Por Moisés Garzón Serfaty
Hace algunos meses comenzó el debate de la sociedad europea sobre su capacidad para integrar a la comunidad islámica sin perder su identidad, sin renunciar a sí misma. El debate no puede ser demorado e irá creciendo en intensidad.
El fracaso de esa integración se debe principalmente a la falta de voluntad y manifiesta incapacidad de la comunidad islámica y al auge creciente del fundamentalismo en su interior.
Esa integración luce imposible porque existe un hecho incontrovertible: el Corán es el que manda y lo que manda no es integrarse, sino dominar. Hay que entender lo que este libro significa para el mundo islámico. No es de ninguna manera el equivalente de la Torá judía o de la Biblia cristiana.
En el Judaísmo se extiende el amor fraternal a todo ser humano. Se proclama el “no matarás” y el “ama a tu prójimo como a ti mismo”. No se hace proselitismo en absoluto. Los cristianos no hacen proselitismo convenciendo (salvo en algunas épocas cuando se practicaba la conversión forzosa), pero el Corán ordena al musulmán que no entable amistad con una persona de cualquier creencia diferente y que la convierta al Islam con verdades o con mentiras. En sus acuerdos con enemigos deben mentir (takyia) si ello conviene al islamismo.
El Corán ordena a los creyentes no hacer la paz después de una guerra, pero sí aceptar una tregua de hasta diez años si se sienten débiles, con la condición de que la tregua debe ser rota tan pronto se sientan recuperados para entonces atacar por sorpresa al enemigo, imitando lo que hizo el propio Mahoma con el Tratado de Hudaíba, cuando firmó una tregua por diez años con sus enemigos que querían matarlo y le persiguieron hasta Medina. Dos años después, ya fortalecido, entró con su ejército, de noche, en La Meca, atacando por sorpresa y matando a todos sus enemigos.
Los fundamentalistas musulmanes de hoy siguen los mandatos del Corán y el ejemplo de Mahoma. El profeta eligió los capítulos de la Biblia, en especial los relatos, cambiando detalles para ajustarlos a la fábula que preparó con su suegro, Abu Bekr, quien se convirtió en el primer califa cuando murió Mahoma.
Es evidente que no es posible que esta gente se integre a las sociedades occidentales que detentan otros valores, y con enemigos de tales características es también evidente que no se puede pactar una paz, ni se puede negociar y hacer que se apeen de su posición dogmática.
Conste que no estoy generalizando, pues reconozco que hay muchos musulmanes moderados que siguen los mandatos éticos del Corán pero no adoptan posiciones extremas y temen igualmente a los fundamentalistas, de los que también son víctimas.
Fuente: Nuevo Mundo Israelita