Por Julián Schvindlerman
En mayo de 2013, la inteligencia militar israelí anunció que el gobierno sirio había usado armas químicas al combatir la rebelión que lo ha estado desafiando en los últimos dos años. Refiriéndose a un caso de marzo, el brigadier-general Itai Brun, quien dirige la división de investigaciones del departamento de inteligencia del ejército israelí, describió que “las víctimas tenían sus pupilas encogidas, espuma en la boca y otros síntomas que indican el uso de armas químicas mortales”. Con anterioridad, los gobiernos de Francia y Reino Unido habían efectuado similares denuncias. Posteriormente, Turquía las respaldó. Este mes, Carla del Ponte, miembro de la comisión de Naciones Unidas que investiga la ejecución de crímenes de guerra en Siria, dijo haber recogido testimonios de víctimas y personal médico que sostenían que los rebeldes habían usado gas sarín en los combates. Le Monde publicó un informe que sostiene que las tropas leales al régimen han usado armas químicas.
Pero el gobierno de Estados Unidos —cuyo presidente proclamó públicamente en más de una ocasión que tal escenario significaría una línea roja que él no toleraría— desde un principio abrazó la prudencia. El secretario de Defensa Chuck Hagel admitió que el régimen de Assad “probablemente” usó armas químicas, aunque “en baja escala”. Y la oficina de prensa de la Casa Blanca indicó que cuando el presidente habló de líneas rojas lo hizo espontáneamente y fuera de las recomendaciones de la oratoria pública de sus asesores.
Es posible que con el paso del tiempo surjan más evidencias sobre el uso de armas químicas en Siria. Restará ver por cuánto tiempo más podrá Washington eludir la acción decidida sin perder todo atisbo de credibilidad.