Por Tomás Osers
El 27 de Nisán se conmemora el Día del Holocausto y del Heroísmo. Es el día cuando nos unimos y nos identificamos con la memoria de los seis millones de hermanos de nuestro pueblo, quienes murieron como mártires en manos de los nazis y sus colaboradores; con las comunidades y familias destruidas, con el propósito de borrar de la faz de la tierra al hombre y la cultura judía. También recordamos con amor y respeto la valentía de nuestros hermanos que entregaron sus almas con santidad y pureza por su pueblo; la epopeya heroica de la rebelión de los guetos y sus luchadores, quienes encendieron el fuego de la revuelta para enaltecer el honor de su pueblo; la excelsa y constante lucha de las masas por conservar su propia imagen humana y su cultura judía; a los gentiles misericordiosos que arriesgaron y dieron sus vidas para salvar judíos de la persecución y la muerte. Este día el pueblo judío llora por sus seres queridos, familia por familia, a sus padres e hijos; cada comunidad, por sus miembros masacrados.
Hace ya sesenta y seis años, el 27 de Nisán, comenzó la rebelión, hoy llamada “levantamiento del gueto de Varsovia”, la rebelión de los pocos contra los muchos, quienes se levantaron en lucha por la dignidad del hombre y por el honor del pueblo judío.
No es posible dar marcha atrás a la tragedia sin igual del Holocausto. Hay que recordarla, con vergüenza y horror, mientras la humanidad conserve la facultad de recordar. Solo recordando podemos honrar merecidamente a las víctimas. Millones de judíos y miembros inocentes de otras minorías fueron asesinados en las formas más atroces imaginables. Jamás debemos olvidar a esos hombres, mujeres y niños, ni su sufrimiento.
Desgraciadamente tenemos una memoria muy corta, porque no aprendemos, porque la historia se repite. Los casos en Ruanda, Camboya y Yugoslavia son muestras de genocidios que la memoria del Holocausto no pudo evitar, pues la discriminación, la marginación y la intolerancia aún existen en todas las naciones. A medida que el Holocausto se desvanece en el tiempo, disminuye el número de sobrevivientes.
¿Debemos enseñar, estudiar y recordar la Shoá? ¿Cómo fue humanamente posible?¿Cómo el pueblo judío logró sobrevivir en semejante adversidad? ¿Cuáles pudieron haber sido sus pensamientos y sensaciones, y cómo son los sentimientos que abrigan hoy en día?
Debemos recordar la Shoah, porque así como la evolución nos enseña de dónde venimos y cómo hemos llegado a ser lo que somos; así como compositores como Mozart y Chopin nos enseñan hasta dónde puede llegar el ser humano como creador y como intérprete; la Shoá nos enseña y recuerda la maldad de la que es capaz nuestra especie.
Recordemos la Shoá y escuchemos este relato de un sobreviviente, quien el primer día del año escolar envió a los maestros de una escuela privada la siguiente nota: “Soy un sobreviviente de un campo de concentración. Mis ojos fueron testigos de lo que ningún hombre debería presenciar: cámaras de gas construidas por ingenieros con doctorados; niños envenenados por doctores con estudios; menores asesinados por enfermeras calificadas; mujeres y bebés muertos y quemados, por graduados de universidades; así que tengo mis sospechas sobre la educación. Mi petición es que ayuden a que sus estudiantes sean humanos. Los esfuerzos que ustedes realicen nunca deben producir monstruos con educación, hábiles psicópatas ni doctos Eichmanns. La lectura, la escritura y la aritmética son importantes; solo si sirven para que nuestros niños sean más humanos”.
A medida que el tiempo pasa nos alejamos de los horrores del Holocausto, de la época del gueto de Varsovia. El campo de exterminio de Auschwitz se convertirá en historia. Puede ser que un niño nacido hoy nunca conozca a un sobreviviente del Holocausto, o nunca escuchará de primera mano las innumerables historias de la tragedia que tuvo lugar durante las horas más oscuras de la humanidad.
El secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, declaró: “Debemos seguir analizando por qué el mundo no logró prevenir el Holocausto. Debemos combatir la negación del Holocausto y denunciar abiertamente el fanatismo y el odio”.
No todas las víctimas fueron judíos, pero todos los judíos sí fueron víctimas. El Holocausto, sin paralelos ni comparaciones, es único, no ha habido otro, y no se debe confundir con otro genocidio. El Holocausto constituye el foco concentrado de nuestra memoria colectiva. Lo llevamos dentro, clavado, parte inamovible de nuestro organismo. Para comprendernos hay que conocer el Holocausto.
Hoy, a más de medio siglo de esta barbarie, el antisemitismo resurge, recobra fuerza, extendiendo sus odiosos tentáculos en todas direcciones. Se reinventa el antisemitismo. Hay un “nuevo” antisemitismo que se diferencia del “clásico”, se le reformula para hacerlo más “digerible”, pero es siempre el mismo monstruo. No es un fantasma que ronda, sino una tangible y repugnante realidad a la que hay que enfrentarse.
Un solo ser humano asesinado por su pensamiento, religión o raza, es un número que no podemos aceptar. ¡Nunca jamás!