Por Gerardo Stuczynski
El antisemitismo reinante en la Europa de fines del siglo XIX transformó para siempre la vida de Teodoro Herzl y el destino de los judíos.
Mientras la muchedumbre gritaba eufórica “¡muerte a los judíos!” en la Francia culta y liberal, Herzl sintió el llamado de su pueblo. Un pueblo con un gran pasado, pero que carecía de futuro, fue conducido por este barbado Moisés moderno.
Pero su sueño se concretó tarde. No sólo porque como Moisés no pudo ver con sus propios ojos la culminación de su obra, sino porque su obsesión había sido salvar a su pueblo. No previó las cámaras de gas, pero sí la aniquilación, que no pudo evitar. En cierto sentido, el Sionismo siempre existió. Desde el primer destierro hubo una nostalgia por el retorno, un sentimiento religioso o místico, pero no un programa político concreto.
Hasta Herzl se sorprendería por el milagro de Israel
El Sionismo político que Herzl creó protagonizó la más grande y sublime de las revoluciones del siglo XX, no por el número de personas que afectó, sino por la naturaleza de los cambios que produjo.
La revolución sionista permitió al judío transformarse de objeto de la Historia, a sujeto de ella, resurgiendo de las cenizas del Holocausto. Tal como Herzl lo predijo con precisión cincuenta años antes, se estableció el Estado. Sin embargo, él mismo estaría sorprendido con el verdadero milagro moderno que es hoy el pujante Israel: un país democrático, fuerte e independiente, donde viven casi la mitad de los judíos del mundo. Y tal como lo imaginó, la ciencia y la tecnología son la base de su desarrollo.
Para Herzl, el Sionismo no se trataba sólo de poseer una parcela de tierra, sino también de la aspiración a ser un Estado modelo, una “luz para las naciones”. Imaginaba una sociedad pluralista, avanzada y culta, basada en la ética, la justicia y la tolerancia y sin imposiciones religiosas; en síntesis: una sociedad ejemplar. La israelí aún dista mucho de serlo, pero muchos de sus problemas son los mismos que tienen las demás naciones “normales” de la Tierra. Y este mero hecho, por sí mismo, ya constituye un logro.
A ciento cincuenta años del nacimiento de Herzl, ¿cuál sería su postura ante los dilemas actuales del Pueblo Judío? De acuerdo a su pensamiento, el Estado actual es un instrumento idóneo para seguir realizando el Sionismo, pues fue erigido basado en la libertad y en el respeto a los derechos individuales. Consideraba a la iniciativa privada como el motor del progreso, ya que estimula el desarrollo de la personalidad individual y beneficia a la sociedad en general. Según su concepción, las leyes del mercado no resuelven todos los problemas. El Estado debe intervenir para corregir injusticias, para amortiguar los desequilibrios sociales. Para ello debe aplicar políticas que promuevan la movilidad social, la igualdad de oportunidades, una mayor justicia social y una mejor redistribución del ingreso. Debe consagrar normas específicas que ayuden a los trabajadores desocupados por medio de subvenciones y trabajos comunitarios.
No menos importante es el desarrollo en el plano moral. Es necesario poner el énfasis en la educación. Ésta debe estar basada en los valores humanos universales así como en nuestros valores particulares. En este campo, sin duda, existe una carencia, ya que muchos israelíes no se identifican con la narrativa sionista debido a la falta de conocimiento de sus propias raíces. El antisemitismo no se ha disipado. Las comunidades judías del mundo consideran al Sionismo como la realización de la identidad judía. Pero esto no ha sido suficiente para disminuir la asimilación, que sigue siendo una seria amenaza a su propia continuidad.
Contrariamente a lo que Herzl vaticinó, el antisemitismo no se ha disipado con la independencia política. Por el contrario, ha evolucionado, ha mutado y se ha fortalecido. El odio ahora se dirige no sólo contra el Pueblo Judío, sino contra su Estado. Un mayor conocimiento de la historia, religión, cultura y tradición, así como de los conceptos de responsabilidad mutua y solidaridad, fortalecería la identidad judía y su continuidad. Una mejor educación contribuiría decididamente a mejorar la sociedad israelí, a vigorizar las comunidades judías del mundo y a combatir más eficazmente la asimilación y el antisemitismo.
En cuanto a su inserción internacional, Israel aún no ha logrado la paz ni la normalización de las relaciones con todos sus vecinos, ni con todo el sistema político internacional. Herzl no previó el conflicto con los palestinos, que hoy parece encontrarse en un callejón sin salida. No olvidemos que esos territorios, antes de la colonización judía, estaban desolados y los nativos árabes eran pocos y carecían de identidad nacional. La postura de los sucesivos gobiernos israelíes fue siempre buscar la paz. Todos estuvieron dispuestos a conceder territorios para alcanzar una conciliación, en contraposición a la permanente negativa de los árabes. Cabe preguntarse, entonces, en lo que se refiere a estos asuntos, cuál es el grado de responsabilidad que le cabe a Israel, cuando sus detractores y enemigos son regímenes violadores de los derechos humanos, dictaduras populistas y retrógradas, religiosos extremistas o teocracias fanáticas.
Inspirados en la vigencia de la visión de su prócer y en su herencia, el Pueblo Judío debe continuar avanzando en la búsqueda de la tan esquiva paz y en la promoción del bienestar económico, social y cultural. En el presente cuenta con todos los medios legítimos y democráticos para hacerlo.
Fuente: Aurora Digital