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En este mes se cumplen 130 años del nacimiento de Franz Kafka, quien supo fusionar lo irracional con lo coherente y logró describir, a través del absurdo, realidades incuestionables.
Situaciones dramáticas como la muerte de dos hermanos imberbes (lo cual le acarreó sentimientos de culpa por haber sentido celos de ellos), las profundas desavenencias con su padre, su extrema sensibilidad y otros conflictos internos, originaron un estilo literario sui generis, un surrealismo kafkiano con el que criticó las injusticias, la discriminación, la incomprensión, la burocracia, y dio lugar a profundas reflexiones. "Toda revolución se evapora y solo deja atrás el fango de una nueva burocracia", dijo en algún momento.
En su vasta producción descuellan El Proceso donde un señor K trata de librarse del tribunal al que fue llevado sin que se supiera porqué, al tiempo que se le niega acceso a la justicia; El Castillo donde el señor K es frenado, por interminables trámites burocráticos, en sus intentos por comunicarse con el patrón de la ciudadela, y, por supuesto, Metamorfosis en la que el protagonista, transformado en un repulsivo insecto, es rechazado por todos. Solo su familia lo tolera a regañadientes, pero tolerancia no siempre implica beneplácito; a veces no es más que resignación a aceptar algo que en el fondo se desdeña. Otra cosa es convivencia, que fue precisamente lo que se le negó a Samsa, ya que hasta su hermana, atenta y comprensiva al principio, terminó por abandonarlo a su soledad y al oprobio de ser mirado con desprecio. Su caso es el de las minorías repudiadas y Kafka, como judío, perteneció a una minoría a menudo desdeñada; tal vez por eso pudo narrar, tan acertadamente, la historia de Gregorio Samsa.

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