Pocos saben que el nombre de esta pedagoga judeo-vienesa radicada en nuestro país desde 1938 por pedido expreso del Ministerio de Educación está íntimamente ligado a esas coreografías infantiles que muchos ensayamos con alegría en nuestros años escolares. Con su vasta experiencia europea como respaldo, le imprimió ritmo e imaginación a las danzas de cientos de pequeños venezolanos, haciendo que el desarrollo de destrezas motoras se convirtiera en un aprendizaje y, al mismo tiempo, una actividad divertida, de la que esta semana ofrecemos algunos testimonios gráficos
¿Cómo se podía manejar un grupo de cientos de niños de las escuelas públicas en los años 1940 y 1950 para hacer con ellos una coreografía masiva? Steffy Stahl trazaba con tiza en el patio del colegio el sitio que iba a ocupar cada uno, daba las instrucciones y al toque de la pandereta iba marcando el ritmo y señalando los pasos y movimientos. “Mi ideal pedagógico ha sido la enseñanza masiva, a fin de ‘hacer bailar’ a todos los niños sin excepción, tomando en cuenta muy especialmente a aquellos con dificultades de coordinación muscular. No he querido buscar niños dotados para el espectáculo, ni seleccionar niños de apariencia bonita con fines de exhibicionismo. He querido darle la oportunidad a todos los niños sin discriminación, para desarrollar su capacidad sensorial y motriz, utilizando el ritmo y la danza en forma de expresión disciplinada, creando la danza masiva”.
Steffy Stahl llegó a Venezuela en 1938, contratada por el Ministerio de Educación para trabajar en las escuelas municipales. No tenía aún treinta años. Atrás quedaron los estudios en la Academia de Música y Bellas Artes de Viena —ciudad en la que había nacido—, su ya bien establecida Academia de Bailes Clásicos, así como el horror del padre abogado desaparecido por los nazis. La Muti (Regina Bodenstein de Stahl) se vino con ella a hacer una nueva vida. Rápidamente Steffy aprendió el idioma y comprendió que “no se puede introducir en nuestro medio tropical métodos de otras latitudes sin antes hacer los debidos ajustes y adaptaciones. Hay que convivir mucho tiempo con el pueblo para comprender su mentalidad. Al sentirme compenetrada con el ambiente y observando la inquietud y el instinto rítmico muy pronunciado de nuestros niños, encontré el camino para crear un sistema eficaz a los efectos de elaborar diferentes programas y poder transmitir el ritmo corporal enseñando danzas educativas a grandes masas, y a la vez despertar su imaginación para expresar su riqueza emotiva. El ritmo de las danzas folklóricas venezolanas es un instrumento didáctico excelente para la enseñanza masiva, siempre que no sea alterada su originalidad. Viajé por el interior del país para estudiar y aprender el ritmo y los diferentes pasos y figuras. Transmití lo aprendido sin estilizaciones a mis alumnos en los diferentes planteles oficiales”.
Junto con su trabajo en la Escuela Experimental Venezuela, de la cual fue profesora-fundadora, la Escuela anexa a la Gran Colombia, el Grupo Escolar Juan Landaeta, la Escuela de Artes y Oficios para Mujeres y la Escuela Pastor Landáez, fundó su academia particular en la calle Los Pinos, hoy El Bosque, en La Florida. Pocos de los alumnos de Steffy siguieron la carrera de bailarines profesionales. No se trataba de eso. Era algo más importante en la formación de un niño: darle noción de las posibilidades del desarrollo armónico del cuerpo humano como vehículo de expresión, e inculcar el amor por la música toda, desde lo folklórico, pasando por el jazz y la música clásica. Sin embargo, personas relevantes en la historia del ballet nacional pasaron por sus manos, como la Nena Coronil, iniciadora de los estudios profesionales de ballet en el país; Taormina Guevara, fundadora de la Escuela de Ballet de Barquisimeto; y Zhandra Rodríguez, quien siguió una brillante carrera de bailarina y directora. Muchos de los niños que bailaron con Steffy, bien en las escuelas o en su Academia, fueron luego destacados profesionales. Recordamos al cineasta Román Chalbaud, al ingeniero del Metro de Caracas José González Lander, el cirujano plástico Eduardo Krulig, Cecilia Olavarría —luego directora de Cultura del Ayuntamiento de Caracas—, curiosamente muchas abogadas como Cecilia Sosa, Paulina Gamus, María de Lourdes Ríos Carmona (Yuyita de Chiossone), Alaíde Mazarri, Ximena Rodríguez Trujillo, Nadezka Morales de Panacci y Haydée Farías. La actual rectora de la Universidad Central de Venezuela, Cecilia García Arocha, también fue su alumna, así como las también odontólogas Vera Klein de Müller y Blanca Clermont Lovera, la pianista y compositora Diana Franklin Capriles, la psicóloga Elena Franklin Capriles, la arquitecta Silvia Izsac, la economista Judith Valencia y tantos más.
Steffy Stahl se relacionó con músicos, poetas y escritores. Utilizó para sus coreografías la música de, entre otros, J.N. Llamozas, Prudencio Essa, Blanca Estrella de Méscoli. Para La cucarachita Martínez, las canciones fueron recopiladas por Mario García y orquestadas por Atilio Ferraro. El maestro Ángel Sauce dirigió la orquesta que acompañó la presentación de su Ballet Miniatura en el Teatro Municipal en 1947, estando al piano José Antonio Ramos. En la Escuela Experimental Venezuela, la pianista acompañante fue Mary Corothie. El libreto de su coreografía escolar Prodigio de los tiempos fue de Ramón Díaz Sánchez y el de Juan se durmió en la torre de Lucila Palacios.
Las presentaciones de sus niños salían de los patios de las escuelas a sitios públicos como el Estadio Nacional de El Paraíso (Himno a Miranda), el velódromo Teo Capriles (El Danubio azul), el Nuevo Circo (La cuadrilla antigua) y plazas como las de La Pastora, Obelisco de Altamira y el Parque del Este. Llevaba a sus alumnos a San Francisco de Yare el día de Corpus Christi, con sus máscaras y alpargatas, a bailar junto a los “diablos” del lugar. Igualmente iban a Guatire el día de San Pedro.
Para cada presentación, Steffy escogía los temas, los libretos si era el caso, la música, ideaba la coreografía, diseñaba los bocetos de los trajes y buscaba las muestras de las telas para los mismos. Para el vestuario de La Viena vieja consiguió un sastre, padre del luego eminente doctor Siegbert Holz, quien hizo los trajes de los “caballeritos”. Comenzaban entonces los ensayos, primero en su Academia o en las escuelas y luego en el sitio de la presentación, ayudada por su alumna y asistente Graciella Medina. Buscaba los mejores fotógrafos de la ciudad en las distintas épocas: Foto Dana, Victoriano de los Ríos, Luis T. Lasser y muchos otros. Por fin llegaba el gran día de enfrentarse al público.
El 23 de julio de 1944, la ciudad de Caracas debió haberse sorprendido con la presentación del Ballet Miniatura en el Teatro Municipal: era un grupo de niñas de cuatro años en adelante, acompañadas al piano por Érika de Michalup. Recuerdo que la disciplina era tal que yo, con mis seis años, tenía que esperar metida en un pequeño barril, vestida de marinero, detrás de un telón, mientras delante de éste la niña que me antecedía en el programa bailaba su danza frente al público. Mientras esperaba, accidentalmente me pinché un dedo con un clavito que sobresalía en el interior del barril, me chupé la gota de sangre, esperé mi turno, hice mi presentación, y fue al terminar la función cuando enseñé mi pequeña herida.
Su labor fue reconocida con la Orden Francisco de Miranda y la Orden 27 de Junio. La Creole Petroleum Corporation le entregó la Placa de Aplauso al Mérito y recibió el Diploma de Amiga de Venezuela de la Agrupación Femenina Internacional “Intercambio”. El 1º de marzo de 1990, el Consejo Nacional de la Cultura le rindió un homenaje en el Teatro Nacional. En esa ocasión el ministro de Estado para la Cultura, José Antonio Abreu, le entregó un diploma como pionera de la danza clásica en Venezuela. Posteriormente, el libro escrito por Steffy Stahl, El amanecer de la danza en Venezuela, fue publicado por el Ministerio de la Cultura.
El 21 de septiembre de 1993 falleció Steffy Stahl. Quizás muchos de los padres y abuelos de los niños que en la Venezuela de hoy cursan estudios de música y de danza, recibieron en su escuela el estímulo de esta maravillosa maestra.
Por Sonia Hecker
Fuente: Nuevo Mundo Israelita / www.nmidigital.com