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Sufragios ilusorios
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Por Rachelle Krygier
Auschwitz fue una fábrica de muerte. El piso por donde pasamos, las barracas a las que entramos, las vías de tren que vimos estaban ahí como piezas de una gran maquinaria de la muerte.
Al entrar a Birkenau, lo primero que pensé fue que los nazis son unos psicópatas, unas bestias, animales: crearon este infierno. Por el inmenso tamaño sentí que la muerte allí no terminaba, que no había a dónde ir. Viendo esas vías de tren tan largas tuve la sensación de que las víctimas cuando entraban, veían algo interminable y largo. Veían a lo lejos un final, pero un final que no era feliz. Me pregunto qué hubiera hecho yo. Hubiese preferido morir de una vez o luchar por mi vida sin tener casi esperanza y aceptando humillación. Ahí me di cuenta de lo mucho que hay que admirar a los sobrevivientes. Son personas que dejaron de ser humanos y ahora están entre nosotros dando su mensaje.
Nos paramos frente a un vagón, frente a una cámara de gas y un crematorio destruido. Imaginé la mirada rendida de un Sonderkommando recibiendo a las víctimas, cargándolas y cremándolas sin ningún tipo de esperanzas, creyendo que ya se acostumbró a ver cadáveres sin saber que cada muerto le quitaba un poco de su humanidad.
Los nazis son unos animales. ¿Cómo pudieron hacer algo así? Después de un tiempo entendimos que no. Los nazis no fueron psicópatas ni animales. Ellos fueron humanos. ¡Cuánta vergüenza me puede dar saber a lo que podemos llegar los humanos! Me repugna saber que tengo algo en común con ellos, no quiero aceptarlo. El asunto es aún peor cuando entendemos que los nazis fueron humanos, incluso unos muy inteligentes. No eran psicópatas, no tenían ningún tipo de problemas. Por esto es importante recordar para no permitir que vuelva a suceder, porque eran humanos comunes como los que habitamos hoy el mundo.
Al salir de Auschwitz sentí algo que se que muy pocos pudieron sentir en el Holocausto. Respiré largo. Fue un respiro de alivio, de libertad, pero a la vez sentí un gran peso en mis hombros, una gran responsabilidad, una misión: la misión de vengarme.
Si la vida llevó a los judíos a este infierno, a mí la vida me trajo para recordar a esos judíos y asegurarles a ellos que seguimos existiendo, para enterar al mundo de que en el lugar donde ellos fueron humillados, ahora nosotros caminamos con orgullo, con una bandera de Israel sobre la espalda. Me voy a vengar. Me vengo viniendo a Polonia, conociendo la historia. Me vengo sintiéndome libre en Auschwitz. Me vengo estando orgullosa de ser judía, siendo sionista. Me vengo pensando en grande y me voy a seguir vengando. Porque aunque dicen que la venganza es mala, yo me voy a vengar. Porque en la época del Holocausto nada era ético y todo era al revés. Tan al revés que ahora el hecho de hacer cosas buenas es venganza y nadie puede juzgarme.
Entonces me voy a seguir vengando. Me vengaré estudiando, educando, prosperando. Teniendo hijos. Siendo feliz. Me vengo sobre todo cumpliendo mis sueños. Y me vengaré, sí, lo haré. Lo haré por esa joven de diecisiete años que murió en el Holocausto y que tenía mil y un sueños que no le permitieron cumplir.

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