Por Miguel Osers
Después de celebrar Pésaj, la liberación del yugo del antiguo Egipto, los judíos marcamos en nuestro calendario el 27 de Nisán, la fecha de Yom Hashoá, el Día del Holocausto. La fecha fue elegida para conmemorar le levantamiento del gueto de Varsovia, un evento en el que un grupo de judíos se atrevió a confrontar a un moderno “faraón todopoderoso”. Pero la historia de nuestros hermanos en este gueto no tuvo un final feliz: el Mar Rojo no se abrió para que los judíos pudieran escapar, y tampoco fueron sus enemigos atacados duramente por la mano divina. En cambio, los pocos sobrevivientes del infierno del gueto terminaron sus vidas en Treblinka.
La Shoá fue el asesinato planificado y organizado de seis millones de judíos en el seno de casi cincuenta millones de muertos ocurrido durante la Segunda Guerra Mundial en Europa.
La Shoá representó una poderosa maquinaria empeñada en deshumanizar al hombre. Pero existió una respuesta judía digna y valiente.
Cada uno de los judíos luchó como pudo. Hubo levantamientos armados en Auschwitz, Treblinka, Sobibor, en los guetos de Vilna, de Bialistok, de Varsovia. Morir no enorgullece a nadie. Pero sostener la vida cuando todo alrededor muestra inutilidad, eso es un acto ético y de heroísmo. Hicieron lo que pudieron, resistieron con todas sus fuerzas y de todas las formas posibles.
El gueto de Varsovia fue uno de los muchos guetos que los alemanes establecieron en diversas ciudades europeas. Los guetos fueron creados con el único objetivo de mantener a la población judía encerrada para evitar que tuvieran contacto con sus vecinos. Se les obligó a usar una estrella amarilla cosida en sus vestimentas, se les prohibió ejercer sus oficios o ir a las escuelas. Los nazis forzaron a cientos de miles de judíos a vivir abarrotados en esos lugares que normalmente hubieran contenido a un décimo de la población.
Pero, ¿de dónde sacaron los nazis todas estas ideas? ¿Qué funcionario maquiavélico pensó todo esto? Cuando los nazis asumieron el poder en 1933 descubrieron que era necesario inventar casi nada para perseguir a los judíos, porque esto ya se había inventado cientos de años antes.
La insignia amarilla en sus prendas, la prohibición de ocupar cargos públicos, la prohibición de tener empleados no judíos, la quema del Talmud, la prohibición de vivir junto a no judíos, la prohibición de pertenecer a gremios o de trabajar en la industria, los guetos, todas esas violaciones de Derechos Humanos básicos que asociamos con la tiranía nazi fueron en realidad promulgadas entre cuatrocientos y setecientos años antes de los nazis. Durante casi dos milenios, se enseñó en casi todo el mundo que los judíos eran malvados.
La Revolución Francesa causó la emancipación de los judíos, quienes dejaron rápidamente los guetos y en gran parte se asimilaron al resto de la población. Sin embargo, el Iluminismo transformó al antijudaísmo teológico en algo moderno, secular y pseudocientífico, prerrequisito sine qua non (absolutamente indispensable) para una población que estaba adoptando con rapidez una visión moderna del mundo.
Es en este nuevo entorno cultural que el antisemitismo se transformó en algo racial, y fue en los siglos XIX y XX que las viejas acusaciones de deicidio (asesinato de dios), de envenenar pozos de agua, de traer la peste negra, de matar a niños cristianos para con su sangre hacer matzá, y de muchas otras acusaciones sin fundamentos, que se transformaron en acusaciones modernas donde los judíos fueran los culpables de la derrota alemana en la Primera Guerra Mundial, culpables del desempleo, de la inflación, acusados de crear y fomentar revoluciones, de modernismo, de capitalismo, de comunismo y de muchas cosas más.
Hoy en día vemos cómo se alza en el horizonte un nuevo faraón. Un faraón que ante la mirada indiferente del mundo se da la libertad de violar resoluciones de la ONU en la cual se prohíbe la negación del Holocausto sin que ningún país se oponga. El presidente de un país que clama la necesidad de eliminar el Estado de Israel y su población, solo por el hecho de pertenecer a una religión diferente. Hoy en día vemos cómo líderes de gobiernos se permiten asesinar a sus ciudadanos alegando que defienden al Estado y existen países que no solo los apoyan sino que les parece correcta esta forma de actuar. Esas fueron precisamente las mismas bases que dieron pie a la Shoá, al asesinato de más de seis millones de judíos a los que justamente recordamos el día de hoy.
Al ver todos los crímenes cometidos por los nazis durante la Shoá, se hizo un llamado al “Nunca jamás”. Estas palabras, “Nunca jamás”, fueron pronunciadas en todos los países después de la Segunda Guerra Mundial. Pero si somos realmente honestos, hoy esas palabras, en casi todo el mundo, son huecas y parecen carecer de sentido.
La periodista española Pilar Rahola nos permitió compartir con ustedes lo siguiente: “Quiero mencionarles a Neville Chamberlain y a Irena Sendler. Son los dos polos del comportamiento humano, ante el reto totalitario. Mientras Chamberlain se fue de paseo con Hitler, le dio la mano y decidió mirar hacia el lado oscuro de su conciencia, Irena Sendler dio la mano a las víctimas, se jugó la vida y salvó vidas. Hoy pasa exactamente lo mismo, y mientras unos se esconden en sus miedos y creen que dando la mano a los dictadores teocráticos garantizan su vida opulenta, otros dan la mano a sus víctimas. Algún día tendremos que preguntarnos a dónde fue a parar el sueño de Eleanor Roosevelt de una Liga de Naciones que tenía que garantizar la libertad de los pueblos. Hoy la ONU es todo lo contrario, es el blanqueador de las oscuras entrañas de muchas dictaduras”.
Una regla general para medir la relevancia de la Shoá es que ciertamente a los enemigos del pueblo judío sí les importa, tanto que muchos quisieran exterminar su memoria por completo.
Ellos son incomprensivos con nosotros: ¿por qué ustedes, los judíos, dan vueltas alrededor del Holocausto? ¿Por qué no olvidan y siguen adelante? La misma mentalidad que no se perturbó cuando se hizo una carnicería con seis millones de judíos, ahora resiente que recordemos a esos mismos seis millones. Olviden el Holocausto, dicen, y sigan adelante. ¿De qué sirve seguir recordándolo?
Hay varias razones para estos intentos de borrar de la memoria, e incluso de negar la Shoá: su recuerdo le da fortaleza espiritual al pueblo judío; refuerza la existencia del Estado de Israel; crea simpatía por el pueblo judío; transforma al pueblo judío en héroes, ya que atravesaron esta tragedia y no solo sobrevivieron sino que también florecieron; y quizás, principalmente, porque si la Shoá fuera olvidada, su propia complicidad —por lo menos por su consentimiento silente— también será olvidada, y se sentirán exonerados.
Pero la Shoá sí importa, por las numerosas lecciones que se derivan de este período negro de la historia. Entre las lecciones que nos enseña la Shoá, quisiera mencionar:
El mal y el odio injustificado son una realidad que existe en nuestro mundo.
La Shoá muestra lo que puede ser un ser humano cuando permite que la bestia dentro de sí lo controle.
Nos enseña que debemos estar alertas ante la existencia del mal, tanto en los demás como en nosotros mismos.
Aprendemos que permanecer silentes ante el mal es consentirlo, alentarlo y ayudarlo a que se fortalezca.
La historia nos enseña que el mal triunfa cuando la gente buena permanece silente.
La Shoá subraya un hecho curioso: donde sea que encontramos un gran mal en el mundo, invariablemente está dirigido hacia el pueblo judío.
Por estas y otras razones, la Shoá importa, y mucho. Recordarlo no solo honra a los mártires que cayeron por la causa del pueblo judío, sino que también destaca la consciencia de que a pesar de los estragos, todavía florecemos como un pueblo dinámico. Y esto nos fortifica y refuerza nuestra fe en las promesas de Dios sobre la eternidad del pueblo judío.
En la Shoá no murieron seis millones de judíos, sino que murieron sus mundos, sus ilusiones, su futuro, su descendencia. Cada uno de nosotros tiene un compromiso, un mandato, recordar para no olvidar pues las voces de las sangres siguen clamando.
La memoria no debe consistir en recordar en silencio, porque nuestra tradición nos enseña que la muerte no paraliza, duele; pero el dolor es motor de cambio, de compromiso, de lucha y de vida. El nazismo no contaba con nuestro recuerdo, por eso debemos hablar y contar.
Todos somos sobrevivientes de la Shoá, por eso nuestro compromiso es mantener viva su memoria. Si lo olvidamos es por nuestra cuenta y a riesgo propio.