Sus cabezas caerán también. Estas fueron las últimas palabras de Sofía Scholl, antes de ser llevada a la guillotina el 22 de febrero de 1943. Tenía 21 años y el motivo de su asesinato fue su lucha contra el nazismo. Su hermano Hans fue ejecutado el mismo día, por la misma causa y de la misma forma que ella. Ambos eran miembros de La Rosa Blanca, una organización clandestina alemana, en cuyo seno se imprimían y difundían panfletos que exhortaban a la rebelión contra el oprobioso régimen nazi.
Desde muy joven Sofía tuvo inquietudes intelectuales que la llevaron a reflexionar sobre temas tan profundos como Filosofía y Teología. Ella y su hermano estaban muy claros en sus objetivos, pues habían sentido en carne propia las garras del nazismo: en 1937, varios miembros de su familia habían sido arrestados por participar en el Movimiento Católico de Juventudes Alemanas, antagónico al de las Juventudes Hitlerianas y, en 1942, el padre de los jóvenes había sufrido los rigores de la cárcel por haber hecho un comentario crítico sobre Hitler, lo cual marcó poderosamente a Sofía. Sin embargo, los valores de la familia permanecieron incólumes. "Lo que quiero para ustedes es vivir con rectitud y libertad de espíritu, sin importar lo difícil que esto resulte", había dicho Robert Scholl a sus hijos.Además de Sofía y Hans pertenecían a esta organización varios jóvenes universitarios y un profesor, Karl Huber, quienes comprendieron la gravedad del camino por el que llevaba Hitler a su país.
Eventualmente, los activistas más prominentes fueron también decapitados. Por su valerosa postura y su inquebrantable adhesión a la justicia, La Rosa Blanca merece un sitial de honor en el oscuro panorama de la II Guerra Mundial.