Por Gabriel Chocrón
El profesor Eitan Gilboa, experto en comunicación internacional de la Universidad de Bar Ilán, define la hasbará (esclarecimiento) como “el intento de reducir la brecha entre lo que el mundo cree de nosotros y lo que nosotros queremos que el mundo crea de nosotros”. Es imposible intentar esto sin dar a entender de forma clara y convincente cuál es nuestra posición. Sin embargo, se ha dado poco énfasis al uso correcto de la terminología referente al conflicto palestino-israelí.
La semántica enmarca en gran parte lo que se intenta trasmitir en política. Ese entendimiento llevó a designar la última operación del Tzáhal en Gaza como “Pilar de Defensa”. La intención del nombre era destacar el carácter defensivo de la operación, iniciada para proteger a los ciudadanos del sur del país del lanzamiento constante de cohetes, factor que fue aceptado y respetado por la comunidad internacional.
La operación anterior, “Plomo Fundido”, tenía poca concordancia con el tema del branding que buscaba el gobierno de Israel. El nombre no trasmitía ningún mensaje trascendente, más que despertar asociaciones poco amigables en la mente del público internacional. No es de extrañar que en el plano de la imagen global de Israel, la operación “Pilar de Defensa” tuviera un éxito rotundo, mientras que durante “Plomo Fundido” fue atacado como en ninguna otra ocasión.
No todo el peso de la imagen recae sobre el nombre; el éxito depende principalmente de las miles de personas (especialmente jóvenes) que asumen la defensa de Israel a través de todos los medios posibles. Sin embargo, un nombre adecuado que refleje la naturaleza de la operación ayuda invaluablemente al trabajo de estas personas.
La importancia de la terminología no se limita a los nombres de las operaciones militares. Desde el año 2002 Israel ha estado construyendo una valla de seguridad en su frontera con Judea y Samaria (Cisjordania), con la intención de evitar la entrada de terroristas palestinos. Los activistas pro-palestinos de todo el mundo se han esforzado por relacionar esta valla con políticas racistas como aquellas del apartheid surafricano, o con las de los nazis durante la Shoá. Con ese propósito, han logrado convencer al mundo de que se trata de un “muro”, aprovechando el hecho de que de los 790 kilómetros que mide la cerca, unos 40 asumen la forma de un muro de concreto. Mientras Israel se esfuerza por llamarla “Valla de Seguridad”, los palestinos difunden el término “Muro de la Vergüenza”.
Otro ejemplo importante es la referencia a los territorios de Judea y Samaria, que aparecen muchas veces bajo el término de “territorios ocupados”. Al adoptar esa designación, asumimos que Israel conquistó un territorio ajeno e impuso en él su voluntad a través de la represión militar, cosa lejana a la realidad. Esos territorios pertenecieron en épocas lejanas al pueblo judío, fueron “conquistados” en forma acorde a la ley internacional y, además, en caso de que sean considerados territorios palestinos, estuvieron ocupados antes por Jordania, que intentó anexarlos en 1950, lo que rechazó la comunidad internacional. Lo lógico sería llamar a estos territorios según su nombre histórico, que los conecta con su indiscutible pasado judío: Judea y Samaria.
Por otra parte, vemos también cómo muchos, incluso judíos, repiten el nombre árabe Nablus. Esa no es otra que nuestra antigua ciudad bíblica de Shjem, donde está enterrado Yosef, hijo de Yaacov; cuando la llamamos Nablus la desconectamos de su pasado judío y alimentamos la creencia de que debe pertenecer al pueblo palestino. Llamar a Shjem con el nombre de Nablus es como si dijéramos “Al-Quds” en lugar de Jerusalén.
Podemos también discutir el origen moderno (además de las raíces históricas romanas) del gentilicio “palestino”. En diciembre de 1948, la ONU decidió (resolución 194) que serían considerados “palestinos” todos los que habían vivido en el territorio de la Palestina que había estado bajo mandato británico, por lo menos durante los dos años previos a aquella resolución. Siendo así, “palestinos” eran no solo los habitantes árabes, sino también los judíos que residían en la tierra de Israel.
Hay muchos otros ejemplos que resaltan la importancia de usar la terminología correcta. Este asunto no está reservado a aquellos que deciden sobre políticas de Estado y operaciones militares, es una acción cotidiana que nos exige cuidado al referirnos a lo que ocurre en el conflicto palestino-israelí. Al discutir sobre este tema y defender la posición de Israel, es elemental trasmitir el mensaje adecuado y no torpedear nuestras propias acciones. En otras palabras, debemos revaluar las palabras que utilizamos para referirnos a los diferentes elementos del conflicto, y asegurarnos de que estén de acuerdo con nuestra visión y posición en favor de Israel.
Fuente: Nuevo Mundo Israelita