Por Rebeca Perli
Se están cumpliendo 70 años del levantamiento del Gueto de Varsovia ocurrido en abril de 1943. Para quienes consideran que durante el Holocausto los judíos fueron como ovejas al matadero, es oportuno recordar este episodio que, aunque no fue el único, es el más emblemático de lucha armada judía contra el opresor nazi.
El Gueto de Varsovia fue establecido en octubre de 1940, y allí se hacinó a 380 mil judíos que, aún bajo las condiciones precarias en que vivían, se las arreglaron para sustentar una escuela, imprimir un periódico y realizar actividades culturales que incluían conciertos, obras de teatro y exposiciones de arte; también funcionaba allí un hospital y un orfanato. Todas esas instituciones fueron clausuradas en 1942, cuando la solución final entró en vigencia; sus responsables fueron enviados a los campos de exterminio, pero los que permanecieron en el gueto, para entonces plagado de enfermedades y acosado por la hambruna, se las ingeniaron para organizarse en comandos de defensa, armados de pistolas conseguidas clandestinamente, explosivos caseros y bombas molotov. En abril de 1943, la lucha alcanzó su cúspide. Dos mil soldados alemanes intentaron sofocar la rebelión, pero el contraataque de los partisanos judíos logró mantener a raya al poderoso ejército nazi que debió replegarse para solicitar refuerzos los cuales, por supuesto, llegaron. El combate continuó hasta que el gueto fue incendiado y sus sobrevivientes deportados a los campos de la muerte en donde perecieron en su gran mayoría.
Pero ni siquiera eso significó, como lo había planificado el nazismo, el exterminio del pueblo judío. El haber sobrevivido, aún en las condiciones más infames, fue su más fehaciente prueba de resistencia.