe a reemplazar al único estado judío del mundo con el estado árabe número 23.
La llave de la paz árabe israelí no es el estado palestino, es obligar al mundo árabe a abandonar su sueño de liquidar a Israel. Como asunto de autoestima nacional, Olmert debería reiterar su exigencia de que los palestinos reconozcan la identidad judía de Israel y hacerla innegociable. Si Israel no puede insistir ni siquiera en un asunto de autoestima tan fundamental, es que ha perdido ya hasta la camisa.